Necesitamos más historiadores de la economía y menos constructores de nodelos
J. BRADFORD / EL PAÍS
El momento más interesante de una reciente conferencia celebrada en Bretton Woods (New Hampshire), allí donde tuvo lugar en 1945 la reunión en la que se creó la actual estructura económica mundial, se produjo cuando el articulista de Financial Times Martin Wolf preguntó Larry Summers, exsecretario del Tesoro de EE UU y exasesor de política económica del presidente Barack Obama: "¿Indica lo que ha ocurrido en los últimos años simplemente que los economistas no entendieron lo que estaba sucediendo?".
Esta fue la parte más interesante de la larga respuesta de Summers: "Hay muchas enseñanzas en la obra de Bagehot sobre la crisis por la que acabamos de pasar. Hay más aún en la de
Minsky y tal vez más aún en la de Kindleberger". Puede parecer oscura a los legos en economía, pero fue una acusación devastadora.
Bagehot (1826-1877) fue un director de The Economist en el siglo XIX que en 1873 publicó un libro, Lombard Street, sobre los mercados financieros. No cabe duda de que Summers está en lo cierto: en Lombard Street hay muchísimas enseñanzas sobre la crisis de la que ahora estamos recuperándonos.
La forma mejor de conocer a Minsky (1919-1996) no es mediante sus ensayos completos, titulados Can It Happen Again? (¿Podría volver a ocurrir?), sino mediante la utilización que Kindleberger (1910-2003) hizo de su obra en el libro de 1978 Manias, Panics, and Crashes: A History of Financial Crises (Entusiasmos, pánicos y desplomes bursátiles. Historia de las crisis financieras). Cuando se le preguntó a qué autor se debía recurrir para entender lo que estaba ocurriendo en 2008, Summers citó a tres hombres ya fallecidos, un libro escrito hace 33 años y otro escrito en el penúltimo siglo.
Después, Summers amplió su respuesta para incluir a economistas vivos: "Eichengreen, Akerlof, Shiller y muchos, muchos, otros". Habló de "la revolución en las finanzas, cuando se comprendió que los precios de los activos muestran una gran inestabilidad que en nada refleja los principios básicos", pero añadió que "la macroeconomía estuvo a la altura de revolución". A consecuencia de ello, "para gran perjuicio de la macroeconomía contemporánea", sus colegas economistas no entendieron los precios de los activos, los entusiasmos, los pánicos y la liquidez.
Para Summers, el problema es el de que hay muchos elementos "que distraen, confunden y niegan los problemas (...) en el primer curso de la mayoría de los programas de doctorado". A consecuencia de ello, aunque "la ciencia económica sabe bastante, ha olvidado no poco que es pertinente y ha quedado enormemente distraída".
Creo que los juicios de Summers son acertados y correctos, y me cuento entre quienes habían olvidado y se habían dejado distraer, pese a que siempre he prescrito el estudio de Lombard Street a los alumnos de mis cursos de historia económica y de Entusiasmos, pánicos y desplomes bursátiles a los de mis clases de macroeconomía y siempre he prestado una atención detenida y respetuosa a Eichengreen, Akerlof y Shiller.
Pero me asombraron los siguientes fenómenos: el enorme pánico producido por las pérdidas con las hipotecas de alto riesgo, que me parecieron -y siguen pareciéndome- pequeñas (desde el punto de vista del tamaño de la economía mundial); la deficiencia de los controles de riesgos en los más importantes bancos muy apalancados; la magnitud de la reducción de la demanda; el grado de ineficacia de las fuerzas encargadas de restablecer el equilibrio del mercado a la hora de reequilibrar la oferta y la demanda del mercado laboral; y lo mucho que los gobiernos de los países fundamentales han podido endeudarse para apoyar la demanda sin desencadenar un rápido aumento de los tipos de interés.
Me asombra la magnitud de la catástrofe, pero aún me asombra más la aparente incapacidad de la ciencia económica académica para adoptar las medidas necesarias a fin de prepararse con miras al futuro. "Debemos cambiar nuestros métodos de contratación laboral": eso es lo que esperaba yo oír decir a los departamentos de economía de todo el mundo a raíz de la crisis.
