José Blanco / La Jornada
Obama probablemente comprende que la reforma financiera de Estados Unidos no puede ser una reforma nacional. La reforma del sistema financiero estadunidense es la reforma del sistema financiero mundial. Los acuerdos” de Bretton Woods, hegemonizados por ese país en 1945, parecen estar llegando a su fin. Termina con ello la era del dólar. Pero nadie puede saber cuándo ocurrirá su inhumación, porque hablamos de tiempos históricos.
Acaso la era del dólar comenzó su declinación en 1971, cuando Nixon decidió desvincular el oro del dólar y desconocer así, apoyado en su fuerza militar y económica, las reglas establecidas en 1945.
El congresista republicano Ronald Ernest Paul, en un discurso pronunciado el 15 de febrero de 2006 en la Cámara de Representantes recordó lo que todo mundo sabe. Explicó a sus colegas: “Hace unos cien años se le llamó ‘diplomacia del dólar’. Después de la Segunda Guerra Mundial, y especialmente después de la caída de la Unión Soviética en 1989, la política se convirtió en la ‘hegemonía del dólar’. Pero después de todos estos años de gran éxito, nuestro dominio del dólar está llegando a su fin. Se ha dicho, con razón, que el que tiene el oro hace las reglas. En épocas anteriores se aceptó fácilmente que el comercio justo y honesto requiere un cambio de algo de valor real.
“Hoy los principios son los mismos, pero el proceso es muy diferente. El oro ya no es la moneda del reino; es el papel. La verdad ahora es: ‘el que imprime el dinero hace las reglas’, al menos por el momento. Aunque el oro no se utiliza, los objetivos son los mismos: obligar a los países extranjeros para producir y subvencionar el país con la superioridad militar y el control de las máquinas de impresión monetaria.”
Los años 60 estadunidenses, la supuesta década de oro de ese país, conllevaba un desastre en materia económica. La masa monetaria en dólares creció imparablemente en el mundo y, en 1970, la Casa Blanca le dio un gigantesco impulso, encargando una masiva impresión de dólares para pagar los gastos de la política exterior estadunidense.
Con un nivel de consumo interno enloquecido en Estados Unidos, que ha ido extendiéndose a otras zonas del planeta –principalmente a Europa, y ahora a China que amenaza con alcanzar tales niveles de consumo–, imposibles de soportar por los recursos naturales del planeta, la única forma como la economía globalizada puede funcionar, es mediante el constante y creciente déficit comercial de la economía gringa. Es el modo en que se distribuye el medio de pago por excelencia, el dólar, a efecto de que los intercambios internacionales puedan tener lugar.
Mediante el mecanismo monetario Estados Unidos esquilma al mundo. Pero agregue usted los mecanismos financieros mediante los cuales los bancos, destacadamente los estadunidenses, hacen todas las trampas imaginables. Estafan con “valores” financieros, crean paraísos fiscales, organizan sus agencias calificadoras, y tienen al mundo pendiendo de un hilo.
No es extraño que desde los recientes años ochenta, numerosos economistas latinoamericanos denunciaran la explotación monetaria, y que hoy, en el marco de la crisis, China en primer lugar, pero los BRIC, en conjunto, demanden el fin del dólar como el medio de pago internacional.
Y ya no sólo se trata de un discurso, sino que se empiezan a dar los primeros pasos. Los países petroleros del golfo Pérsico, aunados a China, Rusia, Francia y otros países, han acordado un plan para dejar de usar el dólar para comprar y vender petróleo. Se trata quizá del cambio más profundo de la historia reciente y, según sus declaraciones, se busca que el petróleo deje de financiar, vía dólar, las guerras que promueve Estados Unidos.
Esta es la situación, dice Paul Krugman: “Hemos atravesado la segunda peor crisis financiera de la historia mundial y apenas hemos empezado a recuperarnos: 29 millones de estadunidenses no pueden encontrar trabajo, al menos no a tiempo completo. Sin embargo, el impulso de llevar a cabo una reforma bancaria seria se ha perdido.” No sólo Krugman lo ha percibido. El grupo Americans for Financial Reform advierte del peligro de que la reforma acabe siendo una víctima de los mismos bancos que causaron la crisis: “La propuesta revisada no ofrece lo que se necesita para proteger a las familias ni al sistema financiero en su conjunto”, opinan, y consideran una ironía que se quiera poner la agencia en manos de la Fed.
Según Krugman, algunos republicanos podrían ser persuadidos para apoyar “una versión muy debilitada de la reforma; en concreto, una que elimina un punto clave de las propuestas de la administración de Obama: la creación de un organismo fuerte e independiente que proteja a los consumidores. ¿Deberían los demócratas aceptar semejante reforma aguada?
“Yo opino que no. Hay ocasiones en que hasta una reforma enormemente imperfecta es mucho mejor que nada; éste es claramente el caso de la asistencia sanitaria. Pero la reforma financiera es diferente. Una reforma financiera débil no se vería puesta a prueba hasta la siguiente gran crisis. Todo lo que haría es generar una falsa sensación de seguridad y proporcionar una hoja de parra a los políticos que se oponen a cualquier medida seria; luego llegaría el batacazo.”
