Alejandro Nadal / La Jornada
Argentina está hoy en el centro de atención por la nacionalización de 51 por ciento de las acciones de Repsol-YPF. Es una medida notable y marca un cambio decidido frente a los esquemas del modelo neoliberal. Pero mucho más importante fue la decisión de rescatar el sentido y prioridades de la política monetaria a través de las reformas a la ley del banco central argentino en marzo pasado.
El aspecto más sobresaliente de esas reformas es el nuevo compromiso del banco central con el crecimiento y la generación de empleo. Los cambios también establecen la necesidad de una coordinación con la política fiscal, permitiendo no sólo la utilización contracíclica de la política macroeconómica, sino su coordinación con los objetivos del desarrollo económico nacional.
Durante los años noventa el régimen monetario argentino (aplaudido por los tecnócratas del salinismo) descansó en una junta monetaria. Se impuso un brutal sesgo procíclico a la política monetaria, siempre bajo el disfraz de combatir la inflación y frenar el uso ‘irresponsable’ de la emisión de moneda. Ese régimen descansaba sobre la liberalización financiera y el libre flujo de capitales. En realidad, estaba comprometido con la especulación y la inversión improductiva. Al poco tiempo el modelo hizo crisis: en 1998-99 el PIB se derrumbó, la inflación se disparó y el déficit externo creció de manera desorbitada. La crisis económica se transformó en una debacle política.
La recuperación argentina estuvo marcada por las cicatrices que había dejado el neoliberalismo. La desindustrialización dio paso a un proceso de reprimarización, en especial con las exportaciones de soja transgénica que tiene un altísimo costo ambiental sobre la pampa argentina. Dicho esquema estuvo marcado por su vulnerabilidad y débil sustentabilidad. Para cambiar el modelo era indispensable recuperar el manejo de los principales componentes de la estrategia de desarrollo, comenzando por la política macroeconómica.
En 2010 el gobernador del banco central argentino se negó a utilizar las reservas para pagar un tramo de la deuda pública externa. La señora Kirchner lo reemplazó y procedió con su plan para enfrentar 6 mil 500 millones de dólares de vencimientos. Por eso, otro mensaje clave de la reforma es que se debe permitir un manejo racional de la deuda pública, sin sacrificar la economía en el altar de los dioses financieros.
¿Cuáles son las lecciones para México? Primero, es indispensable rescatar la política monetaria para introducir cambios significativos en la economía mexicana, cambios que se traduzcan en mejoras en el bienestar de la población. Durante los últimos 20 años las políticas monetaria y fiscal han estado sometidas a los dictados del capital financiero, sin importar los efectos negativos sobre la economía real. La recuperación de la política monetaria tiene que pasar por una reforma en la ley del Banco de México. Esa ley consagra un régimen de supuesta autonomía, que coloca al instituto monetario por encima del régimen democrático y del imperio de la ley. Un ejemplo de lo anterior fue la violación de la legislación federal en el rescate bancario a raíz de la crisis de 1994-95, con la complicidad de las autoridades del Banco de México y en pleno régimen de "autonomía" del banco central.
El control de la inflación se alcanzó reprimiendo la demanda agregada (vía tasas de interés altas y una cruel contracción salarial) y a través de la sobrevaluación del tipo de cambio, que fue usada como ancla del sistema de precios. Se sacrificó el crecimiento, el empleo y la salud de las cuentas externas. Y los logros han sido efímeros: cuando fue necesario un ajuste cambiario, la inflación se desbordó, exhibiendo la fragilidad del paquete de política macroeconómica neoliberal. El mandato dogmático sobre estabilidad de precios debe reemplazarse por objetivos más amplios sobre crecimiento, estabilidad del sistema económico y financiero, así como de justicia social.
Un punto que no se puede dejar de lado es el control sobre los flujos de capital. Estos controles son indispensables para recobrar el control sobre la tasa de interés y el tipo de cambio. Sin reformas a la ley del banco central no es posible establecer un régimen de control sobre la inversión de cartera. Una cosa es segura: afirmar que se mantendrá sin cambios la ley orgánica del Banco de México es una forma de garantizar que el modelo neoliberal permanecerá igual.
En síntesis, la máxima autoridad monetaria no puede estar por encima del Estado mexicano. Hoy el mundo está envuelto en una megacrisis financiera y económica. Es la crisis del modelo neoliberal. Los dogmas neoliberales han sido expuestos como lo que son, fetiches que nunca resistieron la luz del día. Pero la derecha ha decidido que la mejor estrategia es pasar a la ofensiva, como si su modelo económico de basura no estuviera en el origen de esta crisis. Así, sus candidatos a la Presidencia de México reclaman más neoliberalismo. La izquierda debe marcar un derrotero distinto.
