domingo, 1 de mayo de 2011

EDUCACIÓN Y MOVILIDAD SOCIAL

Si en su momento la SEP de José Vasconcelos personificó las aspiraciones educativas de la Revolución mexicana, los ninis sintetizan hoy, ya no sólo la ausencia de ese “sueño colectivo”, sino también la pérdida de confianza en la familia como espacio de solidaridad y de capital social.
José Buendía Hegewisch / Excelsior
El mensaje más grave del fenómeno social de los jóvenes que ni estudian ni trabajan (ninis) es la muerte de las aspiraciones. La percepción que reflejan siete millones de jóvenes que, junto con sus familias, no creen en la educación ni en el país para lograr ciertos objetivos que los coloquen en una vida mejor. Generaciones sin esperanza.
Si en su momento la SEP de José Vasconcelos personificó las aspiraciones educativas de la Revolución mexicana, los ninis sintetizan hoy, ya no sólo la ausencia de ese “sueño colectivo”, sino también la pérdida de confianza en la familia como espacio de solidaridad y de capital social para impulsar un futuro mejor que la generación anterior.
En el país sus habitantes carecen de una visión compartida que los vincule en un propósito común, como revela una reciente encuesta de la revista Nexos sobre los “sueños y aspiraciones” de los mexicanos. Sin un “sueño” común, sin confianza en las instituciones y las oportunidades del país que han construido, los mexicanos tienden a poner por encima de todo el sentimiento de pertenencia a la familia y a la capacidad individual para buscar el futuro deseado. Sin embargo, la decisión de las familias y los jóvenes de dejar la escuela y caer en una especie de “limbo” vital, también muestra la pérdida de confianza en el entorno familiar como vehículo para mantener la esperanza en el porvenir y la renuncia al esfuerzo personal como “palanca” para mejorar la vida.
Durante casi todo el siglo XX si una visión fue compartida entre los mexicanos fue entender a la educación como la palanca del progreso. Ello se tradujo en convicción profunda en las familias de que todo sacrificio valdría la pena para alcanzar que las siguientes generaciones tuvieran un mejor nivel educativo que los padres. Ésta era la fórmula de la movilidad social, de la mejora material y la construcción de un porvenir de éxito. Desde el Estado se compartía y alentaba esta perspectiva con campañas contra el analfabetismo como las que puso en marcha Vasconcelos y políticas públicas para ampliar la cobertura, especialmente, ante el baby boom de los años 60 y 70.
Pero la persistencia de la desigualdad poco a poco minó hasta cancelar esa aspiración de futuro. La destrucción de la cohesión social, el debilitamiento de las de por sí precarias redes de seguridad social y el individualismo como “clave” de éxito que en las siguientes décadas que procreó la preminencia del poder del mercado, fueron recortando hasta extinguir la confianza en la educación.
En efecto, América Latina y México encabezan los índices de desigualdad en el planeta. Por ejemplo, la inequidad del ingreso en la región medida por el coeficiente de Gini es 65% más alta que en los países de ingresos altos, 36% superior a naciones de Asia Oriental e, incluso, 18% más alta que partes del Africa subsahariana.
La desigualdad en el ingreso, en el acceso a la educación y a la salud, permanece de una generación a otra en el contexto de una cada vez menor movilidad social. Los que nacen en los extremos de la distribución del ingreso, en general acabarán su vida en el mismo lugar y, probablemente, sus futuras generaciones. Tener una familia estable, solidaria y protectora ya no es una condición suficiente para mirar el futuro con mayor confianza; mucho menos el que no la tiene y quisiera poner sus esperanzas en la cultura del esfuerzo individual.
Algunos recientes estudios de la ONU sobre educación y movilidad social han observado detalladamente los mecanismos a través de los cuales se transmite la desigualdad intergeneracionalmente, por ejemplo a través de la movilidad relativa del grado de escolaridad. En AL la influencia del nivel de escolaridad de una generación en la siguiente es más de dos veces mayor que la observada en Estados Unidos. La correlación de niveles educativos entre dos generaciones sucesivas es de 0.21 en Estados Unidos, mientras en AL los valores van desde 0.37 en Paraguay hasta 0.61 en El Salvador.
Si las familias han constatado que poner el esfuerzo, el trabajo y el patrimonio en la educación es insuficiente para asegurar el futuro de sus hijos, éstos también perciben que ningún esfuerzo personal será suficiente para superar la falta de oportunidades, el trabajo precario y mal remunerado. ¿Para qué estudiar y trabajar, entonces? Los gobiernos , además, tienden a reproducir la desigualdad por la baja calidad de la representación, la debilidad de las instituciones y el diferenciado acceso a las decisiones políticas.
Para cerrar el círculo, sin embargo, hay que agragar que, justamente, no completar el ciclo escolar o abandonar las aulas es el camino más seguro para enquistar la desigualdad, la pobreza y la violencia que a miles de jóvenes los hace presas del crimen organizado.
*Analista político

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