martes, 1 de mayo de 2012

¿QUÉ ESPERAR DEL DEBATE?

José Antonio Crespo / El Universal
Supongo que la mayoría de ciudadanos prefiere los debates, encuentros y entrevistas libres —entre y con los candidatos— que los insulsos spots que informan poco y hartan mucho. Y es que en actos con público no controlado y debates entre candidatos pueden aflorar sus rasgos reales, y no sólo la imagen artificial que quieren proyectar. Particularmente en el caso de los punteros que prefieren no arriesgarse.
Y hablo en plural, pues todos los candidatos (salvo Gabriel Quadri) han sido punteros en diferentes circunstancias y entonces rehúyen el debate y la confrontación. Es que partidos y candidatos toman sus decisiones enteramente a partir de sus respectivos intereses y estrategias, y no de las necesidades de los ciudadanos, los cuales siempre aparecen en el último lugar de las prioridades partidistas. Andrés Manuel López Obrador evadió el primer debate oficial en 2006, y ahora, incapaz de reconocer ese error (como ninguno otro), responsabiliza de ello a otra conjura más de Televisa (yerro que fue determinante en su desplome). Tampoco hubo ninguno de los debates anunciados con Marcelo Ebrard el año pasado, durante el proceso interno del PRD. Josefina Vázquez Mota, que protagoniza una campaña de contraste contra el PRI, eludió ese mismo esquema durante la elección interna del PAN. Daba entonces la misma razón que hoy esgrime el PRI: que más vale la propuesta que la confrontación. Ahora busca debatir tanto como sea posible... pero solamente con el puntero. Si este no va, en lugar de aprovechar la ocasión para generarle un costo político a Peña Nieto, decide no ir tampoco (para fortuna del priísta). Y es que sin Peña prefiere rehuir el debate, seguramente insegura frente a López Obrador, quien le pisa ya los talones, para no caer definitiva e irreversiblemente en el tercer lugar. Por su parte, Enrique Peña Nieto ha decidido evadir en lo posible todo foro no controlado, sea una entrevista televisiva o encuentros en universidades con asistentes potencialmente críticos. Prefiere no mostrar su verdadero yo, que, como ya se vio en Guadalajara, puede provocar decepciones y deserciones. Mejor seguir apostando a presentar un holograma cosmético, carente de toda espontaneidad, prefabricado desde hace años y que tan buenos resultados le ha brindado a su causa.
El formato del primer debate resulta poco prometedor, rígido y tradicional, contrariamente a lo sugerido por el Comité Técnico del IFE a los partidos y consejeros electorales que lo negociaron. Lo nuevo era en todo caso la presencia de preguntas concretas a cada candidato. Se propuso que fueran elaboradas por expertos independientes sobre los temas elegidos (y cuya presencia en el debate hubiera sido deseable) y que no fueran conocidas de antemano por los candidatos. Eso daría un factor de expectativa y sorpresa al ejercicio. Pero los candidatos decidieron nombrar a sus alfiles para elaborar las preguntas... con lo cual además todos las conocerán de antemano. Se le quitó, pues, todo el interés que pudo haber tenido el debate. Desde luego que ese formato beneficia al puntero, como lo reconocieron los coordinadores de campaña de Josefina y López Obrador, quienes desde el inicio propusieron un formato más abierto, ágil, dinámico y participativo. Pero resulta que el esquema que seguirá el primer debate fue aprobado por sus respectivos representantes en la mesa para configurar el debate. ¿Por qué aceptaron un modelo que les era desfavorable, facilitándole nuevamente las cosas a Peña? Un nuevo error —en este caso garrafal—, que se van acumulando semana tras semana.
Con todo, en los debates, aún los más acartonados, suelen ocurrir cosas inesperadas, situaciones imponderables, desplantes o errores de diversa magnitud, que eventualmente afectan el tablero. Ocurrió en 1994, cuando Diego Fernández de Cevallos pasó de 12% a 32%, en situación de empate técnico con el oficialista Ernesto Zedillo (después Diego se replegó dejando cancha libre al candidato del PRI). El primer debate en 2000 permitió a Vicente Fox ubicarse por arriba de Francisco Labastida (y el segundo debate consolidó su triunfo). Y en 2006 la ausencia de López Obrador en el primer debate le quitó cerca de cuatro puntos, que resultaron absolutamente determinantes en el resultado final. Los debates, formalmente, son de los pocos sucesos (al menos de los previsibles) que podrían modificar en alguna medida el actual marcador. De ahí el relativo interés que todavía mantienen los dos encuentros que celebrará el IFE.

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