El nuevo ejercicio de profundización de la unión
monetaria tendrá que llegar al eurobono
Aunque
fuerte, por el país que representa, la canciller alemana, Angela Merkel, se
encuentra cada vez más aislada no solo en el Eurogrupo, sino en el seno de la
propia UE. El apoyo incondicional de Austria y Finlandia no le bastará. Su
oposición frontal a los eurobonos choca con el esfuerzo en sentido inverso, con
cada vez más apoyos, capitaneado por el nuevo presidente francés. François
Hollande está molesto, además, porque la deuda alemana se esté financiando a
tipos reales negativos mientras que los otros países, incluidas Francia y
España, tienen que pagar a veces elevados intereses. Aunque sea un proyecto a
largo plazo, Hollande ha conseguido introducir en la agenda de la eurozona la
mutualización de nuevas deudas por medio de los eurobonos. Merkel y los que le
rodean se oponen tajantemente al considerar que las diferencias en las primas
de riesgo son el instrumento más eficaz para obligar a los países a hacer sus
deberes. Pero incluso el comisario alemán, Günther Oettinger, próximo a la CDU
de Merkel, le ha pedido que no sea tan terca.
El
debate sobre un paquete de crecimiento que acompañe al pacto de férrea
disciplina fiscal se está dando también en Alemania, donde Merkel necesita el
apoyo de los socialdemócratas y Los Verdes para ratificar el segundo. Urge
ponerlo en marcha cuando muchas de las economías europeas están estancadas o en
recesión. Quizá Merkel y Hollande puedan aproximarse y flexibilizar sus
posturas cuando haya pasado el 17 de junio, si las elecciones griegas despejan
el futuro del euro, y una vez que Francia haya celebrado sus elecciones
legislativas, cuando el francés sabrá con qué mayoría puede contar. La UE
necesita que París y Berlín se entiendan.
La cena
informal que celebró el miércoles el Consejo Europeo no llegó a concreciones,
aunque sí se han abierto paso propuestas interesantes de inversiones comunes y
la idea del italiano Mario Monti de una garantía europea a los depósitos
bancarios en la eurozona para evitar retiradas masivas de fondos de los bancos
ante el temor a una quiebra del sistema financiero en varios países.
Una vez más,
en vez de resolver, los mandatarios eligieron la huida hacia adelante al
encargar al presidente del Consejo, el belga Van Rompuy, que en el Consejo
Europeo formal del 28 y 29 de junio presente ideas, método y un calendario para
profundizar la unión económica y monetaria. Será un ejercicio útil, en
cualquier caso, puesto que la unión monetaria no puede mantenerse tal y como
está. O avanza hacia una unión económica y fiscal, incluso bancaria, con
contenido real, o retrocederá con graves consecuencias para todos.
Para
consolidarse el euro necesita tanto una visión a largo plazo, como resolver
algunos problemas urgentes a corto. El presidente del Gobierno español,
comprensiblemente agobiado por un diferencial de la deuda que ha subido a
niveles sumamente peligrosos, se centra en el corto plazo. Rajoy pide, en
público y en la reunión con los socios europeos, que el BCE intervenga en el
mercado secundario para rebajar esa prima española de riesgo. Se trata de una
tarea urgente.
El miércoles
vimos a un Rajoy que comenzó a alinearse con la posición de Hollande tras su
visita al Elíseo. El presidente español pidió “financiación, liquidez y
sostenibilidad de la deuda” y declaró que “a día de hoy” no tiene intención de
acudir a un rescate europeo para los bancos españoles, aunque quizá las
circunstacias le acaben obligando a esto último. Se trata de un giro fundado en
el pragmatismo. En estos momentos críticos, a España le conviene más la Europa
de Hollande que la de Merkel. Que, pese a su debilidad financiera, España puede
desempeñar un papel de puente entre Francia y Alemania no se le esconde a
nadie, un papel que podría reportarle ventajas decisivas a Rajoy.
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