José Antonio Crespo / El Universal
Supongo
que la mayoría de ciudadanos prefiere los debates, encuentros y
entrevistas libres —entre y con los candidatos— que los insulsos spots
que informan poco y hartan mucho. Y es que en actos con público no
controlado y debates entre candidatos pueden aflorar sus rasgos reales, y
no sólo la imagen artificial que quieren proyectar. Particularmente en
el caso de los punteros que prefieren no arriesgarse.
Y hablo en
plural, pues todos los candidatos (salvo Gabriel Quadri) han sido
punteros en diferentes circunstancias y entonces rehúyen el debate y la
confrontación. Es que partidos y candidatos toman sus decisiones
enteramente a partir de sus respectivos intereses y estrategias, y no de
las necesidades de los ciudadanos, los cuales siempre aparecen en el
último lugar de las prioridades partidistas. Andrés Manuel López Obrador
evadió el primer debate oficial en 2006, y ahora, incapaz de reconocer
ese error (como ninguno otro), responsabiliza de ello a otra conjura más
de Televisa (yerro que fue determinante en su desplome). Tampoco hubo
ninguno de los debates anunciados con Marcelo Ebrard el año pasado,
durante el proceso interno del PRD. Josefina Vázquez Mota, que
protagoniza una campaña de contraste contra el PRI, eludió ese mismo
esquema durante la elección interna del PAN. Daba entonces la misma
razón que hoy esgrime el PRI: que más vale la propuesta que la
confrontación. Ahora busca debatir tanto como sea posible... pero
solamente con el puntero. Si este no va, en lugar de aprovechar la
ocasión para generarle un costo político a Peña Nieto, decide no ir
tampoco (para fortuna del priísta). Y es que sin Peña prefiere rehuir el
debate, seguramente insegura frente a López Obrador, quien le pisa ya
los talones, para no caer definitiva e irreversiblemente en el tercer
lugar. Por su parte, Enrique Peña Nieto ha decidido evadir en lo posible
todo foro no controlado, sea una entrevista televisiva o encuentros en
universidades con asistentes potencialmente críticos. Prefiere no
mostrar su verdadero yo, que, como ya se vio en Guadalajara, puede
provocar decepciones y deserciones. Mejor seguir apostando a presentar
un holograma cosmético, carente de toda espontaneidad, prefabricado
desde hace años y que tan buenos resultados le ha brindado a su causa.
El
formato del primer debate resulta poco prometedor, rígido y
tradicional, contrariamente a lo sugerido por el Comité Técnico del IFE a
los partidos y consejeros electorales que lo negociaron. Lo nuevo era
en todo caso la presencia de preguntas concretas a cada candidato. Se
propuso que fueran elaboradas por expertos independientes sobre los
temas elegidos (y cuya presencia en el debate hubiera sido deseable) y
que no fueran conocidas de antemano por los candidatos. Eso daría un
factor de expectativa y sorpresa al ejercicio. Pero los candidatos
decidieron nombrar a sus alfiles para elaborar las preguntas... con lo
cual además todos las conocerán de antemano. Se le quitó, pues, todo el
interés que pudo haber tenido el debate. Desde luego que ese formato
beneficia al puntero, como lo reconocieron los coordinadores de campaña
de Josefina y López Obrador, quienes desde el inicio propusieron un
formato más abierto, ágil, dinámico y participativo. Pero resulta que el
esquema que seguirá el primer debate fue aprobado por sus respectivos
representantes en la mesa para configurar el debate. ¿Por qué aceptaron
un modelo que les era desfavorable, facilitándole nuevamente las cosas a
Peña? Un nuevo error —en este caso garrafal—, que se van acumulando
semana tras semana.
Con todo, en los debates, aún los más
acartonados, suelen ocurrir cosas inesperadas, situaciones
imponderables, desplantes o errores de diversa magnitud, que
eventualmente afectan el tablero. Ocurrió en 1994, cuando Diego
Fernández de Cevallos pasó de 12% a 32%, en situación de empate técnico
con el oficialista Ernesto Zedillo (después Diego se replegó dejando
cancha libre al candidato del PRI). El primer debate en 2000 permitió a
Vicente Fox ubicarse por arriba de Francisco Labastida (y el segundo
debate consolidó su triunfo). Y en 2006 la ausencia de López Obrador en
el primer debate le quitó cerca de cuatro puntos, que resultaron
absolutamente determinantes en el resultado final. Los debates,
formalmente, son de los pocos sucesos (al menos de los previsibles) que
podrían modificar en alguna medida el actual marcador. De ahí el
relativo interés que todavía mantienen los dos encuentros que celebrará
el IFE.
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