Argentina está hoy en el centro de atención por la nacionalización de 51 por ciento de las acciones de Repsol-YPF. Es una medida notable y marca un cambio decidido frente a los esquemas del modelo neoliberal. Pero mucho más importante fue la decisión de rescatar el sentido y prioridades de la política monetaria a través de las reformas a la ley del banco central argentino en marzo pasado.
El aspecto más sobresaliente de esas reformas es el nuevo compromiso del banco central con el crecimiento y la generación de empleo. Los cambios también establecen la necesidad de una coordinación con la política fiscal, permitiendo no sólo la utilización contracíclica de la política macroeconómica, sino su coordinación con los objetivos del desarrollo económico nacional.
Durante los años noventa el régimen monetario argentino (aplaudido por los tecnócratas del salinismo) descansó en una junta monetaria. Se impuso un brutal sesgo procíclico a la política monetaria, siempre bajo el disfraz de combatir la inflación y frenar el uso ‘irresponsable’ de la emisión de moneda. Ese régimen descansaba sobre la liberalización financiera y el libre flujo de capitales. En realidad, estaba comprometido con la especulación y la inversión improductiva. Al poco tiempo el modelo hizo crisis: en 1998-99 el PIB se derrumbó, la inflación se disparó y el déficit externo creció de manera desorbitada. La crisis económica se transformó en una debacle política.
La recuperación argentina estuvo marcada por las cicatrices que había dejado el neoliberalismo. La desindustrialización dio paso a un proceso de reprimarización, en especial con las exportaciones de soja transgénica que tiene un altísimo costo ambiental sobre la pampa argentina. Dicho esquema estuvo marcado por su vulnerabilidad y débil sustentabilidad. Para cambiar el modelo era indispensable recuperar el manejo de los principales componentes de la estrategia de desarrollo, comenzando por la política macroeconómica.
En 2010 el gobernador del banco central argentino se negó a utilizar las reservas para pagar un tramo de la deuda pública externa. La señora Kirchner lo reemplazó y procedió con su plan para enfrentar 6 mil 500 millones de dólares de vencimientos. Por eso, otro mensaje clave de la reforma es que se debe permitir un manejo racional de la deuda pública, sin sacrificar la economía en el altar de los dioses financieros.
¿Cuáles son las lecciones para México? Primero, es indispensable rescatar la política monetaria para introducir cambios significativos en la economía mexicana, cambios que se traduzcan en mejoras en el bienestar de la población. Durante los últimos 20 años las políticas monetaria y fiscal han estado sometidas a los dictados del capital financiero, sin importar los efectos negativos sobre la economía real. La recuperación de la política monetaria tiene que pasar por una reforma en la ley del Banco de México. Esa ley consagra un régimen de supuesta autonomía, que coloca al instituto monetario por encima del régimen democrático y del imperio de la ley. Un ejemplo de lo anterior fue la violación de la legislación federal en el rescate bancario a raíz de la crisis de 1994-95, con la complicidad de las autoridades del Banco de México y en pleno régimen de "autonomía" del banco central.
El control de la inflación se alcanzó reprimiendo la demanda agregada (vía tasas de interés altas y una cruel contracción salarial) y a través de la sobrevaluación del tipo de cambio, que fue usada como ancla del sistema de precios. Se sacrificó el crecimiento, el empleo y la salud de las cuentas externas. Y los logros han sido efímeros: cuando fue necesario un ajuste cambiario, la inflación se desbordó, exhibiendo la fragilidad del paquete de política macroeconómica neoliberal. El mandato dogmático sobre estabilidad de precios debe reemplazarse por objetivos más amplios sobre crecimiento, estabilidad del sistema económico y financiero, así como de justicia social.
Un punto que no se puede dejar de lado es el control sobre los flujos de capital. Estos controles son indispensables para recobrar el control sobre la tasa de interés y el tipo de cambio. Sin reformas a la ley del banco central no es posible establecer un régimen de control sobre la inversión de cartera. Una cosa es segura: afirmar que se mantendrá sin cambios la ley orgánica del Banco de México es una forma de garantizar que el modelo neoliberal permanecerá igual.
En síntesis, la máxima autoridad monetaria no puede estar por encima del Estado mexicano. Hoy el mundo está envuelto en una megacrisis financiera y económica. Es la crisis del modelo neoliberal. Los dogmas neoliberales han sido expuestos como lo que son, fetiches que nunca resistieron la luz del día. Pero la derecha ha decidido que la mejor estrategia es pasar a la ofensiva, como si su modelo económico de basura no estuviera en el origen de esta crisis. Así, sus candidatos a la Presidencia de México reclaman más neoliberalismo. La izquierda debe marcar un derrotero distinto.
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