La realidad es que necesitamos menos teóricos de los mercados eficientes y más especialistas en microestructura, límites del arbitraje y sesgos cognoscitivos. Necesitamos menos teóricos del equilibrio entre las empresas y los ciclos y más keynesianos y monetaristas de los de antes. Necesitamos más historiadores monetarios e historiadores del pensamiento económico y menos constructores de modelos. Necesitamos más Eichengreens, Shillers, Akerlofs, Reinharts y Rogoffs... por no hablar de Kindleberger, Minsky o Bagehot.
Sin embargo, no es eso lo que los departamentos de economía están diciendo ahora mismo.
Tal vez se me escape lo que está sucediendo. Tal vez los departamentos de economía se estén reorientando, después de la gran recesión, de forma similar a como lo hicieron en una dirección monetarista después de la inflación del decenio de 1970, pero, si se me está escapando algún gran cambio, me gustaría que alguien me lo mostrara.
Tal vez los departamentos académicos de economía pierdan ascendiente intelectual e influencia frente a otros: desde las escuelas de administración de empresas y los programas de política pública hasta los departamentos de ciencia política, pasando por los de psicología y sociología. Cuando los rectores y estudiantes de las universidades exijan pertinencia y utilidad, tal vez esos colegas se pongan a enseñar cómo funciona la economía y dejen a los economistas académicos inmersos en una disciplina reducida a su mínima expresión y que se limite a enseñar la teoría de las opciones lógicas.
O tal vez la ciencia económica siga siendo una disciplina que olvide la mayor parte de lo que en tiempos supo y se permita el lujo de permanecer constantemente distraída y confusa y de negar la realidad. Si así fuere, todos perderíamos mucho.
J. Bradford DeLong, exsecretario adjunto del Tesoro de EE UU, es profesor de Economía en la Universidad de California en Berkeley e investigador asociado en la Oficina Nacional de Investigaciones Económicas. (c) Project Syndicate, 2011
J. BRADFORD / EL PAÍS
El momento más interesante de una reciente conferencia celebrada en Bretton Woods (New Hampshire), allí donde tuvo lugar en 1945 la reunión en la que se creó la actual estructura económica mundial, se produjo cuando el articulista de Financial Times Martin Wolf preguntó Larry Summers, exsecretario del Tesoro de EE UU y exasesor de política económica del presidente Barack Obama: "¿Indica lo que ha ocurrido en los últimos años simplemente que los economistas no entendieron lo que estaba sucediendo?".
Esta fue la parte más interesante de la larga respuesta de Summers: "Hay muchas enseñanzas en la obra de Bagehot sobre la crisis por la que acabamos de pasar. Hay más aún en la de
Minsky y tal vez más aún en la de Kindleberger". Puede parecer oscura a los legos en economía, pero fue una acusación devastadora.
Bagehot (1826-1877) fue un director de The Economist en el siglo XIX que en 1873 publicó un libro, Lombard Street, sobre los mercados financieros. No cabe duda de que Summers está en lo cierto: en Lombard Street hay muchísimas enseñanzas sobre la crisis de la que ahora estamos recuperándonos.
La forma mejor de conocer a Minsky (1919-1996) no es mediante sus ensayos completos, titulados Can It Happen Again? (¿Podría volver a ocurrir?), sino mediante la utilización que Kindleberger (1910-2003) hizo de su obra en el libro de 1978 Manias, Panics, and Crashes: A History of Financial Crises (Entusiasmos, pánicos y desplomes bursátiles. Historia de las crisis financieras). Cuando se le preguntó a qué autor se debía recurrir para entender lo que estaba ocurriendo en 2008, Summers citó a tres hombres ya fallecidos, un libro escrito hace 33 años y otro escrito en el penúltimo siglo.
