Alejandro Nadal / La Jornada
La Casa Blanca ha enviado al Congreso su proyecto de presupuesto para el próximo año fiscal. El objetivo central es la eliminación del déficit con reducciones anuales del gasto por 400 mil millones de dólares (mmdd) para el próximo quinquenio. Se planea reducir el déficit en más de un billón (castellano) de dólares a lo largo de los siguientes 10 años.
El debate alrededor del presupuesto es una muestra de lo mal que están las cosas en Estados Unidos. Por un lado están los halcones de las finanzas públicas "sanas". Para ellos el principal enemigo de la economía es el gasto público descontrolado. Como si la crisis hubiera sido provocada por el dispendio fiscal. En lugar de enfrentar esa narrativa torcida, Obama ha preferido doblarse y tratar de conciliar. Éste será uno de sus errores más graves y es producto de su negativa a entender las raíces del problema y a hacer efectiva su promesa de cambio.
La economía de Estados Unidos continúa sometida a grandes presiones. El crecimiento esperado para los próximos años será mediocre e incapaz de absorber el desempleo que trajo la crisis. Si bien ese desempleo (9.7 por ciento) es elevado, si se toman en cuenta las medidas más realistas del propio Bureau of Labor Statistics (BLS), resulta que más de 12 por ciento de la PEA está desocupada.
Datos oficiales revelan que de las 10 recesiones que sufrió la economía estadunidense entre 1950-2010, el desempleo en la crisis actual ha sido el más alto y el más tenaz. En la recesión de 2001 (cuando explotó la burbuja de las ilusiones dot.com) Estados Unidos perdió 2 por ciento de sus empleos y tardó cuatro años en recuperarlos. En la crisis actual se perdió 5 por ciento y todavía se está muy lejos de restablecerlos.
El desplome en la demanda efectiva sigue siendo la principal amenaza para la economía estadunidense. En los años anteriores a la crisis de 2007 el endeudamiento de las familias mantuvo artificialmente el consumo y el nivel de vida de la población. Hoy ese recurso no está disponible por muchas razones: una de ellas es el colapso en el valor de los activos residenciales que se utilizó para apalancar el endeudamiento. El precio de esos activos ha caído más de 30 por ciento y se espera se reduzca 15 por ciento adicional. De cumplirse ese pronóstico, el derrumbe de precios de casas será el más espectacular en la historia de Estados Unidos.
El desempleo y, para cerrar el círculo, los bajos salarios que recibe una gran parte de la fuerza de trabajo, también explican la insuficiencia de la demanda agregada. Los salarios reales siguen en el estancamiento que marcó las últimas tres décadas. La clase política y la elite se niegan a entender que Estados Unidos requiere un viraje decisivo en su política de ingresos y que sólo una estrategia redistributiva permitirá iniciar los cambios estructurales necesarios para sanear la economía. Con los precios de las casas en declinación y con los salarios estancados, la demanda efectiva permanecerá por debajo de la línea de flotación. Y aún con las bajas tasas de interés que aplica la Reserva Federal, ni los bancos quieren prestar ni las familias endeudarse. Los límites de la política monetaria quedaron evidenciados desde hace ya dos años. Queda entonces la política fiscal.
El crecimiento en el déficit fiscal en Estados Unidos se debe a tres factores. Primero, el colapso económico ha reducido de manera notable los ingresos tributarios, lo que era de esperarse. Segundo, los programas de salvamento que beneficiaron a Wall Street y otras empresas en bancarrota, así como el estímulo fiscal, dispararon el déficit. El tercer factor es el pago de intereses que todo esto implica.
Es decir, el déficit está íntimamente ligado a la coyuntura de la crisis, pero no la generó. Es más, de no haber sido por el estímulo fiscal de 2009, el crecimiento sería todavía menor y la recaudación habría disminuido más. Ese estímulo ya se agotó y fue descontinuado. Y ahora se insiste en reducir el gasto porque hay que eliminar el déficit a toda costa.
No hay que olvidarlo: en diciembre la Casa Blanca y el Congreso (ya dominado por los republicanos) acordaron extender los recortes a los impuestos de los ricos por un monto de 900 mmdd. Hoy "descubren" que hay un déficit de 1.6 billones que hay que recortar a toda costa. La economía política del presupuesto es clarísima. Los privilegios de los ricos no serán tocados mientras se castigan los apoyos a los más pobres en rubros como salud y educación. Literalmente, a mucha gente le va a doler este presupuesto (mañana le llegará la hora a la seguridad social).
Y ¿el gasto militar? Los recortes no vendrán de los rubros medulares de la "seguridad nacional", aunque algo contribuirá la retirada (disfrazada) de Irak y Afganistán. En cambio, el gasto federal en educación, energía, infraestructura, ciencia y medio ambiente caerá 2 por ciento del PIB: la muestra más clara del crepúsculo imperial. ¿Será también el signo del ocaso de la administración Obama?