Obama probablemente comprende que la reforma financiera de Estados Unidos no puede ser una reforma nacional. La reforma del sistema financiero estadunidense es la reforma del sistema financiero mundial. Los acuerdos” de Bretton Woods, hegemonizados por ese país en 1945, parecen estar llegando a su fin. Termina con ello la era del dólar. Pero nadie puede saber cuándo ocurrirá su inhumación, porque hablamos de tiempos históricos.
Acaso la era del dólar comenzó su declinación en 1971, cuando Nixon decidió desvincular el oro del dólar y desconocer así, apoyado en su fuerza militar y económica, las reglas establecidas en 1945.
El congresista republicano Ronald Ernest Paul, en un discurso pronunciado el 15 de febrero de 2006 en la Cámara de Representantes recordó lo que todo mundo sabe. Explicó a sus colegas: “Hace unos cien años se le llamó ‘diplomacia del dólar’. Después de la Segunda Guerra Mundial, y especialmente después de la caída de la Unión Soviética en 1989, la política se convirtió en la ‘hegemonía del dólar’. Pero después de todos estos años de gran éxito, nuestro dominio del dólar está llegando a su fin. Se ha dicho, con razón, que el que tiene el oro hace las reglas. En épocas anteriores se aceptó fácilmente que el comercio justo y honesto requiere un cambio de algo de valor real.
“Hoy los principios son los mismos, pero el proceso es muy diferente. El oro ya no es la moneda del reino; es el papel. La verdad ahora es: ‘el que imprime el dinero hace las reglas’, al menos por el momento. Aunque el oro no se utiliza, los objetivos son los mismos: obligar a los países extranjeros para producir y subvencionar el país con la superioridad militar y el control de las máquinas de impresión monetaria.”
Los años 60 estadunidenses, la supuesta década de oro de ese país, conllevaba un desastre en materia económica. La masa monetaria en dólares creció imparablemente en el mundo y, en 1970, la Casa Blanca le dio un gigantesco impulso, encargando una masiva impresión de dólares para pagar los gastos de la política exterior estadunidense.
Con un nivel de consumo interno enloquecido en Estados Unidos, que ha ido extendiéndose a otras zonas del planeta –principalmente a Europa, y ahora a China que amenaza con alcanzar tales niveles de consumo–, imposibles de soportar por los recursos naturales del planeta, la única forma como la economía globalizada puede funcionar, es mediante el constante y creciente déficit comercial de la economía gringa. Es el modo en que se distribuye el medio de pago por excelencia, el dólar, a efecto de que los intercambios internacionales puedan tener lugar.
Mediante el mecanismo monetario Estados Unidos esquilma al mundo. Pero agregue usted los mecanismos financieros mediante los cuales los bancos, destacadamente los estadunidenses, hacen todas las trampas imaginables. Estafan con “valores” financieros, crean paraísos fiscales, organizan sus agencias calificadoras, y tienen al mundo pendiendo de un hilo.
No es extraño que desde los recientes años ochenta, numerosos economistas latinoamericanos denunciaran la explotación monetaria, y que hoy, en el marco de la crisis, China en primer lugar, pero los BRIC, en conjunto, demanden el fin del dólar como el medio de pago internacional.
Y ya no sólo se trata de un discurso, sino que se empiezan a dar los primeros pasos. Los países petroleros del golfo Pérsico, aunados a China, Rusia, Francia y otros países, han acordado un plan para dejar de usar el dólar para comprar y vender petróleo. Se trata quizá del cambio más profundo de la historia reciente y, según sus declaraciones, se busca que el petróleo deje de financiar, vía dólar, las guerras que promueve Estados Unidos.
Esta es la situación, dice Paul Krugman: “Hemos atravesado la segunda peor crisis financiera de la historia mundial y apenas hemos empezado a recuperarnos: 29 millones de estadunidenses no pueden encontrar trabajo, al menos no a tiempo completo. Sin embargo, el impulso de llevar a cabo una reforma bancaria seria se ha perdido.” No sólo Krugman lo ha percibido. El grupo Americans for Financial Reform advierte del peligro de que la reforma acabe siendo una víctima de los mismos bancos que causaron la crisis: “La propuesta revisada no ofrece lo que se necesita para proteger a las familias ni al sistema financiero en su conjunto”, opinan, y consideran una ironía que se quiera poner la agencia en manos de la Fed.
Según Krugman, algunos republicanos podrían ser persuadidos para apoyar “una versión muy debilitada de la reforma; en concreto, una que elimina un punto clave de las propuestas de la administración de Obama: la creación de un organismo fuerte e independiente que proteja a los consumidores. ¿Deberían los demócratas aceptar semejante reforma aguada?
“Yo opino que no. Hay ocasiones en que hasta una reforma enormemente imperfecta es mucho mejor que nada; éste es claramente el caso de la asistencia sanitaria. Pero la reforma financiera es diferente. Una reforma financiera débil no se vería puesta a prueba hasta la siguiente gran crisis. Todo lo que haría es generar una falsa sensación de seguridad y proporcionar una hoja de parra a los políticos que se oponen a cualquier medida seria; luego llegaría el batacazo.”
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