Alberto Aziz Nassif / El Universal
Cuando se mira el lado de la política formal, se entiende por qué las plazas y las calles se llenan de ciudadanos que no hallan respuestas a sus necesidades y demandas. El dominio de la partidocracia (un mundo cerrado que se mueve en función de sus intereses particulares) y sus alianzas con la televisión, se hacen cada vez más visibles. El momento actual sólo anticipa lo que será una lucha feroz por el poder en el año 2012.
Las inercias que han vulnerado la democracia, se han profundizado. Tenemos hoy dos ciclos que han afectado de forma central a la democracia electoral y la han cerrado a los ciudadanos: en el primero hemos pasado de la competencia entre partidos a una explosión mediática de la política electoral; el modelo de competencia llevó de un costoso acceso a los medios, a una regulación que genera una batalla cotidiana entre autoridades, partidos y televisoras. En el segundo salimos del control gubernamental de las elecciones y llegamos a una autonomía de los árbitros, pero en unos años la independencia se debilitó y hemos caído en debilitamiento progresivo de la autoridad.
Desde la reforma de 2007 la pelea entre autoridades, televisoras y partidos ha sido una constante. La política oscilante de los árbitros, IFE y Tribunal, han estado muy por debajo de lo que sería una autoridad autónoma y comprometida con un pacto democrático. En México tenemos un fenómeno extraño, todo pasa por la legalidad, pero en realidad la impunidad gana batallas. La legalidad es un trámite, papeleo y pesados expedientes, pero estamos lejos de un Estado de derecho.
Hace un poco más de dos años el IFE decidió, en votación dividida, perdonar una multa a las televisoras y esa decisión sentó un funesto antecedente. Hace unas semanas se entrampó una decisión porque su resultado fue un empate para multar al Partido Verde, un organismo que con frecuencia viola la legalidad. El empate obedece a que los diputados no han tomado la decisión de nombrar a tres consejeros, que desde octubre del año pasado tienen incompleto al Consejo General del IFE. Ahora de nuevo se repite el hecho, pero en vez de haberse dado un empate, el consejero presidente cambió su voto y las televisoras salvaron la multa por haber transmitido los mensajes de Peña Nieto. Así termina una historia lamentable, donde el Tribunal había exonerado al gobernador del Estado de México, en una sentencia que pasará a la historia como sospechosa, y sólo responsabilizó a las televisoras. Pero hace unos días el IFE perdonó a las televisoras y decidió sólo una amonestación pública.
Muy contentos estarán las televisoras, Peña Nieto, los niños del Partido Verde, los magistrados que exoneraron al gobernador, los consejeros que votan por consigna o los que cambian de forma oportunista su voto. También estarán felices los diputados irresponsables que todos los días juegan con debilitar al árbitro y han sido incapaces de nombrar a tres consejeros, porque los quieren como sus correas de transmisión y no logran acordar el reparto de cuotas. Los políticos que aprobaron la reforma son los primeros que vulneran las reglas y se alían con las televisoras para tener cobertura y dar vuelta a la legalidad. El desempeño de un IFE mocho genera decisiones de consigna, empates y dudas, porque hay una distancia con los principios que debe seguir la autoridad: legalidad, imparcialidad, independencia y objetividad.
Los círculos viciosos han llevado a un encierro en donde la clase política defiende sus privilegios; los medios se mueven con impunidad y la autoridad está debilitada o establece relaciones de complicidad. Vamos a entrar de lleno a los tiempos de la sucesión presidencial y la ciudadanía tendrá que enfrentarse a las maquinarias electorales que cruzarán el territorio nacional a lo largo y ancho del país. Además, la mediatización de la política llenará el espacio público en pequeños fragmentos de una intensa spotización, que serán como un bombardeo destinado a mover filias y fobias. Ante este panorama la autoridad correrá detrás de los medios, candidatos y partidos, para marcar faltas, pero la lógica de la lucha por el poder será tan abrumadora que sólo se verán ir y venir los expedientes entre el IFE y el Tribunal.
¿Es posible fracturar estos círculos? ¿A qué le puede apostar la ciudadanía para generar contextos de exigencias mayores y dejar de ser el invitado de piedra en los recambios de poder? El encierro político y los círculos viciosos han creado un distanciamiento entre la política formal y los ciudadanos. México llegará con este déficit a la sucesión presidencial, pero los ciudadanos tenemos el derecho de romper el encierro y demandar una democracia real, como ya sucede en otros países.
