Los economistas están tan convencidos de la bondad de
sus modelos que nunca valoran la pérdida de autogobierno democrático que supone
la implantación de sus recetas institucionales
Los
economistas han acabado desempeñando el papel que Platón reservaba a los
filósofos
La crisis tendría que hacernos reconsiderar si
los economistas están en posesión de la verdad
Ignacio
Sánchez-Cuenca / El País
En la famosa obra de Ibsen, Un enemigo del
pueblo, el doctor Stockmann descubre que las aguas del balneario del que
depende económicamente el pueblo en el que reside están infectadas. Su
obligación como médico es hacérselo saber a todo el mundo, aun si ello implica
poner en riesgo la fuente de la prosperidad de la que disfrutan sus habitantes.
Las autoridades y los poderosos consiguen, sin embargo, tapar la verdad, con el
apoyo de una muchedumbre enfervorecida que sucumbe a la demagogia. Se trata de
un conflicto entre la verdad científica y los intereses políticos y económicos
de la comunidad. La tesis de Ibsen es que la democracia no es siempre
compatible con la verdad.
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