sábado, 28 de abril de 2012

ASOMBRO, DESESPERACIÓN... Y TRAGEDIA

RENÉ DELGADO / REFORMA

Elba Esther Gordillo advierte cuarteaduras en los cimientos de su imperio, ante las cuales -para su fortuna- sus adversarios se hacen de la vista gorda. Vicente Fox sale a la palestra porque le gusta, pero también para mandar señales de entendimiento a Enrique Peña por lo que se ofrezca. Felipe Calderón, al parecer, duda en abrir el fuego político porque nada asegura que Josefina Vázquez reciba el beneficio colateral. Ella, a su vez, se pregunta si se rompió el timón después de haber dado el golpe. Enrique Peña pide elevar el nivel del blindaje de su campana de cristal para continuar su espectacular campaña. Y Andrés Manuel López Obrador busca a quién más extenderle su mano franca.
Entre el asombro y la desesperación de los políticos, la ciudadanía mira cómo se queman los bosques, cómo la corrupción es un fenómeno extrañísimo en México porque sólo hay corruptores, pero no corrompidos, cómo la deuda de los estados crece sin que nadie la pueda evitar, cómo los tráileres ponen su cuota de sangre, cómo el crimen desatiende la veda electoral y cómo la administración calderonista se encuentra indignadísima ante tanto desastre y ordena investigar a la Procuraduría General que, de seguro, presentará como presunta responsable a la Divina Providencia.
A muy difíciles problemas, Elba Esther Gordillo le ha encontrado solución. Cicatrices de toda índole le dejó construir su imperio político. Esta vez, sin embargo, percibe su fragilidad y se muestra desesperada, desposeída de la imaginación y la creatividad que más de una vez sellaron su actuación.
En la víspera de esta elección, la lideresa magisterial cometió cuatro errores que hoy comprometen la sobrevivencia política, cuando menos de su partido. Sobrecotizó el valor de su fuerza y no pudo continuar su alianza con el panismo ni asegurarla con el priismo. Calculó mal la designación de la dirección del partido, del príncipe de chocolate a la Presidencia y de la familia y los leales al Congreso y, ahora, están en juego el registro, las prerrogativas y la utilidad de su creatura política, el Panal. Minusvaloró el radicalismo de la disidencia interna en el gremio magisterial que, ahora, presiona su actuación hasta emparentarla con ella. Y, a esos tres errores, sumó el principal: avezada en el trato con los políticos, desconsideró el crecimiento de la corriente de opinión pública y de participación social, harta de su cacicazgo en la política educativa.
Hoy, a la emperatriz magisterial la asedian los problemas y, habiéndose soltado del trapecio albiazul, no halla cómo alcanzar el tricolor. Está en el aire, la red de protección es el sindicato, no el partido y olfatea el peligro. Su situación es de enorme vulnerabilidad pero, como no hay decisión política ni en la administración ni en el partido de la administración como tampoco en el partido tricolor para encararla y quebrar su poderío, Elba Esther Gordillo puede sobrevivir.
Hay una oportunidad para las organizaciones que exigen la mejora de la calidad educativa para desmantelar el imperio, pero falta el apoyo firme de Enrique Peña y Josefina Vázquez Mota así como de la administración calderonista para actuar ante la fragilidad de la maestra y darle esa oportunidad a la educación. Y es que estos últimos la odian tanto como la quieren.
Elba Esther Gordillo está frente a su propia evaluación política y no sabe qué contestar. Se desespera.
Sin desconocer su gusto por los micrófonos y los reflectores, Vicente Fox reaparece en escena. Su nuevo sketch, donde critica a su partido y saluda a Enrique Peña, se puede leer de dos maneras.
La primera lectura es la que sugiere el mismo comediante político: critica al calderonismo, a su partido y a su candidata al tiempo que saluda al priista Enrique Peña con el ánimo de provocar, a partir del desplante, una reacción positiva por parte de los suyos. Los quiero despertar, le dice a Pedro Ferriz. Suena bien.
La segunda lectura es de quienes lo conocen muy de cerca. Vicente Fox da por derrotada a Josefina Vázquez Mota y, sí, le besa la mano pero no se pone a sus pies porque, ante la evidencia, quiere tender puentes de entendimiento con Enrique Peña. No es para menos, ya ve al priista en Los Pinos y no quisiera verlo revisar el pasado, donde Martita, sus hijos y probablemente él no quedarían tan bien parados.
No deja de ser curioso que, ahora, el hombre de las botas le tema a las víboras prietas y a las tepocatas y pretenda encantar serpientes.
El administrador de la República, Felipe Calderón, va y viene, no sabe cómo salir del laberinto en que se encuentra.
Las cosas no se le han dado como quisiera. El resumen de su gestión es simple: ganó su elección sin conquistar el poder, perdió al partido sin ganar el gobierno y, por como pintan las cosas, la sucesión no viene como quisiera. La administración se le deshace entre las manos, el partido no logra articularse, la candidata no funciona, el crimen no respeta la veda electoral y la deuda de sangre es enorme.
En esa circunstancia, sacar la bazooka política -por decirlo como le gusta- con los "guardaditos" con que supuestamente cuenta, implica un riesgo: sin tener asegurado que con la cobertura de la artillería avance su candidata, la bazooka se puede convertir en boomerang y, entonces, el fuego graneado de hoy podría recibirlo de vuelta mañana. Y mañana, fuera de Los Pinos, sin la investidura ni los recursos de la administración, los días serán muy distintos.
Sacar o guardar la bazooka, he ahí la cuestión... sin desconocer que el primero de diciembre ya se vislumbra en el calendario.
Enrique Peña Nieto, Andrés Manuel López Obrador y Josefina Vázquez Mota afinan y ajustan sus estrategias pero, en el fondo, no tienen muy claras las condiciones del terreno que pisan.
Saben que, después del debate, se intensificará el fragor, el fuego y el calor de la campaña electoral, reconocen como algo natural ese destino pero no tienen control sobre lo imprevisible y, hoy, lo imprevisible es lo más previsible en el paisaje político y social mexicano. Traen cara de asombro y gestos de desesperación frente a la compleja realidad que los avasalla, pero no acaban de entender la tragedia que vive la ciudadanía.
La ciudadanía sobrelleva su propia tragedia. Parte de ella propone protestar no yendo a las urnas, otra propone protestar yendo a las urnas. Rebota ante la calamidad de una clase política que frente al incendio social mira el fuego como si fuera el calor del hogar.

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