Jorge Camil / La Jornada
El síndrome del último año de gobierno es inevitable. Ocurría en tiempos del PRI, y ahora se manifiesta en el sexenio de Felipe Calderón. Es el año en el que se apodera de los presidentes la conciencia de que el "reinado" y sus beneficios comienzan a esfumarse: el poder ilimitado, los lujos, el avión presidencial, el boato de los viajes al exterior y las facultades legislativas; el supuesto reconocimiento internacional y el derecho de golpear en la mesa. Un año en el que los mandatarios caen en la cuenta de que la gloria, como reconocían los romanos, es pasajera: sic transit gloria.
Era el año en el que los presidentes salientes del PRI se aferraban al poder y amenazaban: "gobernaré hasta el último día de mi mandato". El problema es que a Calderón, además de la pérdida del poder, le preocupa la victoria. Enfrascado en un dilema existencial, se empeña en triunfar como brazo armado de Estados Unidos para aniquilar a los cárteles, y en forma por demás incongruente como líder de un gobierno "humanista", que para colmo de males tiene 40 mil muertos en su haber. Por eso, ante un auditorio cautivo de mil 800 delegados estatales –informó La Jornada–, se comparó con Winston Churchill: “Mi lucha antinarco es como la de Churchill contra los nazis”: ¡el político y estadista más grande del siglo pasado!
A los delegados que vinieron de todas partes a escuchar su diatriba electorera les exigió esforzarse para que su gestión sea “conocida y recordada como punto de cambio… como gran esfuerzo de transformación”. La Jornada reportó al día siguiente que legisladores de PRI, PRD y PT calificaron su comparación con Churchill, y sobre todo su falta de modestia, como un "grotesco y vergonzoso acto de megalomanía".
Calderón sufre, además, de una confusión histórica. Quiere parecerse a Churchill y desea hermanarse con él asumiendo experiencias similares (reales o imaginarias), pero nada justifica que confunda nazis con narcos, y que curándose en salud hable de un supuesto "acoso" político que Churchill no sufrió. Es verdad que cuando estuvo en la oposición algunos criticaron su insistencia visionaria de preparar a Inglaterra para enfrentar a Hitler. Pero en el periodo luminoso de su carrera, cuando fue designado Primer Lord del Almirantazgo y, poco después en forma simultánea, primer ministro y secretario de Guerra, tuvo siempre el apoyo incondicional del pueblo y de los tres partidos políticos.
Es curioso que en ese periodo la historia no registre la "corriente de opinión titubeante" a la que se refirió Calderón. Ni mucho menos que se le haya pedido "ignorar el avance de los nazis, o someterse a ellos". La intención de Calderón era clara: ostentarse junto a Churchill como víctima, y sustituyendo nazis por narcos asegurarnos que él también elevará en su momento la churchiliana "V" de la victoria por encima de los incrédulos, o seguramente de un creciente número de muertos…
Sólo que Churchill no fue ninguna víctima. En 1965, cuando sus restos fueron depositados en la Cámara de los Comunes, más de 300 mil personas desfilaron silenciosamente para rendirle el homenaje de un pueblo agradecido. Y a sus funerales de Estado, ordenados por el Parlamento y presididos por la reina, asistieron cinco monarcas europeos y 15 jefes de Estado. Todavía en 2005, a 40 años de su muerte, en una encuesta para elegir al británico más admirado de todos los tiempos, Churchill obtuvo más de un millón de votos. Con motivo de su celebrado premio Nobel de Literatura en 1953, el sitio oficial de esa organización publicó una breve biografía que resume sus galardones.
Aferrándose al poder, Calderón negó que su sexenio esté "en el ocaso, como algunos quisieran", y que los 18 meses que restan "serán el punto de culminación y realización de todo un proyecto" (si aspira a ganar la "guerra" en ese tiempo, ¡pobres de nosotros!). Y emulando el apasionado discurso de toma de posesión de Churchill, se comprometió a continuar la pelea "por aire, mar y tierra" (que es precisamente lo que todos, cansados de este genocidio, queremos detener).
El mandatario se tornó delirante. Exigió a sus oyentes "denunciar por correo electrónico, y ante él mismo de ser preciso, a sus compañeros". No cabe duda de que este vuelco inesperado es preocupante. Especialmente ahora, cuando los canales democráticos deberían estar abiertos para la lucha electoral. ¿Se sueña continuando en el poder? Hay señales que indican una posible candidatura de Margarita Zavala. ¿Caerá en el síndrome de los presidentes panistas? Aunque, a decir verdad, entre la inteligente y discreta Margarita y la señora Marta existan abismos de diferencia.
El desplante de Calderón es inoportuno. Sucede en un periodo en el cual, como señaló Federico Reyes Heroles en Reforma (11/05/11), la imagen de México es sinónimo de violencia, un porcentaje mayoritario (52 por ciento) cree que el narco va ganando la guerra, y Freedom House, prestigiada institución que mide las libertades políticas y de prensa, sitúa a México por debajo de Pakistán, Argelia y Zambia. Yo añadiría además la reciente descalificación de Amnistía Internacional.
