Pese a su popularidad en Europa, Obama puede ver su presidencia en riesgo por lo que ocurra en Grecia
José Ignacio Torreblanca / El País
Los líderes del G-8 se reúnen este fin de semana en Camp David. Allí
estarán Angela Merkel, François Hollande, Mario Monti, Durão Barroso y
Van Rompuy, responsables de gestionar este desaguisado político y
financiero en el que se ha convertido la eurozona. Uno de los asuntos
centrales será la crisis europea, que preocupa mucho. Y no tanto porque
el presidente Obama o el primer ministro David Cameron sean entusiastas
de la construcción europea, sino porque la eurozona es el principal
socio comercial tanto de EE UU como de Reino Unido.
Obama quiso desde el principio de su mandato volcar a EE UU hacia el
Pacífico y no ocultó su falta de paciencia con el bizantinismo y las
complicaciones institucionales típicamente europeas. Ahora, hay gran
preocupación allí porque la crisis de la eurozona pueda convertirse en
el factor que descarrile la frágil recuperación económica estadounidense
y, de paso, mandar a Obama a su casa en las elecciones de noviembre de
este año. Es por ello previsible que exija explicaciones sobre las
medidas que van a tomar para evitar que una eventual salida de Grecia
provoque una nueva crisis financiera global.
Agazapado detrás de Obama estará el primer ministro británico, David
Cameron, que, secundado por el gobernador del Banco de Inglaterra, sir
Mervin King, también ha expresado públicamente su preocupación porque la
inestabilidad europea acabe dañando gravemente la muy debilitada
economía británica. Cameron ha hecho trizas la tradicional política
británica hacia la Unión Europea, antiguamente llena de sutilezas y
consideraciones pragmáticas, dando alas a las visiones más nacionalistas
e ideológicas que pueblan en las filas de los conservadores británicos.
Ahora, sus políticas de recortes han provocado una segunda recesión,
que puede ser ahora agravada por la decisión que tomen los líderes que
se sientan en una mesa, la de la eurozona, de la que Reino Unido ha
decidido voluntariamente no ser parte en aras de preservar su supuesta
soberanía.
Así pues, doble ración de paradojas del destino. Pese a su
popularidad en Europa, incluso mayor que en EE UU, Obama puede ver su
presidencia en riesgo por lo que ocurra en las elecciones griegas del 17
de junio, que de seguir las cosas así van a ser seguidas en la Casa
Blanca con el mismo o mayor interés que las primarias republicanas.
Visto desde Washington o Londres, lo inquietante debe ser cómo, mientras
se ve el suelo europeo moverse bajo los pies de los líderes de la
eurozona, estos se dedican a jugar un póquer bastante caótico con
Grecia, formulando amenazas que no se sabe si están dispuestos a
cumplir, retirándolas a continuación, especulando con escenarios cuyos
costes se desconocen y, sobre todo, careciendo de plan alguno para
gestionar nada de lo que verbalizan o insinúan.
Por su parte, el líder de la coalición Syriza, Alexis Tsipras, parece
estar encantado con el planteamiento táctico que le ofrecen desde
fuera: si su objetivo es dinamitar el sistema de partidos tradicional y
establecer una nueva correlación de fuerzas, un Gobierno de salvación
nacional sería un Gobierno de salvación de los partidos tradicionales de
centroizquierda y centroderecha (el Pasok y Nueva Democracia) mientras
que unas nuevas elecciones le permiten vislumbrar la posibilidad de
hacerse con el poder sin necesidad de pactar con los viejos y agotados
partidos.
Solo el presidente del Eurogrupo, Jean-Claude Juncker, ha percibido
con claridad que la estrategia de amedrentamiento público seguida estos
días, a la cabeza de la cual se ha situado muy imprudentemente el
presidente de la Comisión, Barroso, no solo es impropia, sino
contraproducente, ya que incentiva a los griegos a votar basándose en
emociones (el miedo o, alternativamente, el orgullo) en lugar de en
consideración de sus intereses. En estas circunstancias, el futuro de
Grecia en el euro, y la onda expansiva que generaría su salida quedan
sometidos, a un lado, a unas elecciones en Grecia que tendrán bastante
de emocionales, a otro, a las incertidumbres generadas por el hecho
evidente de que los líderes europeos carecen de plan alguno para
gestionar el proceso de salida y, menos aún, sus consecuencias legales,
políticas y económicas. Esperemos que, una vez expuestos por Obama en
Camp David a su propia insensatez y cortoplacismo, estos líderes puedan
tomar un poco de perspectiva y entender la enorme responsabilidad
histórica a la que se enfrentan. Ni el miedo ni las amenazas son la vía
para salvar esta maltrecha Europa.
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