Jorge Zepeda Patterson / El Universal
Calderón dijo hace algunos días que la
migración de trabajadores mexicanos a Estados Unidos cayó gracias a las
oportunidades que su gobierno ha creado en materia de empleo. O sea, ya
lo estamos perdiendo. Se necesita una enorme dosis de negación de la
realidad, para no ver la obviedad de los verdaderos motivos: la
contracción de la economía de nuestro vecino, el endurecimiento de las
leyes migratorias y la severidad de la vigilancia en la frontera.
Para
infortunio de Calderón apenas acababa de colocarse la estrellita en la
frente, cuando Janet Napolitano, del comité de seguridad interna
estadounidense entregó el miércoles pasado un reporte puntual sobre el
tema. En efecto la salida de mexicanos ha descendido 53 por ciento en
tres años, pero eso es porque los agentes fronterizos han aumentado a
casi al doble (10 mil a 19 mil), se comenzó a aplicar tecnología punta
en la vigilancia y las sanciones a los empleadores de ilegales crecieron
exponencialmente. No es el empleo en México lo que ha crecido como
quiere hacernos creer el presidente, sino el desempleo en Estados
Unidos.
En descargo de Calderón habría que decir que por lo
general todos los soberanos suelen terminar encerrados en sus torres de
marfil. Se alimentan exclusivamente de la información “a modo” que les
ofrece el círculo cerrado que les rodea. Mientras existan funcionarios
que sigan respondiendo “las que usted diga, señor” a la pregunta ¿qué
horas son?, los presidentes vivirán en su burbuja personal.
Quizá
porque nunca tuvo apetito real por el poder y llegó a Los Pinos por mera
circunstancia, Ernesto Zedillo se inventó un buen recurso para escapar a
la jaula de oro. Cuando hacía giras por alguna ciudad, se tomaba media
tarde para hablar con líderes locales. Uno a uno y durante 20 minutos
por persona recibía a un rector, algún presidente de ganaderos, un
director de periódico local (era mi caso en Guadalajara), un intelectual
destacado, etc. Durante la conversación a solas, sin secretarios o
funcionarios presentes, Zedillo exhortaba a su interlocutor a externar
su opinión sobre el gobierno federal y el estado de cosas en la entidad.
Supongo que muchos elogiarían al Presidente, pero me consta que algunos
aprovechábamos la ocasión para expresar críticas y diferencias de
criterio. Luego de la primera sesión, en la que fui particularmente
severo con algunas de sus decisiones, asumí que nunca más sería invitado
a otro ejercicio similar. Para mi sorpresa tuve otras dos “encerronas”
con el Presidente giras posteriores.
Supongo que si Zedillo hizo
esto a lo largo de todo el país su visión de la realidad debió ser mucho
más rica y compleja que los descafeinados y pasteurizados reportes que
le ofrecían sus subordinados. (A mi parecer Zedillo ha sido el más
republicano de los últimos presidentes. No sólo permitió la alternancia
política y las reformas que llevaron a ella, contra la opinión de buena
parte de su partido; me parece también que ha sido el menos avorazado en
términos de corrupción y enriquecimiento personal. Para su desgracia y
la de todos los mexicanos, cometió el más grande error de la historia
moderna del país: el brutal endeudamiento derivado del Fobaproa. Y no es
el rescate financiero lo que se cuestiona, sino la manera abusiva en
que fue aplicado, pero esa es otra historia).
Abrirse a otra
información no ha sido el fuerte de Calderón. En los cuatro encuentros
en los que he participado por razones periodísticas durante su
presidencia, el michoacano se ha caracterizado por su propensión a
polemizar. Los testimonios concuerdan; el Presidente utiliza toda
conversación o encuentro en palestra unilateral para difundir sus
razones. Oye pero no escucha. Mucho menos a sus subordinados que viven
atemorizados por sus regaños o sus reacciones iracundas frente a
reportes adversos. En beneficio del mandatario habría que decir que en
algunas materias parece un profundo conocedor de los detalles. Siempre
maneja cifras y conoce la legislación respectiva. Pero es una selección
de estadísticas invariablemente parcial; sólo aquellas que favorecen sus
argumentos.
Hace una semana Calderón aseguró en Washington que la
providencia había colocado a la “gente acertada en el momento
adecuado”, refiriéndose a su cruzada personal en contra del Narco. Nunca
fue fácil dialogar con el Presidente, mucho menos ahora que recurre a
explicaciones de origen celestial, para justificar sus actos. No hay
manera de cuestionar y mucho menos de modificar su estrategia contra el
crimen organizado si, como él dice, es resultado de la volunta divina.
Mala cosa cuando la desinformación y el fundamentalismo terminan
generando un universo paralelo. La Disneylandia de Fox me resultaba más
inofensiva y frívola que ésta extraña Calderolandia en la que se está
deslizando el Presidente.
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