El síndrome del último año de gobierno es inevitable. Ocurría en tiempos del PRI, y ahora se manifiesta en el sexenio de Felipe Calderón. Es el año en el que se apodera de los presidentes la conciencia de que el "reinado" y sus beneficios comienzan a esfumarse: el poder ilimitado, los lujos, el avión presidencial, el boato de los viajes al exterior y las facultades legislativas; el supuesto reconocimiento internacional y el derecho de golpear en la mesa. Un año en el que los mandatarios caen en la cuenta de que la gloria, como reconocían los romanos, es pasajera: sic transit gloria.
Era el año en el que los presidentes salientes del PRI se aferraban al poder y amenazaban: "gobernaré hasta el último día de mi mandato". El problema es que a Calderón, además de la pérdida del poder, le preocupa la victoria. Enfrascado en un dilema existencial, se empeña en triunfar como brazo armado de Estados Unidos para aniquilar a los cárteles, y en forma por demás incongruente como líder de un gobierno "humanista", que para colmo de males tiene 40 mil muertos en su haber. Por eso, ante un auditorio cautivo de mil 800 delegados estatales –informó La Jornada–, se comparó con Winston Churchill: “Mi lucha antinarco es como la de Churchill contra los nazis”: ¡el político y estadista más grande del siglo pasado!
A los delegados que vinieron de todas partes a escuchar su diatriba electorera les exigió esforzarse para que su gestión sea “conocida y recordada como punto de cambio… como gran esfuerzo de transformación”. La Jornada reportó al día siguiente que legisladores de PRI, PRD y PT calificaron su comparación con Churchill, y sobre todo su falta de modestia, como un "grotesco y vergonzoso acto de megalomanía".
Calderón sufre, además, de una confusión histórica. Quiere parecerse a Churchill y desea hermanarse con él asumiendo experiencias similares (reales o imaginarias), pero nada justifica que confunda nazis con narcos, y que curándose en salud hable de un supuesto "acoso" político que Churchill no sufrió. Es verdad que cuando estuvo en la oposición algunos criticaron su insistencia visionaria de preparar a Inglaterra para enfrentar a Hitler. Pero en el periodo luminoso de su carrera, cuando fue designado Primer Lord del Almirantazgo y, poco después en forma simultánea, primer ministro y secretario de Guerra, tuvo siempre el apoyo incondicional del pueblo y de los tres partidos políticos.
Es curioso que en ese periodo la historia no registre la "corriente de opinión titubeante" a la que se refirió Calderón. Ni mucho menos que se le haya pedido "ignorar el avance de los nazis, o someterse a ellos". La intención de Calderón era clara: ostentarse junto a Churchill como víctima, y sustituyendo nazis por narcos asegurarnos que él también elevará en su momento la churchiliana "V" de la victoria por encima de los incrédulos, o seguramente de un creciente número de muertos…
Sólo que Churchill no fue ninguna víctima. En 1965, cuando sus restos fueron depositados en la Cámara de los Comunes, más de 300 mil personas desfilaron silenciosamente para rendirle el homenaje de un pueblo agradecido. Y a sus funerales de Estado, ordenados por el Parlamento y presididos por la reina, asistieron cinco monarcas europeos y 15 jefes de Estado. Todavía en 2005, a 40 años de su muerte, en una encuesta para elegir al británico más admirado de todos los tiempos, Churchill obtuvo más de un millón de votos. Con motivo de su celebrado premio Nobel de Literatura en 1953, el sitio oficial de esa organización publicó una breve biografía que resume sus galardones.
Aferrándose al poder, Calderón negó que su sexenio esté "en el ocaso, como algunos quisieran", y que los 18 meses que restan "serán el punto de culminación y realización de todo un proyecto" (si aspira a ganar la "guerra" en ese tiempo, ¡pobres de nosotros!). Y emulando el apasionado discurso de toma de posesión de Churchill, se comprometió a continuar la pelea "por aire, mar y tierra" (que es precisamente lo que todos, cansados de este genocidio, queremos detener).
El mandatario se tornó delirante. Exigió a sus oyentes "denunciar por correo electrónico, y ante él mismo de ser preciso, a sus compañeros". No cabe duda de que este vuelco inesperado es preocupante. Especialmente ahora, cuando los canales democráticos deberían estar abiertos para la lucha electoral. ¿Se sueña continuando en el poder? Hay señales que indican una posible candidatura de Margarita Zavala. ¿Caerá en el síndrome de los presidentes panistas? Aunque, a decir verdad, entre la inteligente y discreta Margarita y la señora Marta existan abismos de diferencia.
El desplante de Calderón es inoportuno. Sucede en un periodo en el cual, como señaló Federico Reyes Heroles en Reforma (11/05/11), la imagen de México es sinónimo de violencia, un porcentaje mayoritario (52 por ciento) cree que el narco va ganando la guerra, y Freedom House, prestigiada institución que mide las libertades políticas y de prensa, sitúa a México por debajo de Pakistán, Argelia y Zambia. Yo añadiría además la reciente descalificación de Amnistía Internacional.
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