Ciro Murayama / El Universal
La persistencia de la elevada desigualdad social en México hace que, en nuestro territorio, en un mismo año, convivan realidades que bien podrían corresponder a muy distantes momentos históricos.
Por ejemplo, Veracruz en 2010 tuvo un rezago educativo, esto es, la población que no contaba con educación básica, de 26.5%, porcentaje similar al que había en el promedio nacional en 1990 (26.6%). Así, Veracruz vive en atraso de 20 años frente a la media en este sensible indicador educativo y social.
Peor están las cosas en cuatro entidades cuyo rezago educativo es más profundo que el que registró el conjunto del país hace dos décadas: Guerrero, con 27.9%; Michoacán, 28.5%; Oaxaca, 29.9%, y Chiapas, 32.9%. Dichos estados no han conseguido todavía en 2010 colocarse en el promedio alcanzado por el país en el ya no tan cercano 1990.
En cambio, las entidades de alto ingreso tienen un rezago educativo (el DF con 9.4%, Nuevo León con 11.8% y Coahuila con 12.9%) que al conjunto del país le tomará alcanzar, de seguir las tendencias actuales, otros 20 años más. En suma, hay estados con un con atraso de 20 años y otros con una ventaja de dos décadas, por lo que puede hablarse de una diferencia en rezago educativo entre entidades de 40 años en el México de nuestros días.
El caso extremo lo brindan Chiapas y el Distrito Federal. Si se mantiene el ritmo de reducción del rezago educativo que registró Chiapas entre 1990 y 2010 (cayó en 24%), alcanzar las cifras del Distrito Federal en 2010 (frente al que tiene en la actualidad un rezago superior en 71%) le va a costar al estado del sureste unos 50 años (¡allá por 2060!).
Estas estimaciones —realizadas a través de las cifras que dio a conocer este 2 de mayo el Consejo Nacional de Evaluación de la Política Social (Coneval) a propósito del Censo 2010— permiten comprobar que en México hay, hoy día, abismos hasta de medio siglo en indicadores sociales básicos entre entidades federativas, por no hablar de la desigualdad entre los municipios, que es más cruda.
Si se considera al tiempo como el recurso escaso que es, las diferencias en años y décadas que costará a los estados pobres llegar al nivel actual de las entidades más prósperas revelan que estamos perdiendo millones de años de vidas que son condenadas al subdesarrollo, a la precariedad, a estadios de carencia que este país fue capaz de dejar atrás en el pasado en determinadas zonas.
La coexistencia de condiciones de vida de precariedad social básica, propias del pasado, con otras donde sí se aprovecha el avance de la economía y del progreso —que lo ha habido—, es una muestra más de la desigualdad extrema que se nos revela en cada indicador sobre nuestra realidad.
Las cifras del Coneval revelan que el abatimiento promedio que logra el país en las carencias sociales entre la última década del siglo XX y la primera del XXI no implica necesariamente un avance similar para todos, ni convergencia en los niveles de vida de la población o en sus oportunidades reales de bienestar. Tomando de nuevo al rezago educativo, éste se redujo en México 27% entre 1990 y 2010. Pero seis entidades avanzaron con mayor lentitud: Michoacán (-18%), Guerrero (-21%), Oaxaca (-22%), Puebla y Veracruz (-23%), así como Chiapas (24%). Mientras, el mayor progreso lo consiguen, una vez más, estados con mejor punto de inicio, por lo que la desigualdad se agudiza. ¿No será hora de preguntarse la pertinencia de la política social articulada alrededor de la focalización, tal como se ha desplegado precisamente en estas dos décadas, ante la evidencia de que los estados pobres siguen atrás y se ahonda la divergencia en el desarrollo nacional?
Por otra parte, la reducción promedio del rezago educativo, que debe ser reconocida, no puede obviar el volumen de población que la sigue padeciendo, y que para un país de ingreso medio alto, tal como nos considera el Banco Mundial, o de desarrollo humano elevado, como nos cataloga Naciones Unidas, son inaceptables. El 19.4% de la población se halla, de acuerdo con los datos del Censo de población de 2010, en una situación de rezago educativo; hablamos de más de 21 millones de mexicanos que no consiguieron cubrir su educación básica.
No son sólo personas mayores, que en épocas lejanas no alcanzaron el nivel de enseñanza obligatoria. El problema es que 23% de las personas mayores de 16 años nacidas después de 1982 (a lo sumo tendrían 28 años de edad al momento de la realización del Censo de 2010), siguen padeciendo rezago educativo. Además, 6% de los mexicanos que en 2010 tenían entre seis y 15 años de edad no iban a la escuela ni habían concluido su formación obligatoria. Estos niños y jóvenes son mexicanos para quienes la posibilidad del bienestar se pierde en un futuro inalcanzable, mientras la pobreza es el viejo lastre del pasado que la desigualdad perpetúa.
