México SA
Ya no se trata de ideologías sino de marketing
La desindustrialización y lo que viene
Carlos Fernández-Vega / La Jornada
Sólo en el mejor de los casos la economía mexicana crecería” 1.75 por ciento como promedio anual durante el calderonato, el peor resultado en poco más de dos décadas. Aferrados al modelo económico marca apartheid, los grupos dominantes se han enriquecido al extremo a costillas de que el país se hunda sexenio tras sexenio, con resultados cada vez más raquíticos. En las últimas tres décadas dicho promedio apenas si sobrepasa el 2 por ciento, mientras en otras latitudes (China, por ejemplo) cuadruplican o quintuplican dicho indicador. México, pues, está condenado al fracaso, en tanto no se modifique el imperante modelo económico y se renueve la clase política.
El anterior es uno de los puntos nodales para comenzar a construir el futuro nacional, ante el sonado fracaso de cinco sexenios al hilo, de Miguel de la Madrid a Felipe Calderón, cada uno de ellos con peores resultados que los de su antecesor. Los grupos de poder, políticos y económicos, se aferran a sus cotos y, por lo mismo, sólo tienen en la mira el siguiente proceso electoral, en el entendido de que ya no se trata de ideologías sino de marketing, ya no de candidatos sino de productos comercializables. Qué más da que para lograr el objetivo Benito y Maximilano jueguen a las alianzas. Faltan dos años para los comicios de 2012, y su agenda se concentra en ese objetivo, por mucho que el país se hunda día tras día.
Semanas atrás concluyó el seminario internacional Política industrial y desarrollo, en el que participaron académicos de la UNAM, UAM y de la Universidad Iberoamericana, así como funcionarios del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo y de la Cepal, y entre otros temas se abordó la circunstancia mexicana, de cuyo repaso se toman algunos elementos que deberá considerar quien se anime a participar en el proceso electoral de 2012 como candidato y no como simple producto comercializable, si es que su intención real es no sólo enderezar el barco sino darle rumbo y velocidad, y trascender 30 años de fracaso sostenido en materia económica. Va, pues.
México reemplazó el proteccionismo de los años sesenta por una estrategia de mercados abiertos que dio lugar a errores en la adaptación de su política industrial. Dichos errores se han agravado con la crisis global de 2008 y obligarán al país a instrumentar ajustes importantes. La falta de política industrial, la libertad de mercados y de fronteras económicas y el desmantelamiento de las instituciones estatales encargadas del desarrollo (como las oficinas de planeación y la banca de desarrollo) determinaron la mala incorporación del país al orden económico internacional y sus problemas de crecimiento económico. En México se desmantelaron los instrumentos de protección, basándose en la creencia de que la mejor política industrial era la ausencia total de política industrial. La apertura externa, sin programas de reconversión productiva, acrecentó las importaciones de manufacturas y de productos agrícolas y, al mismo tiempo, destruyó numerosas empresas nacionales. A nivel regional, la falta de proyectos de transformación productiva ha ampliado la heterogeneidad territorial. El Tratado de Libre Comercio de América del Norte impulsó intensamente las exportaciones de maquila y su firma coincidió con el aumento de los precios del petróleo, las remesas y la inversión extranjera, que generaron un flujo masivo de divisas que enfermó a México del “mal holandés”.
El TLCAN y los diversos tratados de libre comercio que celebró México incrementaron sus importaciones y provocaron la desaparición de enormes segmentos de la producción. En México la competitividad y la productividad se basaron en la importación de insumos tecnológicamente avanzados, la depreciación sistemática de los salarios y la estabilización de los precios. Además de la ausencia de una estrategia industrial micro, existió la falta de una política macroeconómica de apoyo. El Banco de México se centró en la inflación y en el financiamiento de los déficit estructurales de los bancos. La inversión pública se contrajo dramáticamente, y la inversión privada (interna y externa) la compensó mínimamente. En consecuencia, el desarrollo mexicano se rezagó, al igual que su estructura productiva, su calidad en la inserción internacional y su capacidad para llevar el bienestar de la población. En 1990-2008 México sólo “creció” 3 por ciento promedio anual (2 por ciento en 1982-2008), lo que promovió el atraso social, ingreso de manera muy desigual, caída en el salario mínimo, la mitad de la población en situación de pobreza, mercado laboral muy limitado, con la necesidad de que el país “exporte” 400 mil trabajadores anualmente.
