Las primeras marejadas
provenientes de los temblores europeos tocaron ayer las costas de nuestro país.
El peso mexicano fue el primer frente de la economía que resintió el remezón
con fuerte olor helénico, obligando al Banco de México a apuntalar la moneda con una dosis de dólares que sacó del cajón de
las reservas internacionales.
Hasta el mediodía de ayer el
banco central había lanzado 258 millones de dólares al mercado para contener a
unos nerviosos inversionistas que con su exigencia por billetes verdes ya
habían provocado una depreciación del peso de 2.32% frente al dólar
estadounidense, elevando el precio del dólar hasta 14.03 pesos.
La moderada
reacción por parte del banco central que encabeza Agustín Carstens, un viejo
lobo de mar en crisis de esta naturaleza, no parece sobre dimensionada si se
toma en cuenta que el 7 de febrero pasado el peso cotizaba a 12.64 por cada
dólar entrañando una depreciación de 11% de la moneda en los últimos 3 meses y
medio. Una reacción para enviar señales a los inversionistas de que el banco
central estará dispuesto a frenar la especulación cambiaria a partir de la
frontera de 14 pesos por dólar utilizando parte de los más de 153 mil millones
de dólares acumulados en reservas.
Pero más
importante aún es que la Junta de Gobierno del banco central y los altos
funcionarios de Hacienda que integran la Comisión de Cambios, saben bien que la
depreciación de ayer fue tan solo el primer aviso que viene desde el epicentro
en Atenas con fuertes réplicas en Madrid, Roma, París y Frankfurt. Ayer todas
las bolsas europeas y los bonos españoles e italianos cayeron al unísono.
Y es que el
terremoto financiero griego no es una mera especulación. El país está
fiscalmente quebrado y la decisión que deberán tomar sus ciudadanos en las
elecciones del próximo 17 de junio será elegir entre un gobierno afín a la
Unión Europea con la aplicación de nuevas y mayores medidas de austeridad
durante la próxima década; o decidir por el partido que se opone a estas
políticas lo que implicaría la salida de la zona euro, el abandono de la moneda
común europea y de las ayudas prometidas, la quiebra del sistema bancario y una
espiral de devaluación-inflación-depresión por un buen tiempo. Como se ve, la
elección griega es entre una ‘depresión controlada’ o una ‘depresión
furibunda’.
El problema
para México con Grecia estriba en que la economía helénica es parte de la zona
euro. De otro modo nuestra conexión se remitiría más al ámbito cultural que al
comercial, pero no es así.
Los
maltrechos bancos europeos se verán afectados porque tienen deuda bancaria y
soberana griega en su poder, agravando los ya onerosos costos financieros y fiscales
para aquellas economías que preocupan a los inversionistas como España, Italia,
Portugal, entre otras. No hay que olvidar que en el mediano y largo plazos no
hay crecimiento económico estable sin un financiamiento a un precio razonable
de la deuda pública. Y eso en México lo sabemos bien.
No hay duda.
Mayores problemas económicos en España o Italia provocarían, ya no marejadas,
sino verdaderos tsunamis cambiarios en todo el mundo emergente porque las
inversiones que se han alojado allí buscarían refugios temporales en el dólar y
en los activos ligados a la moneda estadounidense.
Así, monedas
como el peso podrían depreciarse aún más y el banco central lo sabe y ha
enviado un primer aviso al respecto.
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