Puede suceder que cuando el FMI, la UE y el BCE despierten de su sueño de la austeridad bondadosa, el euro ya no esté ahí
ANTÓN COSTAS / EL PAÍS
Acabé esta semana mi curso de economía en la Universidad de Barcelona sin saber responder a una pregunta que me hicieron mis estudiantes.
Después de estudiar las causas de la crisis económica y fiscal que sufre la zona euro -un fallo espectacular del sistema financiero, no lo olvidemos-, analizamos las condiciones impuestas a Grecia, Irlanda y Portugal por parte de la Unión Europea, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Central Europeo para financiar los planes de rescate.
La conclusión de nuestro análisis fue que las condiciones leoninas de los préstamos concedidos, junto con los draconianos recortes de gasto y la reducción de los salarios, cuando se aplican a un país que está dentro de una moneda única, empeoran su situación y no le dejan salida.
Los datos sobre la evolución reciente de la economía griega confirman ese pronóstico. Lo mismo ocurre con Irlanda y Portugal. Las condiciones de financiación son hoy peores que antes del plan de ayuda. Y la carga de la deuda ha sobrepasado los umbrales de sostenibilidad y amenaza con la quiebra y el impago. Aunque toda una generación de griegos y griegas trabajaran de sol a sol e hiciesen ayuno, no alcanzarían a pagar la deuda.
Pero, me interrogaron mis alumnos, si eso parecía evidente desde el principio, ¿por qué el FMI, la UE y el BCE impusieron a Grecia unas condiciones imposibles de cumplir? ¿Acaso no son expertos cualificados? ¿Acaso no saben anticipar las consecuencias probables de sus decisiones?
Confieso que aún hoy no sé encontrar una respuesta sensata a esta cuestión.
Sin duda, los expertos del FMI, del BCE y los responsables del Ecofin están altamente capacitados técnicamente. Especialmente los del FMI tienen una larga experiencia en gestionar planes de austeridad. Entonces, ¿cómo explicar esas condiciones imposibles de cumplir y el hecho de que el esfuerzo al que se les obliga sea un sufrimiento estéril?
Les expuse a mis estudiantes tres conjeturas.
La primera apunta a que el verdadero objetivo de esos duros planes de austeridad no fuera sacar a Grecia, Irlanda y Portugal de su marasmo económico, sino evitar que quiebren los bancos -especialmente alemanes y franceses- que prestaron al sector público griego y al sector privado irlandés.
No creo que sea la única explicación, pero, sin duda, es una parte. Los planes formarían parte de una estrategia para ganar tiempo y permitir a los bancos prestamistas ir digiriendo poco a poco las pérdidas sin riesgo de quiebra. Esta conjetura apunta a que el FMI, el BCE y la UE saben que habrá que suavizar las condiciones de esos planes, pero de entrada estarían más preocupados por evitar una crisis sistémica de la banca europea que por el sufrimiento de los griegos.
La segunda conjetura se apoya en la sospecha de que es posible que los expertos del FMI y los de la UE y del BCE no acaben de comprender bien que un país que forma parte de una moneda única es financieramente más frágil y que los planes de austeridad no funcionan de la misma forma.
Dentro de una moneda única, la austeridad por sí sola no permite crecer; al contrario, empeora las cosas. Cuando un trabajador pierde su empleo, no puede pagar su hipoteca, y un país que no crece no puede pagar su deuda. El crecimiento genera confianza en la capacidad de pago de un país, no la austeridad.
Mis alumnos me recordaron que a lo largo del curso habíamos visto planes de ajuste que funcionaron razonablemente. España es un caso ejemplar. En 1993, 1983, 1977 y 1957 se aplicaron planes de austeridad y de reformas que tuvieron efectos salutíferos. El sacrificio valió la pena.
Pero la razón por la que esos planes funcionaron es porque tenían tres patas. La primera, la austeridad, para controlar y reducir el déficit público. La segunda, la de las reformas para mejorar la competitividad y el crecimiento a largo plazo. La tercera era la devaluación, cuyos efectos fueron como una bocanada de oxígeno a un enfermo exhausto que le permite recobrar fuerzas y crecer a corto plazo, esperando que las reformas vengan a medio plazo a sustituir a los efectos de la devaluación.
Sin embargo, los planes de austeridad que se han impuesto a Grecia, Irlanda y Portugal, al estar estos países dentro de una moneda única, no pueden apoyarse en esa tercera pata. Eso hace que la austeridad sea estéril económicamente y peligrosa desde el punto de vista social y político.
La tercera conjetura es que realmente los que han diseñado esos planes crean honestamente que la austeridad por sí sola lleva al crecimiento.
¿A través de qué camino? Su argumento es que el sacrificio genera credibilidad y confianza en el país por parte de los mercados de deuda. Es un razonamiento bondadoso que lleva a la glorificación del sufrimiento estéril impuesto a personas que están asustadas. No le veo fundamento. Tengo fundamentadas dudas de que el comportamiento de los inversores de deuda esté regido por ese pensamiento seudorreligioso. Si me pongo en su piel, yo confiaría en un país con posibilidad de crecimiento, no con capacidad para sufrir inútilmente.
Les confieso que si tengo que escoger una de estas tres conjeturas, me quedo con la primera. Prefiero saber que mi destino depende de la sagacidad de los hijos de las tinieblas que de la bondad estúpida de los hijos de la luz. Al menos los primeros saben que si no se aligera de forma rápida la carga que pesa sobre esos tres países, puede suceder que cuando el FMI, la UE y el BCE despierten de su sueño de la austeridad bondadosa, el euro ya no esté ahí. No sería la primera vez; ya sucedió con el sistema patrón oro de inicios del siglo XX.
