Mauricio Merino / El Universal |
Ese rasgo viene acompañado de otro, insólito, que consiste en la
desaparición del gobierno actual como punto de referencia electoral.
Como si ya no gobernara Felipe Calderón y como si la primera pregunta
obligada no fuera si esa opción política debe continuar en el poder, el
proceso electoral en curso se ha desplegado en torno a la continuidad…
del PRI. Casi todos los análisis, las reflexiones y las mediciones que
se han venido haciendo hasta hoy no sólo sitúan al candidato Peña Nieto a
la cabeza de la competencia, sino que se han asentado en el supuesto
—así sea implícito— de que esa candidatura no es una oposición al
gobierno aun vigente sino la encarnación del poder real que sigue
gobernando a México. El gobierno de Calderón, en cambio, desapareció del
mapa: estuvo ausente en el debate y ya nadie parece tomarlo demasiado
en serio. Lo que hoy importa es si Peña Nieto ganará o no, y si lo
consigue, por qué margen de diferencia.
Tengo para mí que esa sustitución de la figura principal de la
contienda —Peña Nieto en lugar del Presidente— obedece al exceso de celo
con el que las televisoras cuidaron a su candidato predilecto. Como
bien dice el refrán: nadie sabe para quién trabaja. De modo que al
conseguir situarlo como el adversario (casi) invencible desde mucho
antes de que iniciara la contienda, no sólo desplazaron el foco natural
del proceso electoral, sino que también le arrebataron a su candidato,
seguramente sin querer, el privilegio de presentarse como el líder de la
oposición. Contra toda lógica, el debate público que se está
desarrollando ahora mismo no se plantea como la posibilidad de que Peña
Nieto “saque al PAN de Los Pinos” —parafraseando a Fox—, sino como la de
refrendar, o no, un triunfo fabricado de antemano.
Ésa es la novedad absoluta de la campaña actual: la rebelión de los
jóvenes chilangos, que podría extenderse por toda la República, no es
una causa sino una consecuencia de esa anomalía inicial. Lo que se
debate no es la opción de cambio del gobierno en turno por uno u otro
candidato de las oposiciones, sino el refrendo o el rechazo de la
decisión largamente construida por las televisoras; la polarización
posible entre el statu quo y el cambio no tiene ya nada que ver con el
gobierno de Felipe Calderón, sino con la competencia abierta entre el
PRI y el PRD.
Siempre pensé, y lo sigo haciendo, que Josefina Vázquez Mota cometió
un error fatal al no romper abiertamente con el gobierno de Felipe
Calderón y al jugar en medio de la ambigüedad. Y hoy creo que ya
comienza a ser muy tarde para ella, pues la especialidad política de
AMLO es, con mucho, sacar ventaja de la polarización: si algo le ha
favorecido a lo largo de toda su carrera ha sido el éxito con el que ha
enfrentado los ataques frontales de sus adversarios. Y hoy, gracias a la
tenacidad con la que las televisoras han hecho su tarea en favor del
PRI, ya no es el gobierno, ni Josefina Vázquez Mota, y ni siquiera los
partidos como tales, sino AMLO —él personalmente— quien aparece como el
retador frontal de Peña Nieto.
He aquí el inicio real de la contienda. La rebelión que comenzó en la
Ibero, el 11 de mayo pasado, ha traído el sello inédito de la
competencia electoral en curso.
Investigador del CIDE
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