Julio Muñoz Rubio / La Jornada
Uno de los científicos más renombrados del último cuarto del siglo XX y de lo que va del XXI es el zoólogo inglés Richard Dawkins, de la universidad de Oxford. Evolucionista y darwinista convencido, dueño de excelentes dotes didácticas, ha producido algunas de las más interesantes contribuciones al evolucionismo contemporáneo, quizá la más célebre de todas la hizo en 1976, cuando publicó su libro El gen egoísta, que se convirtió en verdadero best seller.
La teoría en cuestión, que parte de la tesis de que “somos máquinas de supervivencia-robots ciegamente programados para preservar las moléculas egoístas conocidas como genes”, generó una polémica en la que Dawkins fue acusado de llevar adelante la caricaturización del darwinismo, reduciéndolo a una vulgar naturalización de las leyes del mercado capitalista y a la reducción de la evolución a las funciones de replicación contenidas en los ácidos nucleicos. Uno de sus más acérrimos críticos fue el ya desaparecido Stephen Jay Gould.
No hay espacio aquí para profundizar la crítica que comparto a esta teoría. Resulta importante hacer notar que, a pesar de sus deficiencias, la idea de Dawkins está hondamente enraizada en una posición racionalista intransigente. Para él la enorme contribución que la ciencia ha hecho al progreso humano radica en que ha reivindicado la capacidad de los seres humanos para buscar y en su caso encontrar verdades, rechazando el misticismo y apoyándose, en cambio, en las explicaciones materialistas del mundo, de acuerdo con las reglas y la coherencia de pensamiento que la lógica exige.
Con el tiempo y con el fortalecimiento de los puntos de vista más oscurantistas y retardatorios, este aspecto racionalista del pensamiento de Dawkins ha ido tomando un lugar más preponderante y se ha venido expresando en una actitud cada vez más militante del propio científico. En 2006 publicó su libro El espejismo de Dios, uno de los ataques más certeros, completos y radicales que se hayan hecho en las décadas recientes contra la religión. El año pasado publicó El espectáculo más grande sobre la Tierra, defensa sólida del evolucionismo contra la superchería creacionista. También en 2009, lanzó una campaña en la que muchos autobuses londinenses fueron cubiertos con la leyenda “Lo más probable es que Dios no exista; vive tu vida sin culpas”.
Dawkins sostiene, con toda la razón, que existe una incompatibilidad entre ciencia y religión y que el ser humano jamás será libre mientras viva sometido al cúmulo de mentiras propaladas deliberadamente por esta última.
En días recientes Dawkins sorprendió a la opinión pública al lanzar una audaz iniciativa: lograr la detención y el proceso judicial del papa (con minúscula, sí) Joseph Ratzinger, cuando visite el Reino Unido en septiembre próximo y acusarlo de delitos contra la humanidad por su complicidad a escala internacional en el encubrimiento a un sinnúmero de prelados de la Iglesia católica, culpables de haber abusado sexualmente de miles de niños a lo largo de décadas.
Dawkins sostiene correctamente que el interés particular de tal o cual Estado (como el Vaticano, en este caso) no puede estar por encima del de los menores de edad para ser tratados conforme a sus derechos; que el carácter de jefe de Estado que tiene el señor Ratzinger, no lo puede hacer inmune a las leyes inglesas (y de muchas partes del mundo, México incluido), las cuales tipifican el abuso infantil en todas sus formas como un delito, y que el encubrimiento que Ratzinger ha hecho de la pederastia también es un delito y, por tanto, tiene que ser detenido y procesado judicialmente justo como se hizo con Augusto Pinochet en 1998.
El caso de Dawkins es un estimulante ejemplo de cómo una posición en defensa de las explicaciones materialistas y dinámicas del mundo, cuando es consecuente, entra en irresoluble conflicto con la superstición, la mentira y el abuso de autoridad y cómo este conflicto provoca que quien defiende a la ciencia se convierta eventualmente en un militante de la defensa de causas justas.
Me pregunto si en México, país profundamente lastimado por la pederastia ejecutada y encubierta por la Iglesia católica, nos vamos a quedar cruzados de brazos, en especial desde la comunidad científica e intelectual, o más bien vamos a seguir el valiente ejemplo de nuestro colega Richard Dawkins.