Antón Costas Comesaña es catedrático de Política Económica en la Universidad de Barcelona.
ANTÓN COSTAS / EL PAÍS
Acabé esta semana mi curso de economía en la Universidad de Barcelona sin saber responder a una pregunta que me hicieron mis estudiantes.
Después de estudiar las causas de la crisis económica y fiscal que sufre la zona euro -un fallo espectacular del sistema financiero, no lo olvidemos-, analizamos las condiciones impuestas a Grecia, Irlanda y Portugal por parte de la Unión Europea, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Central Europeo para financiar los planes de rescate.
La conclusión de nuestro análisis fue que las condiciones leoninas de los préstamos concedidos, junto con los draconianos recortes de gasto y la reducción de los salarios, cuando se aplican a un país que está dentro de una moneda única, empeoran su situación y no le dejan salida.
Los datos sobre la evolución reciente de la economía griega confirman ese pronóstico. Lo mismo ocurre con Irlanda y Portugal. Las condiciones de financiación son hoy peores que antes del plan de ayuda. Y la carga de la deuda ha sobrepasado los umbrales de sostenibilidad y amenaza con la quiebra y el impago. Aunque toda una generación de griegos y griegas trabajaran de sol a sol e hiciesen ayuno, no alcanzarían a pagar la deuda.
Pero, me interrogaron mis alumnos, si eso parecía evidente desde el principio, ¿por qué el FMI, la UE y el BCE impusieron a Grecia unas condiciones imposibles de cumplir? ¿Acaso no son expertos cualificados? ¿Acaso no saben anticipar las consecuencias probables de sus decisiones?
Confieso que aún hoy no sé encontrar una respuesta sensata a esta cuestión.
Sin duda, los expertos del FMI, del BCE y los responsables del Ecofin están altamente capacitados técnicamente. Especialmente los del FMI tienen una larga experiencia en gestionar planes de austeridad. Entonces, ¿cómo explicar esas condiciones imposibles de cumplir y el hecho de que el esfuerzo al que se les obliga sea un sufrimiento estéril?
Les expuse a mis estudiantes tres conjeturas.
La primera apunta a que el verdadero objetivo de esos duros planes de austeridad no fuera sacar a Grecia, Irlanda y Portugal de su marasmo económico, sino evitar que quiebren los bancos -especialmente alemanes y franceses- que prestaron al sector público griego y al sector privado irlandés.
No creo que sea la única explicación, pero, sin duda, es una parte. Los planes formarían parte de una estrategia para ganar tiempo y permitir a los bancos prestamistas ir digiriendo poco a poco las pérdidas sin riesgo de quiebra. Esta conjetura apunta a que el FMI, el BCE y la UE saben que habrá que suavizar las condiciones de esos planes, pero de entrada estarían más preocupados por evitar una crisis sistémica de la banca europea que por el sufrimiento de los griegos.
La segunda conjetura se apoya en la sospecha de que es posible que los expertos del FMI y los de la UE y del BCE no acaben de comprender bien que un país que forma parte de una moneda única es financieramente más frágil y que los planes de austeridad no funcionan de la misma forma.
Dentro de una moneda única, la austeridad por sí sola no permite crecer; al contrario, empeora las cosas. Cuando un trabajador pierde su empleo, no puede pagar su hipoteca, y un país que no crece no puede pagar su deuda. El crecimiento genera confianza en la capacidad de pago de un país, no la austeridad.
Mis alumnos me recordaron que a lo largo del curso habíamos visto planes de ajuste que funcionaron razonablemente. España es un caso ejemplar. En 1993, 1983, 1977 y 1957 se aplicaron planes de austeridad y de reformas que tuvieron efectos salutíferos. El sacrificio valió la pena.
Pero la razón por la que esos planes funcionaron es porque tenían tres patas. La primera, la austeridad, para controlar y reducir el déficit público. La segunda, la de las reformas para mejorar la competitividad y el crecimiento a largo plazo. La tercera era la devaluación, cuyos efectos fueron como una bocanada de oxígeno a un enfermo exhausto que le permite recobrar fuerzas y crecer a corto plazo, esperando que las reformas vengan a medio plazo a sustituir a los efectos de la devaluación.
Sin embargo, los planes de austeridad que se han impuesto a Grecia, Irlanda y Portugal, al estar estos países dentro de una moneda única, no pueden apoyarse en esa tercera pata. Eso hace que la austeridad sea estéril económicamente y peligrosa desde el punto de vista social y político.
La tercera conjetura es que realmente los que han diseñado esos planes crean honestamente que la austeridad por sí sola lleva al crecimiento.
¿A través de qué camino? Su argumento es que el sacrificio genera credibilidad y confianza en el país por parte de los mercados de deuda. Es un razonamiento bondadoso que lleva a la glorificación del sufrimiento estéril impuesto a personas que están asustadas. No le veo fundamento. Tengo fundamentadas dudas de que el comportamiento de los inversores de deuda esté regido por ese pensamiento seudorreligioso. Si me pongo en su piel, yo confiaría en un país con posibilidad de crecimiento, no con capacidad para sufrir inútilmente.
Les confieso que si tengo que escoger una de estas tres conjeturas, me quedo con la primera. Prefiero saber que mi destino depende de la sagacidad de los hijos de las tinieblas que de la bondad estúpida de los hijos de la luz. Al menos los primeros saben que si no se aligera de forma rápida la carga que pesa sobre esos tres países, puede suceder que cuando el FMI, la UE y el BCE despierten de su sueño de la austeridad bondadosa, el euro ya no esté ahí. No sería la primera vez; ya sucedió con el sistema patrón oro de inicios del siglo XX.
Antón Costas Comesaña es catedrático de Política Económica en la Universidad de Barcelona.
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