Los adinerados de Wall Street se toman las críticas de
Obama como un insulto personal.
Las mejoras de productividad de las
tres últimas décadas apenas han llegado a los trabajadores
Los banqueros han sido rescatados,
pero el resto del país sigue sufriendo
Paul Krugman / El País
Fachada de
la Bolsa de Nueva York. / Peter Morgan (Reuters)
Tras una
devastadora crisis financiera, el presidente Obama ha aprobado algunas normas
comedidas y evidentemente necesarias, ha propuesto terminar con unas cuantas
lagunas legales escandalosas y ha indicado que el historial de Mitt Romney de
comprar y vender empresas, y a menudo despedir a los trabajadores y destruir de
paso sus pensiones, hace que no sea el hombre adecuado para dirigir la economía
de Estados Unidos.
Wall Street
ha respondido —previsiblemente, me imagino— con lloriqueos y pataletas. Y en cierto
sentido ha sido divertido ver lo infantiles y susceptibles que resultan ser los
amos del universo. ¿Se acuerdan de cuando Stephen Schwarzman, de Blackstone
Group, comparó una propuesta para limitar las reducciones de impuestos con la
invasión de Polonia por Hitler? ¿Se acuerdan de cuando Jamie Dimoon, de
JPMorgan Chase, calificó cualquier debate sobre la desigualdad en los ingresos
de ataque contra la mismísima noción de éxito?
Pero el
problema es el siguiente: aunque los directivos de Wall Street sean críos
mimados, son críos mimados con un poder y una riqueza inmensos a su
disposición. Y lo que están intentando hacer con ese poder y esa riqueza ahora
mismo es comprarse no solo políticas que redunden en su beneficio, sino
inmunidad ante las críticas.
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