Uno de los científicos más renombrados del último cuarto del siglo XX y de lo que va del XXI es el zoólogo inglés Richard Dawkins, de la universidad de Oxford. Evolucionista y darwinista convencido, dueño de excelentes dotes didácticas, ha producido algunas de las más interesantes contribuciones al evolucionismo contemporáneo, quizá la más célebre de todas la hizo en 1976, cuando publicó su libro El gen egoísta, que se convirtió en verdadero best seller.
La teoría en cuestión, que parte de la tesis de que “somos máquinas de supervivencia-robots ciegamente programados para preservar las moléculas egoístas conocidas como genes”, generó una polémica en la que Dawkins fue acusado de llevar adelante la caricaturización del darwinismo, reduciéndolo a una vulgar naturalización de las leyes del mercado capitalista y a la reducción de la evolución a las funciones de replicación contenidas en los ácidos nucleicos. Uno de sus más acérrimos críticos fue el ya desaparecido Stephen Jay Gould.
No hay espacio aquí para profundizar la crítica que comparto a esta teoría. Resulta importante hacer notar que, a pesar de sus deficiencias, la idea de Dawkins está hondamente enraizada en una posición racionalista intransigente. Para él la enorme contribución que la ciencia ha hecho al progreso humano radica en que ha reivindicado la capacidad de los seres humanos para buscar y en su caso encontrar verdades, rechazando el misticismo y apoyándose, en cambio, en las explicaciones materialistas del mundo, de acuerdo con las reglas y la coherencia de pensamiento que la lógica exige.
Con el tiempo y con el fortalecimiento de los puntos de vista más oscurantistas y retardatorios, este aspecto racionalista del pensamiento de Dawkins ha ido tomando un lugar más preponderante y se ha venido expresando en una actitud cada vez más militante del propio científico. En 2006 publicó su libro El espejismo de Dios, uno de los ataques más certeros, completos y radicales que se hayan hecho en las décadas recientes contra la religión. El año pasado publicó El espectáculo más grande sobre la Tierra, defensa sólida del evolucionismo contra la superchería creacionista. También en 2009, lanzó una campaña en la que muchos autobuses londinenses fueron cubiertos con la leyenda “Lo más probable es que Dios no exista; vive tu vida sin culpas”.
Dawkins sostiene, con toda la razón, que existe una incompatibilidad entre ciencia y religión y que el ser humano jamás será libre mientras viva sometido al cúmulo de mentiras propaladas deliberadamente por esta última.
En días recientes Dawkins sorprendió a la opinión pública al lanzar una audaz iniciativa: lograr la detención y el proceso judicial del papa (con minúscula, sí) Joseph Ratzinger, cuando visite el Reino Unido en septiembre próximo y acusarlo de delitos contra la humanidad por su complicidad a escala internacional en el encubrimiento a un sinnúmero de prelados de la Iglesia católica, culpables de haber abusado sexualmente de miles de niños a lo largo de décadas.
Dawkins sostiene correctamente que el interés particular de tal o cual Estado (como el Vaticano, en este caso) no puede estar por encima del de los menores de edad para ser tratados conforme a sus derechos; que el carácter de jefe de Estado que tiene el señor Ratzinger, no lo puede hacer inmune a las leyes inglesas (y de muchas partes del mundo, México incluido), las cuales tipifican el abuso infantil en todas sus formas como un delito, y que el encubrimiento que Ratzinger ha hecho de la pederastia también es un delito y, por tanto, tiene que ser detenido y procesado judicialmente justo como se hizo con Augusto Pinochet en 1998.
El caso de Dawkins es un estimulante ejemplo de cómo una posición en defensa de las explicaciones materialistas y dinámicas del mundo, cuando es consecuente, entra en irresoluble conflicto con la superstición, la mentira y el abuso de autoridad y cómo este conflicto provoca que quien defiende a la ciencia se convierta eventualmente en un militante de la defensa de causas justas.
Me pregunto si en México, país profundamente lastimado por la pederastia ejecutada y encubierta por la Iglesia católica, nos vamos a quedar cruzados de brazos, en especial desde la comunidad científica e intelectual, o más bien vamos a seguir el valiente ejemplo de nuestro colega Richard Dawkins.
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