Juan Ramón
Caridad / elEconomista.es
¿Se han preguntado alguna vez por la diferencia entre
ser bonita y ser accionista de una compañía? Lo digo porque en ello radica gran
parte del epicentro de la última réplica del terremoto financiero que estamos
viviendo, y es fundamental para entender lo que ocurre. Es además la clave para
comprender la reacción de los acreedores internacionales, para poder valorar
por qué nuestra prima de riesgo sufre las convulsiones por todos conocidas y
por qué el mercado se inquieta cuando se ensalza el crecimiento económico por
parte de algún político.
Todo el mundo, desde Holanda a España, desde el más
conservador de los asesores de la señora Merkel al más radical del equipo
económico del señor Hollande, quiere crecer. Yo también, y por eso cada vez que
me encuentro con un inversor europeo le digo que España y Portugal son dos
grandes países, que tengan confianza y nos den tiempo; pero no basta con eso.
Crecer queremos todos, pero... ¿cómo?
La gran variable, que falta en las declaraciones
electoralistas sobre el deseo de crecimiento, es saber a qué precio y quién lo
financia. Toda
inversión, pública o privada, orientada a crecer tiene su riesgo y el problema
radica en que si no tenemos dinero para poder llevarla a cabo nosotros mismos,
y hay que pedirles a los acreedores internacionales que nos den más pasta, el
asunto se complica. Hay que empezar a hablar de multiplicadores y ROE
(rendimientos sobre el capital, por sus siglas inglesas), de elasticidades y de
efecto sustitución y hay que asumir nuevos costes de financiación (más prima de
riesgo) que pagamos todos.
Para que se me entienda claramente: un accionista lo
que espera del equipo directivo de una empresa cotizada es que invierta su dinero
en proyectos con potencial futuro. Comprende que entra dentro de lo posible que
pueda perder parte de su dinero cuando las cosas salen mal, porque su potencial
ganancia es ilimitada si la compañía crece. Un bonista, por el contrario, como
sabe que su rentabilidad está limitada al pago del cupón, odia que se hable de
crecimientos, de asumir nuevos riesgos, de subidas de sueldos, y solo quiere
que la empresa siga haciendo lo que hace al presente y que se limite a pagar
con ello lo que se debe más los intereses. Nada más.
Los mercados, es decir, la gente que nos financia hoy
en día (y que es a la que hay que pedir más dinero si cambiamos la palabra
ajuste por crecimiento en el discurso político) son puros y duros bonistas. A
los que nos gustaría crecer es a nosotros (porque somos accionistas sociales
que aspiran a vivir mejor), pero intentarlo cuesta dinero y a los acreedores,
como responsables bonistas, no les gusta la idea en absoluto. Crecer no es
gratis y a la gente no se le está diciendo la verdad, o se le dice una
verdad a medias, cuando se proclama que no hay que apretarse el cinturón porque
hay que apostar por el crecimiento. Una cosa no quita la otra cuando tu país es
dependiente de que lo refinancien un año sí y otro también.
Francia y Holanda ya están pagando por decir medias
verdades, aunque electoralmente gusta, y a nosotros nos está afectando muy
negativamente. El señor Mark Rutte ya es exprimer ministro holandés, y las
primas de riesgo de media Europa se han disparado automáticamente. Contestar
con propiedad a si hay que adeudarse más para salir del lío en el que estamos
metidos es un asunto tremendamente técnico y delicado. La palabra la tienen los
técnicos del Ministerio de Economía y de Hacienda, que son gente muy
capacitada. Los políticos deben hacerles más caso que nunca, aunque a alguno
tristemente le cueste las elecciones si el análisis da como resultado que no
nos lo podemos permitir.
Cuánto más, y durante más tiempo, se digan medias
verdades a la gente peor lo van a pasar los de siempre: los ciudadanos de a
pie. Crecer rápidamente queremos todos; la clave es cuánto cuesta, quién lo
financia y a qué coste. Y, si apostamos por endeudarnos más, los
ahorradores tienen que tener mucho cuidado con las inversiones en activos con
poca liquidez, porque tienen muchas papeletas para sufrir de lo lindo si el BCE
no le vuelve a dar a la maquinita de hacer dinero a discreción.
Juan Ramón Caridad, director general de Swiss &
Global España.
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