Las empresas
estatales de países emergentes ganan terreno a las multinacionales occidentales
La presencia china crece en los campos de
producción de todo el mundo
Las compañías nacionales tienen el 77% de las
reservas probadas
Fernando Barciela Madrid / El País
Plataforma
de Petrobras en aguas de Brasil. / Sergio Moraes (Reuters)
Lejos quedan los tiempos en que las Siete
Hermanas, encabezadas por Shell y Mobil, dominaban no ya el negocio del
petróleo, sino países enteros. Además de poner y quitar Gobiernos, las grandes
multinacionales occidentales controlaban todo el proceso petrolero, desde los
pozos de Oriente Próximo, África o Irán hasta la última estación de servicio de
cualquier pueblo perdido de Arkansas o la Toscana. Todo indica que esa
hegemonía ha dejado de existir o está seriamente amenazada. Las compañías de los
países petroleros —y emergentes—, aprendices de brujo hace dos o tres décadas,
se miden ahora de igual a igual con las multinacionales de antes, hasta el
punto de que ya se habla de las nuevas Siete Hermanas, gigantes como la
brasileña Petrobras o la rusa Gazprom.
Aún
están lejos, pero se dice que es cosa de cinco años para que se alcen a los
primeros puestos de los rankings de Fortune o Forbes. De
momento, le han bastado 15 años para provocar un revolcón en el sector.
Mientras en 1996 había solo 4 petroleras nacionales entre las 20 primeras del
mundo (ninguna entre las 5 primeras), el año pasado eran ya 9 (y 2 chinas,
entre las 5 más grandes).
Al tiempo
que Shell o Exxon triplicaban sus ventas, Petrobras las multiplicaba por siete
y Gazprom por seis. Otras, como las chinas Sinopec y CNPC (con 510.000 millones
de dólares de ventas), la rusa Lukoil o la malaya Petronas, ni aparecían entre
las 20 grandes en 1996.
Varias razones
explicarían, según los expertos, esta escalada: el fuerte alza del consumo, en el
caso de las chinas; los descubrimientos de hidrocarburos, en el caso de las
rusas, y, en general, un mayor protagonismo de estas compañías, en especial las
de los países productores, en el sector energético de sus países. Aun cuando
pocos han imitado a México —Pemex es un monopolio—, casi todos han seguido la
tendencia de atribuir el control absoluto de los recursos a las compañías del
país. Además de controlar férreamente los recursos, estos Estados han tratado
de minimizar la presencia de las compañías occidentales. Venezuela y Rusia han
reducido la presencia en sus campos de compañías como Exxon Mobil y Shell, lo
que en el caso de esta última tuvo un impacto muy negativo sobre sus reservas.
Lo mismo le pasó a Repsol en Bolivia, donde las reservas pertenecientes a la
compañía fueron nacionalizadas en 2006.
China tiene
una presencia creciente en los campos de producción de todo el mundo —en
detrimento de las occidentales— por razones políticas (afinidades en política
exterior) o porque ofrecen más dinero. Está ocurriendo en Rusia, en Venezuela,
en Argelia, en Irán… Al ser empresas de propiedad estatal, o tener el encargo
básico de conseguir crudo, hacen ofertas más generosas que sus rivales. Cuando
Libia hizo hace años una subasta para prospección offshore en el
Mediterráneo, las empresas estatales asiáticas se hicieron con buena parte de
los contratos. Todo lo cual ha llevado a que, según un estudio del James Baker
Institute, estas compañías “acaparaban ya en 2007 el 77% de las reservas
probadas, mientras las occidentales quedaban reducidas a menos del 10%”.
Las
compañías del sur han aprendido mucho en las últimas décadas. Por ejemplo, a
financiarse en los mercados internacionales y a hacer uso de la externalización
para suplir su falta de tecnología. Un Estado puede hoy producir petróleo casi
sin firmas propias. Hay centenares de empresas de ingeniería, equipos,
construcción o servicios dispuestas a trabajar, buscando incluso financiación.
Las llamadas empresas de drilling, de las que hay varias en la Bolsa de
Nueva York, se encargan, bajo contrato, de cualquier tarea de perforación. De
resultas de esto, a las compañías occidentales se les ha asignado con
frecuencia un papel secundario. Ayudar en la exploración y producción cuando
sea necesario, sobre todo en los casos en que la producción (aguas profundas,
arenas betuminosas) resulta complicada. Las condiciones de producción son cada
vez más severas para estas empresas. “Además de que exigen quedarse con la
mayoría en los proyectos”, explica un directivo de una de ellas, “el porcentaje
de barriles que se quedan las nacionales ha pasado del 80% de hace años al 90%
actual”.
Estos
cambios, unidos a un cierto estancamiento de las reservas, dificulta que las
occidentales eleven su producción propia. Entre 2009 y 2010, según el BP
Statistical Review, las reservas probadas mundiales de crudo (sin arenas
betuminosas) aumentaron solo el 0,5%. Pero el principal motivo que ha llevado a
los Estados a querer controlar sus recursos es sencillo: decidir libremente
cuándo, cuánto y dónde invertir, los precios que deseen aplicar en el mercado
interno o quiénes serán sus clientes en el exterior. De hecho, estas son las
razones que esgrime el Gobierno argentino para hacerse con YPF.
Por si eso
no fuera suficiente, las compañías de los países productores empiezan a mostrar
deseos de extender su influencia a los mercados de consumo y hacerse con
compañías y redes de distribución. La rusa Gazprom viene tratando de adquirir
compañías gasísticas en Europa Occidental (lo intentó con British Gas). La
argelina Sonatrach quiso entrar en Cepsa, compañía ahora propiedad de IPIC, un
fondo petrolero de Abu Dabi. Su entrada se está viendo facilitada por las
dificultades de las compañías de los países consumidores. Cada vez más
presionadas por los altos costes de producción y la disminución de los márgenes
disponibles, unido a las dificultades de crédito, empresas como Shell, Exxon
Mobil u otras han venido desarrollando una política de venta de redes de
estaciones, que en muchos casos acaban en manos de sus rivales, cada vez más
fortalecidos.
Muchos
analistas del sector se preguntan si las compañías de Europa y EE UU siguen
teniendo un futuro sostenible, al menos tal y como las conocemos hoy.
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