Antonio Navalón / El Universal
Si la revista electrónica Reporte Índigo tiene razón y todo es como publicó en su último número, entonces las reformas del país están, no a punto de naufragar, sino sobre una base de agua.
Quizá por eso es fácil entender que la reforma política es el hijo del entendimiento del Estado y de la necesidad absoluta de cambiar algo, lo que sea; en eso coinciden el presidente del Senado —Beltrones— y el de la república —Calderón.
La Ley de la Reforma Política y la Ley de Seguridad Nacional parecen destinadas a dormir el sueño de los justos en los sótanos de San Lázaro. Éste es el primer ejercicio presidencial de Peña Nieto, que recogiendo la legítima y preocupante aspiración del Ejército mexicano, se puso a la labor de darle al general secretario su ley, no sé hasta qué punto, pero quiero pensar que con la aceptación del comandante en jefe de la guerra perdida.
Más allá de las declaraciones grandilocuentes de la bancada del PRI en el Congreso, quien tiene la capacidad de proponer y legislar, cabe mencionar que para que fuera posible votar la Ley de Seguridad Nacional era necesario que cinco comisiones se abstuvieran. Cuatro lo hicieron, y una, en manos del PAN —la de Gobernación—, que preside Javier Corral, no lo hizo. En consecuencia, si esta ley no sale, ésa por lo menos no hay que cargársela a las desavenencias internas priístas.
Si por alguna razón la Ley de la Reforma Política dormirá el sueño de los justos en San Lázaro y la Ley de Seguridad tampoco saldrá, naturalmente le recomiendo que haga lo que yo: ría para no llorar.
Lo que sucede en México nunca deja de sorprenderme. Vivimos en un país en donde una de las más importantes instituciones políticas —que debe salvaguardar el interés nacional, está edificada— o al menos lo parece, sobre los lodos de la corrupción.
Si eso no es suficiente, diez años después de cometido el milagro de la democracia no hemos aprendido nada. De la epopeya de la democracia mexicana quedó la reverencia al IFE: a cambio de que nadie deba darnos cuenta de nada nos puedan estafar, engañar y ahora matar; eso sí, no nos pueden robar el voto.
Pero gracias a nuestros tribunos, los ciudadanos, o sea usted y yo, ya podremos ser presidentes algún día sin tener que pasar por un partido político. Naturalmente, tal como están las cosas, es difícil imaginarse que de verdad cualquiera pueda ocupar la silla del águila. Salvo lograr ser adoptado por algún tiranosaurio económico local, se torna complicado ser un elegido de la sociedad civil.
¿Quién va a nombrar a los candidatos independientes? Que hoy los nombren los partidos es terrible. Y mañana, ¿quién?: ¿la asociación de vecinos?, ¿el consejo local?, ¿la agrupación deportiva? O sencillamente quienes tienen ya el dinero, los medios, la Cámara y la posibilidad de hacerlo.
Hemos ganado mucho, cierto. Es una pena que en la condición y en el contrato que la democracia tiene con los mexicanos pareciera incluida la obligación de que una vez que te eligen debes robar, molestar y destruir lo que puedas.
Es una lástima que el bienestar nacional dependa de si le va a convenir a un gobernador-presidente o presidente-gobernador, ya no sé muy bien qué es, o al presidente del Senado, que podría ser el presidente del país, lo cierto es que quienes están cómodamente sentados sobre una roca y no jugándose la vida —los diputados en San Lázaro— se atreven al desprecio de la Ley de Reforma Política sin reconocer el esfuerzo hasta ahora realizado.
A partir de ahora los ricos podrán no solamente ser más ricos, sino en nombre de la sociedad civil poner a sus hijos directamente de presidentes ciudadanos. Realmente hemos ganado mucho.
Esta noche prometo pensar en la ingratitud que cometo al vivir en un país que a cambio de no robarme el voto me ha dejado absolutamente sin nada. Hoy he decidido reír para no llorar.
P.D. Del otro lado sí pasan cosas: se ha hecho justicia a las más de 3 mil personas caídas en los diversos ataques de Al-Qaeda. Osama bin Laden por fin está muerto y con esto Obama se aviva.
