Alberto Aziz Nassif / El Universal
En los inicios de la alternancia
electoral había una tesis que circulaba con insistencia: mientras más
participación electoral de la sociedad, el voto de independientes, se
reducen las posibilidades de triunfo del PRI. Se decía que el voto
corporativo y clientelar del PRI tenían límite, techo, y sobre ese nivel
la maquinaria era rebasada. Algo similar sucede ahora, hay un amplio
sector de jóvenes que son el alma del movimiento estudiantil y han
formado una ola que trae nuevos vientos a la campaña electoral.
Se
trata de un factor —novedoso en México— que no estaba contemplado, y no
se saben todavía sus repercusiones. Sobre todo, me pregunto sobre las
intenciones y preferencias electorales. Se trata de un sector que no
había tenido una manifestación pública, pero que ahora ha ganado
visibilidad. No tiene un núcleo unificado, enfáticamente se pide
apertura mediática, equidad en la cobertura y en la información sobre
las campañas. Estas demandas se juntan con otras agendas que se
manifiestan abiertamente anti-PRI, que no quieren el regreso de este
partido; una parte de esos grupos tampoco desean la continuidad del
actual partido gobernante, por lo que el beneficiario puede ser el
candidato de la izquierda con el que puede haber mayor armonía.
El
eje de la campaña ha girado hacia los temas estratégicos y contra los
intereses dominantes que tienen al país atorado en tres direcciones: a)
el desarrollo económico por la captura monopólica, por la estrategia
dominante de un neoliberalismo excluyente que necesita un cambio para
reactivar el mercado interno y revertir la desigualdad. Este modelo ya
ha sido replanteado incluso por los países más ortodoxos como Chile. b)
El desarrollo político por la complicidad de intereses mediáticos y
partidocráticos que afectan la visa democrática y c) la captura del
Estado frente al crimen organizado. Sobran razones para desconfiar de
partidos, políticos, del panismo gobernante, pero sobre todo, hay muchos
argumentos que apuntan a que el regreso del PRI sería como restaurar el
viejo régimen. Pese a la imagen juvenil de su candidato, el peso de los
intereses y compromisos de poder que lo soportan lo hunden cuando
defiende a líderes sindicales que abiertamente ostentan corrupción, como
el dirigente petrolero o la líder del magisterio. Las sonrisas y la
mercadotecnia se terminan cuando se ven los esqueletos guardados que
salen a la luz pública. Los impresentables del priísmo abundan, desde
Montiel, Marín, Ruiz y Moreira hasta Yarrington y una larga lista para
la que no alcanza el maquillaje. Muchos de estos indeseables están
resguardados en las listas plurinominales del PRI.
Peña ha sentido
la presión de los estudiantes y el cambio en el clima de la campaña,
los vientos se le han vuelto adversos y ahora trata de modificar la ruta
cómoda y pasar a un improvisado plan “B” al que se le ven todas las
costuras de la improvisación. La muestra más reciente fue el decálogo de
respeto a las libertades democráticas que hizo, pero se equivocó porque
se trata de libertades garantizadas por la Constitución. El candidato
del PRI nos dijo que respetaría los derechos ya conquistados, ¿qué
novedad tiene? Si no hubiera habido presión de los universitarios,
¿pensaba no respetar la Constitución? Queda confuso el propósito, pero
se ve la necesidad de dar garantías, porque el contexto de exigencia
para el puntero ha cambiado en sólo dos semanas y todo indica que
seguirán al alza la presión y el rechazo.
Una posibilidad es que
en el último mes de la campaña se cierre la competencia. Lo que indican
varias encuestas es que AMLO ya está en segundo lugar y se ha convertido
en el principal retador del puntero. Los cambios en las intenciones de
voto de las próximas semanas pueden ser impredecibles. Lo inevitable del
triunfo de Peña se ha empezado a evaporar y eso es lo más interesante
de esta campaña, que hasta hace tres semanas no anunciaba nada nuevo.
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