La Casa Blanca ha enviado al Congreso su proyecto de presupuesto para el próximo año fiscal. El objetivo central es la eliminación del déficit con reducciones anuales del gasto por 400 mil millones de dólares (mmdd) para el próximo quinquenio. Se planea reducir el déficit en más de un billón (castellano) de dólares a lo largo de los siguientes 10 años.
El debate alrededor del presupuesto es una muestra de lo mal que están las cosas en Estados Unidos. Por un lado están los halcones de las finanzas públicas "sanas". Para ellos el principal enemigo de la economía es el gasto público descontrolado. Como si la crisis hubiera sido provocada por el dispendio fiscal. En lugar de enfrentar esa narrativa torcida, Obama ha preferido doblarse y tratar de conciliar. Éste será uno de sus errores más graves y es producto de su negativa a entender las raíces del problema y a hacer efectiva su promesa de cambio.
La economía de Estados Unidos continúa sometida a grandes presiones. El crecimiento esperado para los próximos años será mediocre e incapaz de absorber el desempleo que trajo la crisis. Si bien ese desempleo (9.7 por ciento) es elevado, si se toman en cuenta las medidas más realistas del propio Bureau of Labor Statistics (BLS), resulta que más de 12 por ciento de la PEA está desocupada.
Datos oficiales revelan que de las 10 recesiones que sufrió la economía estadunidense entre 1950-2010, el desempleo en la crisis actual ha sido el más alto y el más tenaz. En la recesión de 2001 (cuando explotó la burbuja de las ilusiones dot.com) Estados Unidos perdió 2 por ciento de sus empleos y tardó cuatro años en recuperarlos. En la crisis actual se perdió 5 por ciento y todavía se está muy lejos de restablecerlos.
El desplome en la demanda efectiva sigue siendo la principal amenaza para la economía estadunidense. En los años anteriores a la crisis de 2007 el endeudamiento de las familias mantuvo artificialmente el consumo y el nivel de vida de la población. Hoy ese recurso no está disponible por muchas razones: una de ellas es el colapso en el valor de los activos residenciales que se utilizó para apalancar el endeudamiento. El precio de esos activos ha caído más de 30 por ciento y se espera se reduzca 15 por ciento adicional. De cumplirse ese pronóstico, el derrumbe de precios de casas será el más espectacular en la historia de Estados Unidos.
El desempleo y, para cerrar el círculo, los bajos salarios que recibe una gran parte de la fuerza de trabajo, también explican la insuficiencia de la demanda agregada. Los salarios reales siguen en el estancamiento que marcó las últimas tres décadas. La clase política y la elite se niegan a entender que Estados Unidos requiere un viraje decisivo en su política de ingresos y que sólo una estrategia redistributiva permitirá iniciar los cambios estructurales necesarios para sanear la economía. Con los precios de las casas en declinación y con los salarios estancados, la demanda efectiva permanecerá por debajo de la línea de flotación. Y aún con las bajas tasas de interés que aplica la Reserva Federal, ni los bancos quieren prestar ni las familias endeudarse. Los límites de la política monetaria quedaron evidenciados desde hace ya dos años. Queda entonces la política fiscal.
El crecimiento en el déficit fiscal en Estados Unidos se debe a tres factores. Primero, el colapso económico ha reducido de manera notable los ingresos tributarios, lo que era de esperarse. Segundo, los programas de salvamento que beneficiaron a Wall Street y otras empresas en bancarrota, así como el estímulo fiscal, dispararon el déficit. El tercer factor es el pago de intereses que todo esto implica.
Es decir, el déficit está íntimamente ligado a la coyuntura de la crisis, pero no la generó. Es más, de no haber sido por el estímulo fiscal de 2009, el crecimiento sería todavía menor y la recaudación habría disminuido más. Ese estímulo ya se agotó y fue descontinuado. Y ahora se insiste en reducir el gasto porque hay que eliminar el déficit a toda costa.
No hay que olvidarlo: en diciembre la Casa Blanca y el Congreso (ya dominado por los republicanos) acordaron extender los recortes a los impuestos de los ricos por un monto de 900 mmdd. Hoy "descubren" que hay un déficit de 1.6 billones que hay que recortar a toda costa. La economía política del presupuesto es clarísima. Los privilegios de los ricos no serán tocados mientras se castigan los apoyos a los más pobres en rubros como salud y educación. Literalmente, a mucha gente le va a doler este presupuesto (mañana le llegará la hora a la seguridad social).
Y ¿el gasto militar? Los recortes no vendrán de los rubros medulares de la "seguridad nacional", aunque algo contribuirá la retirada (disfrazada) de Irak y Afganistán. En cambio, el gasto federal en educación, energía, infraestructura, ciencia y medio ambiente caerá 2 por ciento del PIB: la muestra más clara del crepúsculo imperial. ¿Será también el signo del ocaso de la administración Obama?
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