RENÉ DELGADO / REFORMA
Elba Esther Gordillo advierte cuarteaduras en los cimientos de su
imperio, ante las cuales -para su fortuna- sus adversarios se hacen de
la vista gorda. Vicente Fox sale a la palestra porque le gusta, pero
también para mandar señales de entendimiento a Enrique Peña por lo que
se ofrezca. Felipe Calderón, al parecer, duda en abrir el fuego político
porque nada asegura que Josefina Vázquez reciba el beneficio colateral.
Ella, a su vez, se pregunta si se rompió el timón después de haber dado
el golpe. Enrique Peña pide elevar el nivel del blindaje de su campana
de cristal para continuar su espectacular campaña. Y Andrés Manuel López
Obrador busca a quién más extenderle su mano franca.
Entre el asombro y la desesperación de los políticos, la ciudadanía
mira cómo se queman los bosques, cómo la corrupción es un fenómeno
extrañísimo en México porque sólo hay corruptores, pero no corrompidos,
cómo la deuda de los estados crece sin que nadie la pueda evitar, cómo
los tráileres ponen su cuota de sangre, cómo el crimen desatiende la
veda electoral y cómo la administración calderonista se encuentra
indignadísima ante tanto desastre y ordena investigar a la Procuraduría
General que, de seguro, presentará como presunta responsable a la Divina
Providencia.
A muy difíciles problemas, Elba Esther Gordillo le ha encontrado
solución. Cicatrices de toda índole le dejó construir su imperio
político. Esta vez, sin embargo, percibe su fragilidad y se muestra
desesperada, desposeída de la imaginación y la creatividad que más de
una vez sellaron su actuación.
En la víspera de esta elección, la lideresa magisterial cometió
cuatro errores que hoy comprometen la sobrevivencia política, cuando
menos de su partido. Sobrecotizó el valor de su fuerza y no pudo
continuar su alianza con el panismo ni asegurarla con el priismo.
Calculó mal la designación de la dirección del partido, del príncipe de
chocolate a la Presidencia y de la familia y los leales al Congreso y,
ahora, están en juego el registro, las prerrogativas y la utilidad de su
creatura política, el Panal. Minusvaloró el radicalismo de la
disidencia interna en el gremio magisterial que, ahora, presiona su
actuación hasta emparentarla con ella. Y, a esos tres errores, sumó el
principal: avezada en el trato con los políticos, desconsideró el
crecimiento de la corriente de opinión pública y de participación
social, harta de su cacicazgo en la política educativa.
Hoy, a la emperatriz magisterial la asedian los problemas y,
habiéndose soltado del trapecio albiazul, no halla cómo alcanzar el
tricolor. Está en el aire, la red de protección es el sindicato, no el
partido y olfatea el peligro. Su situación es de enorme vulnerabilidad
pero, como no hay decisión política ni en la administración ni en el
partido de la administración como tampoco en el partido tricolor para
encararla y quebrar su poderío, Elba Esther Gordillo puede sobrevivir.
Hay una oportunidad para las organizaciones que exigen la mejora de
la calidad educativa para desmantelar el imperio, pero falta el apoyo
firme de Enrique Peña y Josefina Vázquez Mota así como de la
administración calderonista para actuar ante la fragilidad de la maestra
y darle esa oportunidad a la educación. Y es que estos últimos la odian
tanto como la quieren.
Elba Esther Gordillo está frente a su propia evaluación política y no sabe qué contestar. Se desespera.
Sin desconocer su gusto por los micrófonos y los reflectores, Vicente
Fox reaparece en escena. Su nuevo sketch, donde critica a su partido y
saluda a Enrique Peña, se puede leer de dos maneras.
La primera lectura es la que sugiere el mismo comediante político:
critica al calderonismo, a su partido y a su candidata al tiempo que
saluda al priista Enrique Peña con el ánimo de provocar, a partir del
desplante, una reacción positiva por parte de los suyos. Los quiero
despertar, le dice a Pedro Ferriz. Suena bien.
La segunda lectura es de quienes lo conocen muy de cerca. Vicente Fox
da por derrotada a Josefina Vázquez Mota y, sí, le besa la mano pero no
se pone a sus pies porque, ante la evidencia, quiere tender puentes de
entendimiento con Enrique Peña. No es para menos, ya ve al priista en
Los Pinos y no quisiera verlo revisar el pasado, donde Martita, sus
hijos y probablemente él no quedarían tan bien parados.
No deja de ser curioso que, ahora, el hombre de las botas le tema a
las víboras prietas y a las tepocatas y pretenda encantar serpientes.
El administrador de la República, Felipe Calderón, va y viene, no sabe cómo salir del laberinto en que se encuentra.
Las cosas no se le han dado como quisiera. El resumen de su gestión
es simple: ganó su elección sin conquistar el poder, perdió al partido
sin ganar el gobierno y, por como pintan las cosas, la sucesión no viene
como quisiera. La administración se le deshace entre las manos, el
partido no logra articularse, la candidata no funciona, el crimen no
respeta la veda electoral y la deuda de sangre es enorme.
En esa circunstancia, sacar la bazooka política -por decirlo como le
gusta- con los "guardaditos" con que supuestamente cuenta, implica un
riesgo: sin tener asegurado que con la cobertura de la artillería avance
su candidata, la bazooka se puede convertir en boomerang y, entonces,
el fuego graneado de hoy podría recibirlo de vuelta mañana. Y mañana,
fuera de Los Pinos, sin la investidura ni los recursos de la
administración, los días serán muy distintos.
Sacar o guardar la bazooka, he ahí la cuestión... sin desconocer que el primero de diciembre ya se vislumbra en el calendario.
Enrique Peña Nieto, Andrés Manuel López Obrador y Josefina Vázquez
Mota afinan y ajustan sus estrategias pero, en el fondo, no tienen muy
claras las condiciones del terreno que pisan.
Saben que, después del debate, se intensificará el fragor, el fuego y
el calor de la campaña electoral, reconocen como algo natural ese
destino pero no tienen control sobre lo imprevisible y, hoy, lo
imprevisible es lo más previsible en el paisaje político y social
mexicano. Traen cara de asombro y gestos de desesperación frente a la
compleja realidad que los avasalla, pero no acaban de entender la
tragedia que vive la ciudadanía.
La ciudadanía sobrelleva su propia tragedia. Parte de ella propone
protestar no yendo a las urnas, otra propone protestar yendo a las
urnas. Rebota ante la calamidad de una clase política que frente al
incendio social mira el fuego como si fuera el calor del hogar.
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