lunes, 2 de abril de 2012

EXAMEN


Enrique Gil Calvo / El País
El presidente Rajoy se enfrentó a su primer examen político la semana pasada, al concluir los cien días de gracia que se le dan a todo Gobierno tras su toma de posesión. Un examen triple, desglosado en tres pruebas cruciales. La primera se saldó con la victoria de la izquierda en las elecciones andaluzas, que le han impedido completar su dominio absoluto de la Administración autonómica al no poder acceder al Gobierno de la primera de todas. La segunda también ha supuesto un considerable éxito de los sindicatos en su masiva protesta contra la reforma laboral, que ha quedado desautorizada por haberse limitado a abaratar el despido y recortar la negociación salarial (en lugar de erradicar la precariedad y la dualización como se había prometido hacer), contribuyendo a multiplicar el desempleo todavía más. Y la tercera acaba de superarse con la tardía publicación de sus restrictivos Presupuestos para el año en curso, que dan otra vuelta de tuerca a su errada política de austeridad fiscal profundizando la recesión todavía más. Triple examen que Rajoy ha suspendido con un fuerte desgaste, dado el saldo negativo que se deduce de sus cien días de poder.

Ese balance se ha caracterizado mucho más por la continuidad que por el cambio respecto al Gobierno anterior, el último de Zapatero, lo que revela una aceptación a su pesar de la herencia recibida. En efecto, la política de austeridad fiscal es exactamente la misma que su antecesor hubo de asumir en mayo de 2010, cuando entonces parecía conveniente o al menos factible porque se anunciaba ya la recuperación económica, mientras que ahora resulta absolutamente contraproducente además de imposible (no se podrá cumplir el objetivo de déficit), ya que sus efectos procíclicos arruinarán todavía más la contracción de nuestra economía. También hay continuidad en la actitud de eludir su responsabilidad, descargando las culpas de sus fracasos sobre las espaldas de los demás (los mercados financieros y el directorio europeo así como la herencia recibida de su predecesor, culpando al despilfarro de Zapatero como este culpaba a la burbuja de Aznar). Y también hay continuidad en su incompetencia tanto al relacionarse con sus colegas europeos como al diseñar su estrategia: volveré sobre esto.

Pero no todo es continuidad pues claro que hay cambios, y quizá demasiados. Quiero decir con eso que el gran encuadre retórico (frame) con que este Gobierno ha presentado ante el público su política es el de destruir, anular, invertir y rectificar la obra del Gobierno anterior, acusado de ser el gran hacedor y único culpable de todas nuestras desgracias actuales. Es lo que se ha llamado la Contrarreforma cuasi tridentina de todos y cada uno de los ingredientes del buenismo de Zapatero, desde el aborto (con un inefable Gallardón travestido de quijote defensor del esencialismo materno) hasta la ciudadanía (encargando al tándem Wert-Lasalle la reaccionaria cruzada contra las leyes culturales y educativas) pasando por el medio ambiente (donde Arias Cañete pretende reactivar la destrucción del litoral). De ahí que se descalifique a Zapatero con el framing del padre permisivo (según la óptica de Lakoff), por haber malcriado a los ciudadanos con irresponsables despilfarros fomentando que vivieran por encima de sus posibilidades, mientras Rajoy se reviste con el framing del padre estricto, que ejercerá con rigor su deber de inculcar entre la ciudadanía la cultura del esfuerzo, la virtud de la austeridad y el espíritu de sacrificio.

En cuanto al balance político, es verdad que hay ciertas luces que brillan pese a sus evidentes sombras. Como la introducción de una cierta equidad en los ajustes fiscales (aunque el coste tributario se descargue sobre las clases profesionales) o la anunciada Ley de Transparencia (que reintroduce el silencio administrativo autorregulado a discreción sin accountabilty ni control independiente). Pero son tan pocas que predomina el oscurantismo de una ominosa penumbra. Aquí destaca el fracaso de las tres reformas estructurales exhibidas por Rajoy como emblema de su política regeneracionista: la de consolidación presupuestaria (dada la imposibilidad de cumplir el objetivo de déficit), la financiera (incapaz de sanear la solvencia de nuestra banca) y la laboral (solo destinada a destruir empleo y recortar derechos). Y aún resulta peor su fracaso estratégico cuando decidió aplazar la publicación de los Presupuestos hasta después de las elecciones andaluzas, pues solo ha logrado perderlas, permitiendo que la izquierda se recomponga, y ganarse la desconfianza de Europa y los mercados, como prueba el alza de la prima de riesgo (con sorpasso italiano) y la caída de las Bolsas. Un lamentable balance que ha malgastado en solo un trimestre todo el crédito político que Rajoy obtuvo con el poder.

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