Bill Emmott
/ elEconomista.es
Dos ideas están acaparando los pensamientos en toda
Europa. Una es que las elecciones del domingo que viene en Francia y Grecia
(aderezadas con los comicios locales en Italia el mismo día, la campaña del
referendo del 31 de mayo sobre el tratado fiscal europeo en Irlanda y la caída
la semana pasada del Gobierno holandés) podrían estar a punto de encaminar a
los países de la Eurozona en una dirección turbulenta anti-sistema. La otra, fomentada
por una figura del propio sistema, el presidente del BCE, es que la austeridad
fiscal (el plan de la pereza) necesita acompañarse de forma inmediata por un
plan de crecimiento.
La cuestión es si ambas ideas son compatibles. Y si los arrebatos de democracia
provocarán una nueva etapa de pánico en los mercados financieros, capaz de
devolver al euro al borde del precipicio, como advierte David Cameron. En
principio, lo son. Y su compatibilidad probablemente pase por el propio
François Hollande, el hombre que ha querido transformar su imagen de imitador
de empleado de banca a candidato demagógico primero y después a lo que, según
las encuestas, será el primer presidente francés socialista desde François
Mitterrand en 1981. Los medios para la reconciliación deberán venir rápido,
quizá en sus primeras llamadas y reuniones con Angela Merkel, la canciller
alemana de línea dura pero muy pro-euro.
Los franceses más adinerados se tomarán muy en serio
el plan de Hollande de un impuesto sobre la renta de hasta el 75%, con castigos
draconianos a los banqueros, como si quisiera echar la carne al fuego para sus
defensores más de izquierdas, sobre todo pensando en las elecciones al
Parlamento en junio. Pero la idea de Hollande como un destructor del euro o
proteccionista en ciernes con planes de socavar la Unión Europea es
disparatada. Lo que probablemente quiera es un pacto que a Alemania le
resultará difícil aceptar, aunque no imposible. Las grandes figuras de
Alemania, incluidos los políticos y funcionarios del entorno de Merkel, saben
que el curso actual de la Eurozona es insostenible. La austeridad fiscal es
inevitable por las dudas de los inversores ante la solvencia de Grecia, España,
Italia, Portugal, Irlanda e incluso Francia, quizá, pero trae consigo una
recesión profunda que también apunta a que una austeridad contenida es
insostenible. Algo tiene que cambiar.
Ninguna economía occidental está a salvo del peligro,
pero los 17 miembros de la Eurozona se encuentran en una situación
especialmente complicada. Los recortes del gasto público y subidas de impuestos
están encogiendo la demanda. Y los grandes poseedores de deuda soberana del
euro (los bancos europeos) también se ven obligados a empeorar todavía más las
cosas, recortando los préstamos para ganar solidez por si se tuercen las cosas,
y la crisis resultante de los créditos lo hace más probable.
Es complicado salir del círculo. Si se dejan las cosas
como están, el desenlace más probable es que, pese a los duros recortes, varios
países europeos incumplirán los objetivos de déficit presupuestario que
acordaron en el tratado fiscal de diciembre debido al empeoramiento de la
recesión. Grecia, cuya deuda pública es la más obviamente insostenible, se
someterá a su cuarto año sucesivo de duras contracciones económicas y a un
nuevo parlamento después del 6 de mayo que, aun con los pronósticos más
optimistas, traerá un gobierno de coalición endeble, enfrentado a un grupo cada
vez más extremista en la oposición.
En términos ideales, el plan francoalemán para
sacarnos de este atolladero se compondría de tres elementos principales. El
primero sería el impago de Grecia y su salida del euro, con un paquete
acompañante de apoyo financiero de la Unión Europea y el FMI. El segundo sería
un plan de toda la Eurozona de inversión de capital financiado públicamente. El
tercero seguiría la propuesta sugerida en febrero por Cameron, Mario Monti y
nueve líderes europeos más de lanzar un impulso de liberalización para ampliar
el mercado único continental y estimular la inversión privada. La salida de
Grecia es la opción menos probable, al menos a corto plazo, porque el nuevo
Gobierno griego no va a estar de acuerdo. Es deseable desde el punto de vista
de los 16 miembros restantes de la moneda única porque les libera de su miembro
más gangrenoso, aunque también tiene sus riesgos. Lo más probable es alguna
especie de nuevo plan definitivo de rescate para Grecia.
Los otros dos elementos, sin embargo, podrían
producirse... y con bastante rapidez. El plan de inversión de capital se
enfrentaría a la objeción de Alemania y el de liberalización a la de Francia,
que es precisamente lo que hace posible el acuerdo, sobre todo si cuenta con el
apoyo de europeos tan impecables como Monti. Un plan de inversión de capital
podría parecer una propuesta extraña cuando por todos lados se recortan los
presupuestos, pero la verdadera rareza es que para los acreedores más
solventes, encabezados por Alemania (y por cierto Gran Bretaña), el coste de
los préstamos públicos se encuentra en sus mínimos históricos, por lo que
parece ser el momento idóneo para pedir prestados miles de millones y construir
redes de banda ancha súper rápidas (que faciliten el crecimiento de una gran
variedad de empresas), vías férreas, carreteras y demás infraestructuras,
creando directamente puestos de trabajo. Lo que tendrían que aceptar los
alemanes es que ese gasto de capital se financie colectivamente y no a nivel
nacional, para aprovechar el bajo coste de los préstamos, quizá mediante una
gran expansión del Banco Europeo de Inversión. Sólo digerirían algo así si
consiguen convencerse de que el dinero se mantendrá lejos de las garras de las
mafias del sur de Europa mediante unos controles férreos a escala europea. A
los estómagos franceses, y al de Hollande en especial, les molestaría más la
idea de la liberalización porque su lema de campaña es que las políticas a lo
Reagan o Thatcher son precisamente las que nos han metido en este lío. Por eso
haría falta un reetiquetado creativo dentro de la fantástica tradición
post-electoral de tirar a la basura las promesas de la campaña. ¿Llegará a
ocurrir? Por ahora, cada vez que el euro ha llegado a una encrucijada en el
camino, sus líderes han seguido hacia delante. Sin embargo, las elecciones
francesas, junto al espectro de problemas de la derecha en las elecciones
holandesas, ahora programadas para septiembre, podría ser el momento propicio
para el cambio. Nadie, y muchos menos los euroescépticos conservadores
británicos, debe subestimar el deseo de las élites dirigentes europeas de
mantener vivo el euro. Al final, tal vez les lleve a hacer lo correcto.
Bill Emmott, exdirector de The
Economist.
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