FEDERICO REYES HEROLES / REFORMA
Quizá la pregunta inicial debiera ser, ¿en qué consiste la riqueza de las naciones? Durante siglos de historia escrita, quizá hasta la aparición de la primera Revolución Industrial, se consideró que los recursos naturales eran la fuente de la riqueza primordial. La extensión territorial era el principal símbolo de poder y de riqueza. Guerras fueron y vinieron para retener o conquistar territorios. Desde Alejando Magno o el imperio romano, hasta Napoleón y en algún sentido también Hitler, fueron presas de la idea de extensión como triunfo y enriquecimiento. En ese sentido los recursos naturales jugaban un papel central. Puertos, minas, rutas comerciales, las grandes extensiones territoriales inclinaron la brújula de muchas decisiones.
Los imperios fueron producto de esa concepción: crecer para fortalecerse. Pero a la mayoría de los protagonistas de esas aventuras a la larga no les fue muy bien. El desmoronamiento imperial es una historia triste que contamos muy poco, léase España, Portugal, Gran Bretaña, para recordar otros ejemplos más recientes. El tratamiento hacia la riqueza de cada nación es una historia apasionante. Cito un caso documentado por ese gran historiador que es Simon Shama sobre lo que hoy llamamos los países bajos, The Embarassment of Riches. De nuevo las revoluciones industriales cambiaron los parámetros. Es cierto que las dos mayores potencias económicas del mundo hoy tienen extensiones territoriales enormes, China y Estados Unidos. Pero también lo es que la tercera, cuarta y quinta, (Japón, Alemania y Francia) no se caracterizan por eso y que otras naciones como India, Indonesia, Australia, Argentina o Venezuela no están en la lista a pesar de su extensión. El asunto se vuelve evidente cuando observamos el IDH, (Índice de Desarrollo Humano) ideado por Amartya Sen que mide calidad de vida. El primer lugar lo ocupa Noruega que no se caracteriza en su extensión territorial. O sea que la dotación natural ayuda, pero no lo es todo.
Hay autores como David S. Landes (La Pobreza y la Riqueza de las
Naciones) que han indagado sobre las otras condiciones imprescindibles
para la creación de riqueza como por ejemplo la capacidad de desarrollar
nuevas tecnologías y la protección inviolable de los derechos que de
ahí se derivan. La dotación natural no lo es todo.
Hay países altamente dotados por la naturaleza que siguen en la
pobreza y otros en condiciones muy difíciles han salido adelante. Lo
primero es quizá reconocer esas dotaciones y explotarlas de la forma
debida. México es en eso un saco de contradicciones. No tenemos una gran
dotación de tierras con vocación agrícola, pero nos empeñamos en ser un
país de campesinos. Tenemos una vocación natural silvícola -más del 20%
del territorio- pero nos damos el lujo de importar celulosa y papel.
Nos rodean los mares, pero como dijera don Carlos Bosch, les hemos dado
la espalda. Los estados del Norte, con porciones muy amplias de
desierto, son en lo general prósperos y los del sur, con grandes
riquezas naturales son los más pobres. Algo no cuadra.
The Economist (abril 21, 2012) habla ya de la tercera revolución
industrial derivada de las capacidades de diseño que las nuevas
tecnologías brindan. Pero hay otra de la cual se habla poco: la
bioeconomía, es decir la brutal capacidad de generar riqueza a partir de
los conocimientos genómicos. Para sintetizar, las tasas de retorno a la
inversión en esa rama han alcanzado el 141%, niveles inimaginables en
muchas ramas industriales. Pero claro la bioeconomía, la genética, tiene
condicionantes naturales. La biodiversidad, término por fortuna
introducido en México por José Sarukhán, es la plataforma de despegue.
Hay países hoy muy ricos con poca biodiversidad. Hay otros pobres con un
enorme potencial en esa rama. México es uno de ésos. Pero claro, de
nuevo, "Dios da el agua, pero no la entuba". De nada sirve tener los
recursos naturales si no sabemos usarlos de manera adecuada.
Recientemente se publicó un texto multidisciplinario, (Genómica y
bioeconomía, Colmex- Colegio Nacional) que desnuda la gran oportunidad,
pero también la enorme responsabilidad que tiene México en ese tema.
Siendo el quinto país en biodiversidad, México puede convertirse en una
potencia en bioeconomía. No exagero. Y esa nueva potencia no habla de
algo abstracto e inasible, sino de nuevas empresas, de muchos más
empleos, de generación de riqueza, de disminución de la pobreza, de una
sociedad más justa. Eso es lo más importante. No llegamos a la cita con
la primera revolución industrial, ni con la segunda, no me queda claro
que estemos a tiempo para incorporarnos a la que The Economist llama la
tercera, pero la cuarta está frente a nosotros. Ante advertencia no hay
engaño. Si se nos va ésta no tendremos disculpa.
Hace unas semanas un grupo lanzamos una lista de preguntas concretas
para los candidatos. Agregaría una. Me gustaría saber qué proyectos
tienen los candidatos a la presidencia sobre bioeconomía. Nada más.
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