La persistencia de la elevada desigualdad social en México hace que, en nuestro territorio, en un mismo año, convivan realidades que bien podrían corresponder a muy distantes momentos históricos.
Por ejemplo, Veracruz en 2010 tuvo un rezago educativo, esto es, la población que no contaba con educación básica, de 26.5%, porcentaje similar al que había en el promedio nacional en 1990 (26.6%). Así, Veracruz vive en atraso de 20 años frente a la media en este sensible indicador educativo y social.
Peor están las cosas en cuatro entidades cuyo rezago educativo es más profundo que el que registró el conjunto del país hace dos décadas: Guerrero, con 27.9%; Michoacán, 28.5%; Oaxaca, 29.9%, y Chiapas, 32.9%. Dichos estados no han conseguido todavía en 2010 colocarse en el promedio alcanzado por el país en el ya no tan cercano 1990.
En cambio, las entidades de alto ingreso tienen un rezago educativo (el DF con 9.4%, Nuevo León con 11.8% y Coahuila con 12.9%) que al conjunto del país le tomará alcanzar, de seguir las tendencias actuales, otros 20 años más. En suma, hay estados con un con atraso de 20 años y otros con una ventaja de dos décadas, por lo que puede hablarse de una diferencia en rezago educativo entre entidades de 40 años en el México de nuestros días.
El caso extremo lo brindan Chiapas y el Distrito Federal. Si se mantiene el ritmo de reducción del rezago educativo que registró Chiapas entre 1990 y 2010 (cayó en 24%), alcanzar las cifras del Distrito Federal en 2010 (frente al que tiene en la actualidad un rezago superior en 71%) le va a costar al estado del sureste unos 50 años (¡allá por 2060!).
Estas estimaciones —realizadas a través de las cifras que dio a conocer este 2 de mayo el Consejo Nacional de Evaluación de la Política Social (Coneval) a propósito del Censo 2010— permiten comprobar que en México hay, hoy día, abismos hasta de medio siglo en indicadores sociales básicos entre entidades federativas, por no hablar de la desigualdad entre los municipios, que es más cruda.
Si se considera al tiempo como el recurso escaso que es, las diferencias en años y décadas que costará a los estados pobres llegar al nivel actual de las entidades más prósperas revelan que estamos perdiendo millones de años de vidas que son condenadas al subdesarrollo, a la precariedad, a estadios de carencia que este país fue capaz de dejar atrás en el pasado en determinadas zonas.
La coexistencia de condiciones de vida de precariedad social básica, propias del pasado, con otras donde sí se aprovecha el avance de la economía y del progreso —que lo ha habido—, es una muestra más de la desigualdad extrema que se nos revela en cada indicador sobre nuestra realidad.
Las cifras del Coneval revelan que el abatimiento promedio que logra el país en las carencias sociales entre la última década del siglo XX y la primera del XXI no implica necesariamente un avance similar para todos, ni convergencia en los niveles de vida de la población o en sus oportunidades reales de bienestar. Tomando de nuevo al rezago educativo, éste se redujo en México 27% entre 1990 y 2010. Pero seis entidades avanzaron con mayor lentitud: Michoacán (-18%), Guerrero (-21%), Oaxaca (-22%), Puebla y Veracruz (-23%), así como Chiapas (24%). Mientras, el mayor progreso lo consiguen, una vez más, estados con mejor punto de inicio, por lo que la desigualdad se agudiza. ¿No será hora de preguntarse la pertinencia de la política social articulada alrededor de la focalización, tal como se ha desplegado precisamente en estas dos décadas, ante la evidencia de que los estados pobres siguen atrás y se ahonda la divergencia en el desarrollo nacional?
Por otra parte, la reducción promedio del rezago educativo, que debe ser reconocida, no puede obviar el volumen de población que la sigue padeciendo, y que para un país de ingreso medio alto, tal como nos considera el Banco Mundial, o de desarrollo humano elevado, como nos cataloga Naciones Unidas, son inaceptables. El 19.4% de la población se halla, de acuerdo con los datos del Censo de población de 2010, en una situación de rezago educativo; hablamos de más de 21 millones de mexicanos que no consiguieron cubrir su educación básica.
No son sólo personas mayores, que en épocas lejanas no alcanzaron el nivel de enseñanza obligatoria. El problema es que 23% de las personas mayores de 16 años nacidas después de 1982 (a lo sumo tendrían 28 años de edad al momento de la realización del Censo de 2010), siguen padeciendo rezago educativo. Además, 6% de los mexicanos que en 2010 tenían entre seis y 15 años de edad no iban a la escuela ni habían concluido su formación obligatoria. Estos niños y jóvenes son mexicanos para quienes la posibilidad del bienestar se pierde en un futuro inalcanzable, mientras la pobreza es el viejo lastre del pasado que la desigualdad perpetúa.
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