Carol Pérez San Gregorio bruselas / elEconomista.es
Vio lo estéril que es hablar del 'futuro' cuando lo urgente es financiar los Estados.
Hay semanas malas y que, sin embargo, te sorprenden. Así ha sido la última del presidente del Gobierno, Mariano Rajoy.
Comenzó con todas las expectativas puestas en su viaje a la cumbre de
la OTAN, en Chicago, donde esperaba lograr una ansiada sintonía con la
canciller alemana Angela Merkel que culminaría -o al menos eso creía él- con un espaldarazo a su petición de que el Banco Central Europeo (BCE) actuase para acabar con la angustia de una prima de riesgo rozando los 500 puntos.
Pero el plan se torció desde el comienzo. Pese al entorno romántico del paseo en barco, Rajoy no consiguió llevarse a su terreno a la alemana.
Sólo se llevó una palmadita en la espalda por las estrictas reformas
emprendidas en España y al "ejercicio de transparencia" que se está
llevando a cabo en el sector financiero.
Alumno aventajado
El
presidente del Gobierno hizo ante Merkel de buen alumno, sacó pecho por
todos los esfuerzos realizados en materia de reformas estructurales y
recortes de gastos. Le garantizó incluso que España seguirá
esforzándose por ser un país en el que las administraciones públicas "no
continúen endeudándose hasta el infinito" y le lanzó un capote frente
al presidente francés, François Hollande, al señalar que el
debate que se plantea entre austeridad y crecimiento "no tiene ningún
sentido", pues "el crecimiento requiere de hacer reformas estructurales y
de no gastar lo que no se tiene".
En ese ambiente, los contactos con el nuevo inquilino de El Elíseo
arrancaron de hecho con un peor imposible también por culpa del francés,
que se permitió el lujo de afirmar que sería "deseable" que la banca española acuda a los fondos europeos para recapitalizarse. Rajoy fue tajante: "El señor Hollande no sabe cómo están los bancos españoles".
Nueva visión
Pero
unos días después, el devenir de los acontecimientos cambió el juego de
fuerzas. Horas antes de la cumbre informal convocada el 23 en Bruselas,
Rajoy visitó a Hollande en su cuartel general de París y salió de allí
con una nueva visión de su homólogo. Pese a la distancia
política, resultó que la retranca gallega hizo buenas migas con el humor
campechano del francés y, sobre todo, con la forma de ver la situación
económica actual. Donde pensó que tendría un enemigo, Rajoy encontró un apoyo, que tiene visos de cuajar, además, por las necesidades innatas del eje Madrid-París.
Ambos presidentes coincidieron en su forma de viajar a Bruselas, en tren de alta velocidad, pero también en sus declaraciones a favor de la movilización del Banco Central Europeo
para atajar la crisis de la deuda. Incluso, en su percepción de lo
estériles que pueden llegar a ser los debates entre jefes de Estado y de
Gobierno en el Consejo Europeo. Rajoy reprochó a sus colegas lanzarse a
un debate sobre el "futuro" de Europa cuando lo urgente, la financiación de los Estados
está en entredicho, mientras Hollande, pasada la una de la madrugada,
ironizaba sobre lo mucho que "se enrollan" en sus exposiciones algunos
líderes. Curiosamente, tanto Hollande como Rajoy llegaron al poder
desplazando a los partidos que gobernaban cuando se originó la crisis en
la eurozona, y han cosechado el descontento de la opinión pública por
los recortes.
Pero lograr el apoyo público del francés para reclamar un bote
salvavidas al BCE, no resultó ser bien entendido ni por el presidente de
la entidad monetaria, Mario Draghi, ni por algunos de los demás socios europeos, que vieron en la estrategia un ataque a la sacrosanta independencia del Banco central.
La ambigüedad de Draghi
Rajoy
entró a la cumbre citando al BCE y salió reconociendo que el Consejo
Europeo no es quién para pedirle nada si no quiere minar su
credibilidad, la única que conserva todavía una institución europea. Alguien le había afeado las formas y el modo
de encarar un asunto que debería llevarse con sigilo y diplomacia y,
sobre todo, no airearse la misma semana que has reconocido una nueva
desviación del déficit público. La tercera.
Draghi, por su parte, evitó citar a España en todo momento, y dando
prueba de que está por encima de veleidades políticas, aseguró que la
institución continuará haciendo "todo lo que sea necesario" para
salvaguardar la estabilidad de la zona euro. La independencia
está establecida en los tratados europeos, "y es positiva para los
miembros de la zona euro", remachó a modo de capón hacia Madrid.
Rajoy se enfrenta ahora a otra semana con la incertidumbre diaria de la montaña rusa de los mercados, más cerca de París que de Berlín,
cuando éste es quien sigue dictando el rumbo de Europa y sin garantías
reales de que si la financiación se hace insostenible, Draghi venga al
rescate.
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