Después, Summers amplió su respuesta para incluir a economistas vivos: "Eichengreen, Akerlof, Shiller y muchos, muchos, otros". Habló de "la revolución en las finanzas, cuando se comprendió que los precios de los activos muestran una gran inestabilidad que en nada refleja los principios básicos", pero añadió que "la macroeconomía estuvo a la altura de revolución". A consecuencia de ello, "para gran perjuicio de la macroeconomía contemporánea", sus colegas economistas no entendieron los precios de los activos, los entusiasmos, los pánicos y la liquidez.
Para Summers, el problema es el de que hay muchos elementos "que distraen, confunden y niegan los problemas (...) en el primer curso de la mayoría de los programas de doctorado". A consecuencia de ello, aunque "la ciencia económica sabe bastante, ha olvidado no poco que es pertinente y ha quedado enormemente distraída".
Creo que los juicios de Summers son acertados y correctos, y me cuento entre quienes habían olvidado y se habían dejado distraer, pese a que siempre he prescrito el estudio de Lombard Street a los alumnos de mis cursos de historia económica y de Entusiasmos, pánicos y desplomes bursátiles a los de mis clases de macroeconomía y siempre he prestado una atención detenida y respetuosa a Eichengreen, Akerlof y Shiller.
Pero me asombraron los siguientes fenómenos: el enorme pánico producido por las pérdidas con las hipotecas de alto riesgo, que me parecieron -y siguen pareciéndome- pequeñas (desde el punto de vista del tamaño de la economía mundial); la deficiencia de los controles de riesgos en los más importantes bancos muy apalancados; la magnitud de la reducción de la demanda; el grado de ineficacia de las fuerzas encargadas de restablecer el equilibrio del mercado a la hora de reequilibrar la oferta y la demanda del mercado laboral; y lo mucho que los gobiernos de los países fundamentales han podido endeudarse para apoyar la demanda sin desencadenar un rápido aumento de los tipos de interés.
Me asombra la magnitud de la catástrofe, pero aún me asombra más la aparente incapacidad de la ciencia económica académica para adoptar las medidas necesarias a fin de prepararse con miras al futuro. "Debemos cambiar nuestros métodos de contratación laboral": eso es lo que esperaba yo oír decir a los departamentos de economía de todo el mundo a raíz de la crisis.
La realidad es que necesitamos menos teóricos de los mercados eficientes y más especialistas en microestructura, límites del arbitraje y sesgos cognoscitivos. Necesitamos menos teóricos del equilibrio entre las empresas y los ciclos y más keynesianos y monetaristas de los de antes. Necesitamos más historiadores monetarios e historiadores del pensamiento económico y menos constructores de modelos. Necesitamos más Eichengreens, Shillers, Akerlofs, Reinharts y Rogoffs... por no hablar de Kindleberger, Minsky o Bagehot.
Sin embargo, no es eso lo que los departamentos de economía están diciendo ahora mismo.
Tal vez se me escape lo que está sucediendo. Tal vez los departamentos de economía se estén reorientando, después de la gran recesión, de forma similar a como lo hicieron en una dirección monetarista después de la inflación del decenio de 1970, pero, si se me está escapando algún gran cambio, me gustaría que alguien me lo mostrara.
Tal vez los departamentos académicos de economía pierdan ascendiente intelectual e influencia frente a otros: desde las escuelas de administración de empresas y los programas de política pública hasta los departamentos de ciencia política, pasando por los de psicología y sociología. Cuando los rectores y estudiantes de las universidades exijan pertinencia y utilidad, tal vez esos colegas se pongan a enseñar cómo funciona la economía y dejen a los economistas académicos inmersos en una disciplina reducida a su mínima expresión y que se limite a enseñar la teoría de las opciones lógicas.
O tal vez la ciencia económica siga siendo una disciplina que olvide la mayor parte de lo que en tiempos supo y se permita el lujo de permanecer constantemente distraída y confusa y de negar la realidad. Si así fuere, todos perderíamos mucho.
J. Bradford DeLong, exsecretario adjunto del Tesoro de EE UU, es profesor de Economía en la Universidad de California en Berkeley e investigador asociado en la Oficina Nacional de Investigaciones Económicas. (c) Project Syndicate, 2011
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