Con las repercusiones de la crisis mundial y su lenta recuperación se vislumbra que el comercio exterior disminuirá, mientras aumentarán las tasas de interés y el financiamiento externo. Ante este escenario, México deberá eliminar todos los topes económicos que han evitado la influencia del Estado en la dirección de la política industrial, en primer término, y de la política, propiamente dicha, en segundo; ser heterodoxo y tener una estrategia de desarrollo mucho más independiente y autónoma que le permita concertar mejor su inserción internacional, y atreverse a seleccionar ganadores industriales y apoyarlos fuertemente, en especial mediante la banca de desarrollo. Si lo anterior no se corrige, expresó, México no tendrá ni productores, ni empresarios, ni desarrollo y mucho menos igualdad social.
México lleva a cabo un proceso de desindustrialización que afecta su crecimiento y lo rezaga cada vez más de las economías emergentes. En el último cuarto de siglo el producto interno bruto se ha estancado, existe una poderosa expansión de gigantes monopólicos, con creciente participación de empresas extranjeras, amén del bajo avance del empleo, el aumento de la informalidad y la migración, la disminución del salario real, la ampliación de los desequilibrios regionales y la caída del ahorro, la inversión y el crédito como porcentaje del PIB. La crisis puede ser detonadora de cambios: rescatar y reactivar la planta industrial, inducir a la banca privada a financiar integralmente la manufactura; reorientar a sectores clave para la producción, el empleo y las exportaciones hacia mayor competitividad, valor agregado e innovación.
Las rebanadas del pastel
En el fracaso total del calderonato y en el colmo de los colmos, lo único que le falta al país es que el porro Javier Lozano Alarcón se instale en Bucareli… Y el chiste de ayer fue de Mony de Swann, el querubín de Molinar Horcasitas: “la Cofetel será autónoma”.
Ya no se trata de ideologías sino de marketing
La desindustrialización y lo que viene
Carlos Fernández-Vega / La Jornada
Sólo en el mejor de los casos la economía mexicana crecería” 1.75 por ciento como promedio anual durante el calderonato, el peor resultado en poco más de dos décadas. Aferrados al modelo económico marca apartheid, los grupos dominantes se han enriquecido al extremo a costillas de que el país se hunda sexenio tras sexenio, con resultados cada vez más raquíticos. En las últimas tres décadas dicho promedio apenas si sobrepasa el 2 por ciento, mientras en otras latitudes (China, por ejemplo) cuadruplican o quintuplican dicho indicador. México, pues, está condenado al fracaso, en tanto no se modifique el imperante modelo económico y se renueve la clase política.
El anterior es uno de los puntos nodales para comenzar a construir el futuro nacional, ante el sonado fracaso de cinco sexenios al hilo, de Miguel de la Madrid a Felipe Calderón, cada uno de ellos con peores resultados que los de su antecesor. Los grupos de poder, políticos y económicos, se aferran a sus cotos y, por lo mismo, sólo tienen en la mira el siguiente proceso electoral, en el entendido de que ya no se trata de ideologías sino de marketing, ya no de candidatos sino de productos comercializables. Qué más da que para lograr el objetivo Benito y Maximilano jueguen a las alianzas. Faltan dos años para los comicios de 2012, y su agenda se concentra en ese objetivo, por mucho que el país se hunda día tras día.
Semanas atrás concluyó el seminario internacional Política industrial y desarrollo, en el que participaron académicos de la UNAM, UAM y de la Universidad Iberoamericana, así como funcionarios del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo y de la Cepal, y entre otros temas se abordó la circunstancia mexicana, de cuyo repaso se toman algunos elementos que deberá considerar quien se anime a participar en el proceso electoral de 2012 como candidato y no como simple producto comercializable, si es que su intención real es no sólo enderezar el barco sino darle rumbo y velocidad, y trascender 30 años de fracaso sostenido en materia económica. Va, pues.
