miércoles, 14 de julio de 2010

ENCUESTAS QUE MATAN LA POLÍTICA

Antonio Navalón / El Universal
Richard Nixon decía, y tenía razón, que en la era de las encuestas y la televisión, Lincoln nunca hubiera ganado una elección. Los encuestadores se han convertido en una pieza fundamental del entendimiento de lo que pasó, no pasó, desearon que pasara o predijeron que pasaría en las pasadas elecciones del 4 de julio.
Desde que las encuestas reinan, la política ha muerto. Las encuestas se han convertido en el mejor medio para sumar voluntades y elevar las recaudaciones. Desde los años sesenta las encuestas se han convertido en una trampa mortal. Para que usted se haga una idea, el día que el presidente Vicente Fox Quesada dejó de ser el responsable de los desaciertos de la política mexicana tenía un alto nivel de aceptación, entre el 69% y 71%.
¿Cómo es posible tanta ignorancia? Muy sencillo, las encuestas hoy día son como el espejito mágico de Blanca Nieves: “espejito, espejito, dime, ¿quién es la más guapa del reino?”, y las encuestas, como el espejo, responden quién es en ese momento. Pero, ¿qué es en realidad una encuesta? Una pregunta que dictamina el estado de ánimo y creencia sobre una circunstancia concreta en un momento determinado.
¿Es indiciaria? Sí, claro. ¿Es tendencial? Sí, puede serlo. ¿Es definitoria? No. Entonces, ¿qué les pasa a los políticos, a los encuestadores y a los medios? Pues muy sencillo, todos tenemos un pozole conceptual a la hora de las campañas electorales, así que se debe diagnosticar lo que piensa la sociedad porque es algo fundamental según los medios de comunicación y las encuestadoras.
Lo cierto es que las encuestas son la fotografía de una tendencia de quienes son cuestionados y deciden contestar. Al inventarse la fotografía, uno acudía a retratarse para dejar testimonio de cómo era; si el retrato incluía un buen maquillaje, luego no había derecho de reclamar al fotógrafo que la figura reflejada en el espejo no se pareciera a la de la foto. Esta, precisamente, es la costumbre que están aprendiendo los políticos que ya no compran para conocer tendencias, sino para verse guapos, aceptados y queridos, aunque luego se enojen con quien les hizo el retrato.
El odio hacia el fotógrafo me hace recordar aquella anécdota de Picasso, contratado para pintar el retrato de una dama de la alta sociedad parisina, quien al ver el resultado le dijo al artista: “esa no soy yo”, a lo cual él le contestó: “no se preocupe, que al paso de los años se le parecerá”.
Con las encuestas no significa un conflicto cuestionar quién es el que culpable, si el que se vende o el que compra el servicio. El problema es que en la estructura política moderna mexicana estamos forjando una vida de anticipación y conformamos nuestra visión hacia el mañana basados en un suspiro del pasado, en un momento en el cual a alguien le preguntaron algo con el fin de describir un pensamiento o sentimiento.
Entonces, ¿para qué le sirven a los políticos las encuestas si normalmente, en algunos casos, no en todos, pueden comprar al espejito para que les diga que ellos son los más bellos? Primero, para seguir pasando la charola bajo el argumento de: “fíjate qué bien voy, ahora necesito el esfuerzo final, cuando llegue me acordaré de ti”. Segundo, como si estuviera por demostrar la tendencia que tenemos al gregarismo y a seguir a la manada, porque si muchos se equivocan confían en que podrán inducir nuestra equivocación en forma de voto. Tercero, porque los políticos, en campaña, a diferencia de otros momentos, no creen ni en lo que piensan, ni en lo que proponen, ni en lo que han hecho o harán, sólo creen en lo que los demás creen de ellos. Así, la encuesta acaba siendo el principio y el final: éxito, ergo me aprueban; me aprueban, ergo existo.
Hace mucho tiempo que las campañas electorales son un atentado contra la economía, la verdad, el buen gusto y el mínimo respeto que merecemos los ciudadanos de no ser considerados tan idiotas, pero debido a la multiplicidad de medios de comunicación todos los políticos olvidan que frente a las mayores cadenas de televisión y a las dictaduras sobre los medios existen ya alternativas como las que ofrece YouTube, y que al final, la clave, hasta en países como el nuestro —sin gran estructura tecnológica—, es saber aprovechar la posibilidad de proponer un nuevo camino y un buen proyecto, aunque los demás no se enteren.
Las encuestas no son un fraude generalizado como se ha pretendido decir, ni los encuestadores son bares de alterne donde uno puede comprar la rubia o la morena en forma de resultado favorable, son simplemente la radiografía de un momento que, precisamente porque es un momento, cuando llegue la hora de la verdad puede no ser.
En el caso de México, los partidos políticos deben saber que, pese a sentirse elegidos por los dioses, nada les garantiza que llegarán al 2012 aunque el espejo mágico, por ahora, les diga que así será.
Suponiendo que alguna vez hayan sido deseados o amados, es seguro que, con el transcurso del tiempo, el misterio, el encanto y el enamoramiento desaparecerán —sobre todo de aquellos políticos que ganaron y están por gobernar.

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