viernes, 27 de mayo de 2011

OTRA VEZ BRASIL

JULIO FAESLER / EL SIGLO DE TORREÓN
El que no se negocie con Brasil un Acuerdo Estratégico de Integración Económica como lo previeron los presidentes Lula da Silva y Calderón el año pasado, y a cambio, ahora las relaciones económicas con ese país se limitarán a "acuerdos parciales, sectoriales, en productos que no afecten nuestra industria" no es necesariamente una mala noticia.
Si la intención de un acuerdo económico bilateral es de aumentar los intercambios de los productos y servicios que los productores nacionales estén en condiciones de ofrecer competitivamente a otro país, entonces el abrir posibilidades para hacerlo cumplirá dicho propósito.
En las actuales relaciones internacionales los intercambios estrictamente comerciales ya no bastan para realizar la filosofía misma de las interrelaciones modernas que deben buscar mejores niveles de vida para todos a través de más oportunidades de trabajo y difusión de conocimientos.
Esos acuerdos comerciales, de primer piso, que sólo eliminan obstáculos arancelarios y requisitos no tarifarios, no son muy eficaces para crear nuevos empleos ni para transferir tecnologías que estimulen aprovechar los recursos naturales y humanos de cada país. Intercambiar únicamente productos terminados, en el mejor de los casos, origina operaciones de maquila.
Para superar esa etapa y llegar a los acuerdos de segunda generación, necesitamos que los productores, en este caso más importantes que los mismos gobiernos, se pongan de acuerdo asociándose, a veces convirtiendo, en la producción en el otro país, los artículos o servicios que han tenido buen éxito.
Los gobiernos están para propiciar y facilitar los encuentros entre los empresarios productores a fin de que, analizando las características y potencialidades de sus respectivos mercados, sean ellos los que convengan en coproducir, integrando componentes, diseños y tecnologías para surtir las demandas internas en condiciones de mayor eficiencia, analizando períodos de entrega y de precios, que el atender el mercado doméstico con importaciones.
Es esta la forma de superar las reticencias en algunos sectores industriales y agrícolas de México que llevaron al presidente del COMCE, Valentín Diez Morodo, a anunciar esta semana que no firmaremos un TLC con Brasil.
Hay, desde luego, otros argumentos. Como el conocido proteccionismo brasileño que no sólo se expresa en aranceles más altos que los nuestros que, por cierto, nuestro gobierno sigue empeñado en reducir a cero. La producción brasileña se encuentra muy eficazmente protegida con tarifas a la importación, permisos previos y restricciones frecuentemente disfrazadas en impuestos locales, requisitos administrativos de diversos tipos que, desconocidos o mal anunciados, impiden o dilatan el trámite de importación.
Contra esta clase de obstáculos, el exportador mexicano que por primera vez intenta vender en Brasil, difícilmente podrá luchar o lo hace a costos imprevisibles.
La negociación de los acuerdos parciales, producto por producto, ya son conocidos dentro del marco de la ALADI. Los caminos son la integración de componentes y tecnologías de cada parte en productos industriales y la complementación de cultivos en lo agrícola.
La ruta que ahora emprendamos para extender el ámbito de los intercambios económicos con Brasil es la correcta, siempre y cuando se atiendan dos aspectos:
En primer lugar, los términos de cada uno de los acuerdos entre los productores tienen que ser precisos y completamente conocidos y entendidos. Todos los requisitos de entrada del producto mexicano, no sólo a nivel federal sino al estatal y hasta municipal, tienen que estar plenamente consignados así como los pasos burocráticos que el importador brasileño tiene que cumplir.
En segundo lugar, la negociación entre productores estará siempre avalada por las autoridades de ambos países para asegurar que el cumplimento de lo establecido en el acuerdo asegure el acceso así convenido en el acuerdo.
El mercado brasileño, que realiza importaciones fue de 173 mil millones de dólares en 2008, lo cual es muy atractivo para el productor mexicano a la luz de su gran dimensión, al que hay que añadir los del MERCOSUR. El TLCAN, del que México forma parte, es a su vez de gran interés para el productor brasileño. Los acuerdos que faciliten su mutuo aprovechamiento tienen, pues, bastante sentido.
Más sentido tienen los acuerdos a que lleguen los mismos productores, respaldados por sus respectivos gobiernos, para ampliar el alcance de sus operaciones agrícolas o fabriles, creando las lealtades y compartiendo tecnologías.
Esta estrategia, inteligentemente realizada nos puede llevar a lo que acabará por corresponder a lo que, por ahora, decimos no querer.

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