viernes, 9 de julio de 2010

¿DE QUE SE UFANA EL PAN?

Rodolfo Echeverría Ruiz / El Universal
Recuerdo a Heriberto Jara, hombre de la Revolución y líder de su partido. Mañana se conmemora el aniversario de su nacimiento.
Las diversas elecciones locales dejan muchas enseñanzas políticas para los contendientes, sea cual sea la hondura de su implantación electoral, la fidelidad de los partidos a sus principios esenciales —o su olvido— y los aciertos o los errores en los mecanismos a través de los cuales se postuló a numerosos candidatos.
El PRI (aunque recuperó Zacatecas, Aguascalientes y Tlaxcala y confirmó, bajo su influencia mayoritaria, Quintana Roo y Chihuahua, Tamaulipas e Hidalgo, Veracruz y Durango) está urgido de un autoanálisis reformador, humilde y riguroso, capaz de poner en evidencia los límites de una heterogeneidad hasta hoy consustancial a su estructura. Antes, esa heterogeneidad explicó su fuerza, pero hoy, a la luz de los procesos electorales, pudo haberse convertido en la primera causa de sus desaciertos y debilidades.
La derecha podría preguntarse si supusieron triunfos del PAN las victorias de aquellos candidatos (recién egresados del PRI) cuyo previsible desempeño gubernamental no corresponderá, ni por asomo, con las ideas o prácticas del partido fundado por Gómez Morín. Véase cómo el PAN perdió, con amplios márgenes, en donde compitió con candidatos propios (Tlaxcala, Quintana Roo y Chihuahua, Tamaulipas, Aguascalientes y Zacatecas). Lejos de avanzar, la derecha retrocede: ¿de qué se ufana el PAN?
Sus derrotas en Mexicali y Tijuana, Ensenada, Tecate y Rosarito (únase a lo anterior la amplia mayoría legislativa priísta conquistada en Baja California) son otro crudo retrato del progresivo deterioro de ese partido: ¿a quién pretende engañar Nava?
Y por lo que a la autollamada izquierda corresponde, sus pulverizados grupúsculos podrían examinar las causas de la malversación de sus limpias, antiguas señas de identidad a manos de un pragmatismo ramplón, oportunista, desbrujulado y corrupto. El PRD no ganó ninguna elección por sí mismo, pero sí perdió el gobierno de Zacatecas. El desarrollo político del país requiere de una izquierda nacional, ejemplar, representativa, honrada. Esta seudoizquierda dizque nacional es todo menos una genuina izquierda.
Nadie debería apresurar conclusiones ni echar a vuelo las campanas. La euforia ensombrece el raciocinio y hace inalcanzable la objetividad para pensar y actuar en política. El PRI intentó entreverar en sus fórmulas electorales a cuadros experimentados engarzándolos con representantes jóvenes. De ese modo, consiguió proponer, no sin dificultades, un variopinto catálogo de candidatos y desarrollar campañas abiertas hacia dirigentes sociales y ciudadanos dotados de fuerza política y solvencia profesional. Hubo notables excepciones a esa regla del mero sentido común y el PRI, entonces, cosechó las consecuencias de semejantes desaciertos en unas urnas mayoritariamente reprobatorias (Oaxaca, Puebla, Sinaloa).
Si el PRI a lo largo de su historia ha sido una fuerza organizada capaz de impulsar cambios sociales y económicos con estabilidad política, los ciudadanos quieren verlo de nuevo comportarse como enérgico factor de cambio hacia su interior y, desde luego, hacia su vida de relación con todas aquellas esferas integrantes de una mayoría social que ya no puede ni quiere esperar y se niega a ser engañada otra vez.
Muchos son los problemas del PRI y si en verdad quiere recuperar la Presidencia está obligado a revisarse a fondo y con autocrítica. Aludo a muchos asuntos inherentes a su ya desbordada heterogeneidad, pero también temas conectados, entre otros, con el olvido de las reivindicaciones obreras y campesinas; el ruidoso y ruinoso fracaso del gobierno derechista; la influencia perniciosa de poderes fácticos que sitian al Estado y erosionan las bases de su fuerza histórica y su legitimidad; las débiles finanzas públicas; la educación estrangulada por las peores manos; la reconquista del concepto integral de laicidad…
Las imperativas urnas del 4 de julio significan la ratificación de una demanda de cambios largamente incubada en el ánimo de los segmentos más democráticos de la sociedad, entre ellos millones de votantes y simpatizadores del PRI. El partido está obligado a entender la dimensión de ese mensaje y a iniciar, en serio y a fondo, un proceso de autorreforma —su reforma, no la reforma que para él sueñan sus adversarios— capaz de poner límites a una heterogeneidad indiscriminada y a un pragmatismo exacerbado, cuyo peso muerto le impide volar como debiera.

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