México reemplazó el proteccionismo de los años sesenta por una estrategia de mercados abiertos que dio lugar a errores en la adaptación de su política industrial. Dichos errores se han agravado con la crisis global de 2008 y obligarán al país a instrumentar ajustes importantes. La falta de política industrial, la libertad de mercados y de fronteras económicas y el desmantelamiento de las instituciones estatales encargadas del desarrollo (como las oficinas de planeación y la banca de desarrollo) determinaron la mala incorporación del país al orden económico internacional y sus problemas de crecimiento económico. En México se desmantelaron los instrumentos de protección, basándose en la creencia de que la mejor política industrial era la ausencia total de política industrial. La apertura externa, sin programas de reconversión productiva, acrecentó las importaciones de manufacturas y de productos agrícolas y, al mismo tiempo, destruyó numerosas empresas nacionales. A nivel regional, la falta de proyectos de transformación productiva ha ampliado la heterogeneidad territorial. El Tratado de Libre Comercio de América del Norte impulsó intensamente las exportaciones de maquila y su firma coincidió con el aumento de los precios del petróleo, las remesas y la inversión extranjera, que generaron un flujo masivo de divisas que enfermó a México del “mal holandés”.
El TLCAN y los diversos tratados de libre comercio que celebró México incrementaron sus importaciones y provocaron la desaparición de enormes segmentos de la producción. En México la competitividad y la productividad se basaron en la importación de insumos tecnológicamente avanzados, la depreciación sistemática de los salarios y la estabilización de los precios. Además de la ausencia de una estrategia industrial micro, existió la falta de una política macroeconómica de apoyo. El Banco de México se centró en la inflación y en el financiamiento de los déficit estructurales de los bancos. La inversión pública se contrajo dramáticamente, y la inversión privada (interna y externa) la compensó mínimamente. En consecuencia, el desarrollo mexicano se rezagó, al igual que su estructura productiva, su calidad en la inserción internacional y su capacidad para llevar el bienestar de la población. En 1990-2008 México sólo “creció” 3 por ciento promedio anual (2 por ciento en 1982-2008), lo que promovió el atraso social, ingreso de manera muy desigual, caída en el salario mínimo, la mitad de la población en situación de pobreza, mercado laboral muy limitado, con la necesidad de que el país “exporte” 400 mil trabajadores anualmente.
Con las repercusiones de la crisis mundial y su lenta recuperación se vislumbra que el comercio exterior disminuirá, mientras aumentarán las tasas de interés y el financiamiento externo. Ante este escenario, México deberá eliminar todos los topes económicos que han evitado la influencia del Estado en la dirección de la política industrial, en primer término, y de la política, propiamente dicha, en segundo; ser heterodoxo y tener una estrategia de desarrollo mucho más independiente y autónoma que le permita concertar mejor su inserción internacional, y atreverse a seleccionar ganadores industriales y apoyarlos fuertemente, en especial mediante la banca de desarrollo. Si lo anterior no se corrige, expresó, México no tendrá ni productores, ni empresarios, ni desarrollo y mucho menos igualdad social.
México lleva a cabo un proceso de desindustrialización que afecta su crecimiento y lo rezaga cada vez más de las economías emergentes. En el último cuarto de siglo el producto interno bruto se ha estancado, existe una poderosa expansión de gigantes monopólicos, con creciente participación de empresas extranjeras, amén del bajo avance del empleo, el aumento de la informalidad y la migración, la disminución del salario real, la ampliación de los desequilibrios regionales y la caída del ahorro, la inversión y el crédito como porcentaje del PIB. La crisis puede ser detonadora de cambios: rescatar y reactivar la planta industrial, inducir a la banca privada a financiar integralmente la manufactura; reorientar a sectores clave para la producción, el empleo y las exportaciones hacia mayor competitividad, valor agregado e innovación.
Las rebanadas del pastel
En el fracaso total del calderonato y en el colmo de los colmos, lo único que le falta al país es que el porro Javier Lozano Alarcón se instale en Bucareli… Y el chiste de ayer fue de Mony de Swann, el querubín de Molinar Horcasitas: “la Cofetel será autónoma”.
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