Cuando se mira el lado de la política formal, se entiende por qué las plazas y las calles se llenan de ciudadanos que no hallan respuestas a sus necesidades y demandas. El dominio de la partidocracia (un mundo cerrado que se mueve en función de sus intereses particulares) y sus alianzas con la televisión, se hacen cada vez más visibles. El momento actual sólo anticipa lo que será una lucha feroz por el poder en el año 2012.
Las inercias que han vulnerado la democracia, se han profundizado. Tenemos hoy dos ciclos que han afectado de forma central a la democracia electoral y la han cerrado a los ciudadanos: en el primero hemos pasado de la competencia entre partidos a una explosión mediática de la política electoral; el modelo de competencia llevó de un costoso acceso a los medios, a una regulación que genera una batalla cotidiana entre autoridades, partidos y televisoras. En el segundo salimos del control gubernamental de las elecciones y llegamos a una autonomía de los árbitros, pero en unos años la independencia se debilitó y hemos caído en debilitamiento progresivo de la autoridad.
Desde la reforma de 2007 la pelea entre autoridades, televisoras y partidos ha sido una constante. La política oscilante de los árbitros, IFE y Tribunal, han estado muy por debajo de lo que sería una autoridad autónoma y comprometida con un pacto democrático. En México tenemos un fenómeno extraño, todo pasa por la legalidad, pero en realidad la impunidad gana batallas. La legalidad es un trámite, papeleo y pesados expedientes, pero estamos lejos de un Estado de derecho.
Hace un poco más de dos años el IFE decidió, en votación dividida, perdonar una multa a las televisoras y esa decisión sentó un funesto antecedente. Hace unas semanas se entrampó una decisión porque su resultado fue un empate para multar al Partido Verde, un organismo que con frecuencia viola la legalidad. El empate obedece a que los diputados no han tomado la decisión de nombrar a tres consejeros, que desde octubre del año pasado tienen incompleto al Consejo General del IFE. Ahora de nuevo se repite el hecho, pero en vez de haberse dado un empate, el consejero presidente cambió su voto y las televisoras salvaron la multa por haber transmitido los mensajes de Peña Nieto. Así termina una historia lamentable, donde el Tribunal había exonerado al gobernador del Estado de México, en una sentencia que pasará a la historia como sospechosa, y sólo responsabilizó a las televisoras. Pero hace unos días el IFE perdonó a las televisoras y decidió sólo una amonestación pública.
Muy contentos estarán las televisoras, Peña Nieto, los niños del Partido Verde, los magistrados que exoneraron al gobernador, los consejeros que votan por consigna o los que cambian de forma oportunista su voto. También estarán felices los diputados irresponsables que todos los días juegan con debilitar al árbitro y han sido incapaces de nombrar a tres consejeros, porque los quieren como sus correas de transmisión y no logran acordar el reparto de cuotas. Los políticos que aprobaron la reforma son los primeros que vulneran las reglas y se alían con las televisoras para tener cobertura y dar vuelta a la legalidad. El desempeño de un IFE mocho genera decisiones de consigna, empates y dudas, porque hay una distancia con los principios que debe seguir la autoridad: legalidad, imparcialidad, independencia y objetividad.
Los círculos viciosos han llevado a un encierro en donde la clase política defiende sus privilegios; los medios se mueven con impunidad y la autoridad está debilitada o establece relaciones de complicidad. Vamos a entrar de lleno a los tiempos de la sucesión presidencial y la ciudadanía tendrá que enfrentarse a las maquinarias electorales que cruzarán el territorio nacional a lo largo y ancho del país. Además, la mediatización de la política llenará el espacio público en pequeños fragmentos de una intensa spotización, que serán como un bombardeo destinado a mover filias y fobias. Ante este panorama la autoridad correrá detrás de los medios, candidatos y partidos, para marcar faltas, pero la lógica de la lucha por el poder será tan abrumadora que sólo se verán ir y venir los expedientes entre el IFE y el Tribunal.
¿Es posible fracturar estos círculos? ¿A qué le puede apostar la ciudadanía para generar contextos de exigencias mayores y dejar de ser el invitado de piedra en los recambios de poder? El encierro político y los círculos viciosos han creado un distanciamiento entre la política formal y los ciudadanos. México llegará con este déficit a la sucesión presidencial, pero los ciudadanos tenemos el derecho de romper el encierro y demandar una democracia real, como ya sucede en otros países.
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