Por Adrián González Naveda / El
Semanario Sin Límites
Enrique Krauze, y quienes
piensan que el futuro y sobrevivencia de #yosoy132 radica en la capacidad que
tenga de migrar a la arena política institucional, transmutando sus metas y
alcances en la consecución del registro como partido político, no han sabido
entender la real dimensión de este movimiento.
Seguir concibiendo a los
partidos políticos como los titulares del ejercicio monopólico de la actividad
política, amos y señores de la vida pública nacional, no sólo significa
reconocer la profunda crisis de representatividad por la que actualmente
atraviesa nuestro sistema, sino que en los hechos representa también
asumir una postura de aquiescente resignación.
El problema no es uno que
simplemente atañe a la escasez de oferta política en el espectro partidista
nacional, el descontento social responde más bien al evidente distanciamiento
entre la ciudadanía y una clase política que, siempre fiel al espíritu de
facción, y adepta a pactos indecibles que garanticen su lucro político, ha
logrado propiciar que los medios de comunicación tengan hoy la capacidad de
condicionar la vida democrática del país, en claro detrimento de las libertades
individuales de los ciudadanos.
#YoSoy132 surge a partir de la
negación y la censura, de la contumaz postura de ciertos sectores dados a abrogar
la libre manifestación de ideas. A partir de una válida y legítima expresión de
reflexión política, en la Universidad Iberoamericana, se generó una andanada de
intolerancia discursiva, acompañada de una ominosa parcialidad en el manejo de
la información; actores políticos y supuestos adalides de la libertad de
expresión sacando los dientes, desnudando los lastres de una incipiente
democracia donde, ahora vemos, la libertad de pensamiento se maneja a
contentillo.
Estos “demócratas”, que desde
sus columnas o partidos políticos descalificaron a los estudiantes, llamándolos
fascistas y orates, amparados por un derecho que impunemente le niegan a los
demás, son testimonio vivo de que las libertades de los modernos siguen bajo
permanente acoso.
Así nace #YoSoy132, como un
movimiento que ante todo busca el empoderamiento ciudadano y la creación de
ciudadanía, elementos sin los cuales es imposible hablar de una real
democracia; un movimiento que exige la instauración de elementos democráticos
sustantivos, abandonando la noción de que la participación del ciudadano se
agota con el simple hecho de depositar el voto en la urna cada proceso
electoral; un movimiento dispuesto a reivindicar y defender las conquistas
democráticas y las libertades individuales; un movimiento conformado por
individuos determinados a hacer valer su derecho-poder para contribuir en la
elaboración de las normas colectivas. Resumidas, las tres exigencias básicas serían: A) que
el proceso electoral sea transparente y claro, B) que el voto sea consciente e
informado, y C) la democratización de los medios de comunicación.
Exigencias ciudadanas,
exigencias hoy escamoteadas por un sistema que al hablar de democracia sólo
alcanza a entender de higiene en la aritmética electoral. Son pues, demandas
universales y apartidistas, orientadas a dimensionar nuestra lastimosa
democracia nacional; el ciudadano como protagonista; el ciudadano como
ciudadano, y no como cliente perpetuo de los partidos políticos y los medios de
comunicación.
En este contexto, hablar de
una eventual transición hacia la conformación de un instituto político resulta
absurdo. Lo que los jóvenes están demandando no son espacios en la contienda
política; no buscan ser considerados actores directos en la desmedida lucha por
el poder.
En todo caso, si se tuvieran
que asumir como algo, sería como damnificados electorales; una generación que
después de 12 años se da cuenta de la fragilidad de una democracia descafeinada
y de corto alcance, donde priva la simulación y los derechos a medias.
Proponer entonces que los
jóvenes hagan un partido político, a partir de las graves carencias y omisiones
que señalan, es similar a plantear que el Movimiento por la Paz y la Dignidad
haga lo propio, para desde ahí exigir que el Estado garantice la seguridad. Lo
que #YoSoy132 pone sobre la mesa no es una visión programática de gobierno,
propia de una fuerza política, sino más bien la urgencia de considerar ciertas
demandas como normas de carácter preceptivo, síntoma de la evolución del cuerpo
social mexicano.
Por supuesto que es deseable
materializar este ánimo ciudadano en instituciones u organismos perdurables,
pero cimbrando al sistema, no simplemente asimilándose a él. Ha llegado el
momento de considerar la real posibilidad de buscar un gran acuerdo nacional;
los Pactos de Moncloa siguen siendo el referente. Independientemente de quien
gane la elección, debemos entender que si no se logran consensos, entre todos
los actores nacionales, con la ciudadanía como eje articulador, la actual
crisis de legitimidad democrática sólo continuará agravándose.
Si bien es cierto que
#YoSoy132 surge como un movimiento de jóvenes, las proclamas que abandera no
pueden ser focalizadas como propias de un segmento poblacional; la democracia
nos incumbe a todos, a jóvenes y no tan jóvenes. La horizontalidad y pluralidad
de este movimiento demuestra el ánimo de inclusión; que nadie se sienta
desplazado, la invitación es para todos. No la desaprovechemos.
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