Periodista
Si la revista electrónica Reporte Índigo tiene razón y todo es como publicó en su último número, entonces las reformas del país están, no a punto de naufragar, sino sobre una base de agua.
Quizá por eso es fácil entender que la reforma política es el hijo del entendimiento del Estado y de la necesidad absoluta de cambiar algo, lo que sea; en eso coinciden el presidente del Senado —Beltrones— y el de la república —Calderón.
La Ley de la Reforma Política y la Ley de Seguridad Nacional parecen destinadas a dormir el sueño de los justos en los sótanos de San Lázaro. Éste es el primer ejercicio presidencial de Peña Nieto, que recogiendo la legítima y preocupante aspiración del Ejército mexicano, se puso a la labor de darle al general secretario su ley, no sé hasta qué punto, pero quiero pensar que con la aceptación del comandante en jefe de la guerra perdida.
Más allá de las declaraciones grandilocuentes de la bancada del PRI en el Congreso, quien tiene la capacidad de proponer y legislar, cabe mencionar que para que fuera posible votar la Ley de Seguridad Nacional era necesario que cinco comisiones se abstuvieran. Cuatro lo hicieron, y una, en manos del PAN —la de Gobernación—, que preside Javier Corral, no lo hizo. En consecuencia, si esta ley no sale, ésa por lo menos no hay que cargársela a las desavenencias internas priístas.
Si por alguna razón la Ley de la Reforma Política dormirá el sueño de los justos en San Lázaro y la Ley de Seguridad tampoco saldrá, naturalmente le recomiendo que haga lo que yo: ría para no llorar.
Lo que sucede en México nunca deja de sorprenderme. Vivimos en un país en donde una de las más importantes instituciones políticas —que debe salvaguardar el interés nacional, está edificada— o al menos lo parece, sobre los lodos de la corrupción.
Si eso no es suficiente, diez años después de cometido el milagro de la democracia no hemos aprendido nada. De la epopeya de la democracia mexicana quedó la reverencia al IFE: a cambio de que nadie deba darnos cuenta de nada nos puedan estafar, engañar y ahora matar; eso sí, no nos pueden robar el voto.
Pero gracias a nuestros tribunos, los ciudadanos, o sea usted y yo, ya podremos ser presidentes algún día sin tener que pasar por un partido político. Naturalmente, tal como están las cosas, es difícil imaginarse que de verdad cualquiera pueda ocupar la silla del águila. Salvo lograr ser adoptado por algún tiranosaurio económico local, se torna complicado ser un elegido de la sociedad civil.
¿Quién va a nombrar a los candidatos independientes? Que hoy los nombren los partidos es terrible. Y mañana, ¿quién?: ¿la asociación de vecinos?, ¿el consejo local?, ¿la agrupación deportiva? O sencillamente quienes tienen ya el dinero, los medios, la Cámara y la posibilidad de hacerlo.
Hemos ganado mucho, cierto. Es una pena que en la condición y en el contrato que la democracia tiene con los mexicanos pareciera incluida la obligación de que una vez que te eligen debes robar, molestar y destruir lo que puedas.
Es una lástima que el bienestar nacional dependa de si le va a convenir a un gobernador-presidente o presidente-gobernador, ya no sé muy bien qué es, o al presidente del Senado, que podría ser el presidente del país, lo cierto es que quienes están cómodamente sentados sobre una roca y no jugándose la vida —los diputados en San Lázaro— se atreven al desprecio de la Ley de Reforma Política sin reconocer el esfuerzo hasta ahora realizado.
A partir de ahora los ricos podrán no solamente ser más ricos, sino en nombre de la sociedad civil poner a sus hijos directamente de presidentes ciudadanos. Realmente hemos ganado mucho.
Esta noche prometo pensar en la ingratitud que cometo al vivir en un país que a cambio de no robarme el voto me ha dejado absolutamente sin nada. Hoy he decidido reír para no llorar.
P.D. Del otro lado sí pasan cosas: se ha hecho justicia a las más de 3 mil personas caídas en los diversos ataques de Al-Qaeda. Osama bin Laden por fin está muerto y con esto Obama se aviva.
Periodista
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