viernes, 4 de mayo de 2012

EL DEBATE DEL DEBATE

José Fernández Santillan / El Universal                                                                                         
Hasta antes de que TV Azteca anunciara la transmisión —el próximo domingo 6 de mayo a las ocho de la noche— del partido de futbol de cuartos de final entre el Morelia y los Tigres de la Universidad Autónoma de Nuevo León, empalmándose deliberadamente con el debate programado por el IFE entre los cuatro candidatos a la Presidencia de la República, los comentarios sobre este último evento habían transcurrido más o menos en paz. La atención estaba centrada en el formato y los temas a tratar. Pero de golpe y porrazo la discusión se encendió: ¿es o no correcto que la televisora del Ajusco, el equipo michoacano y la Federación Mexicana de Futbol tomasen esa determinación? Ricardo Salinas Pliego le echó más fuego a la hoguera al postear en su cuenta de Twitter: “Si quieren debate, véanlo por Televisa, si no, vean el futbol por Azteca. Yo les paso los ratings al día siguiente”. Alea jacta est (la suerte está echada) como dijo Julio César al pasar el Rubicón.
La reacción no se hizo esperar. Muchas voces se alzaron para criticar esta actitud, entre ellas la de Enrique Krauze, quien en estas mismas páginas (“La democracia y el espectáculo”, EL UNIVERSAL, 2/V/12) escribió: “Ricardo Salinas Pliego ha cometido un error que debe enmendar. Declaró que uno de sus canales transmitirá un partido de futbol a la hora del debate y anunció que publicará los ratings comparativos. Es una burla a la frágil democracia mexicana y un arrogante: ‘¡Al pueblo pan y circo’, porque el circo es propiedad privada del señor Salinas”. En contrapartida Sergio Sarmiento sostuvo (Reforma, 2/V/12): “La idea de que los actos de los políticos deban imponerse al público televisor es abusiva y antidemocrática. No tenemos por qué imitar las ‘cadenas nacionales’ con las que el presidente venezolano Hugo Chávez obliga a todas las emisoras del país a enlazarse durante sus discursos”.
Pocas veces había visto confrontarse con tanta claridad a la democracia y al liberalismo. Me explico: la democracia se alimenta de la discusión y de la participación de los ciudadanos en la vida colectiva. Y, efectivamente, como sostiene Krauze en ese mismo ensayo: “Los debates, en todos los ámbitos, pueden ser una escuela de formación cívica, de respeto y tolerancia”. En cambio, el liberalismo consiste en la fijación de límites al poder público: que los individuos puedan dedicarse a las actividades o distracciones que quieran sin que se les imponga algún patrón de conducta. Como Sarmiento indica en el artículo citado: “Estoy convencido… de que la gente debe tener la libertad de ver lo que quiera en la televisión o, si prefiere, ir al cine, leer o tomarse una copa con los amigos. A nadie se le debe obligar a presenciar un debate que no le llama la atención”.
En mi opinión, el intercambio de pareceres entre los candidatos a ocupar cualquier cargo de elección popular, así como la discusión entre las personas sobre temas de interés general son fundamentales para, como se dice hoy, “construir ciudadanía”.
El problema es que ya desde hace tiempo se ha impuesto en nuestro país una ideología que no favorece el desarrollo ciudadano. Dicha ideología más bien privilegia el egoísmo por encima de la conciencia social, al consumismo sobre la colaboración, la competencia sobre la cooperación, la pasividad acomodaticia sobre la participación creativa, el cálculo de conveniencia individual sobre la fraternidad, en fin, el mercado sobre la esfera pública.
Y en este ambiente, el futbol (uno de los deportes más bellos que ha inventado el hombre) ha sido degradado a mecanismo de manipulación, a punto de atracción de una comercialización desbocada. Vayamos al grano: en este caso el futbol es usado como medio de presión y confrontación. Eso tiene que ver menos con el liberalismo y más con una dura y pura lucha de poder.
Profesor de Humanidades del ITESM-CCM

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