José Fernández Santillán / El Universal
De repente la referencia de las personas con las que platico aquí en Estados Unidos sobre mi país cambió. El domingo pasado dominaban los comentarios sobre el error arbitral en el estadio Soccer City de Johannesburgo al dar por bueno un gol del argentino Carlitos Tévez en claro fuera de lugar. De allí derivó la derrota y descalificación de la Selección Mexicana del Mundial de Sudáfrica. El lunes, en contraste, vinieron las opiniones preocupadas sobre la inseguridad en México luego de conocerse el asesinato del candidato del PRI a la gubernatura de Tamaulipas, Rodolfo Torre Cantú. De un día para otro los ánimos se modificaron: de la pasión futbolera a la cruda realidad.
¿Cómo interpretar esta muerte? Sin duda se trata de un agravio a la democracia mexicana. Por eso vale la pena recordar que la democracia es el exacto opuesto de la violencia. Como se dijo durante la Revolución francesa: “En la democracia se cuentan las cabezas en lugar de cortarlas”. El método democrático excluye el uso privado de la fuerza para depositarlo de manera exclusiva en el Estado. El problema es que en México esa exclusividad se perdió hace tiempo. De allí la proliferación de la violencia. Es evidente que se requiere una unidad básica entre nosotros para revertir esta tendencia.
No es que dejen de existir las diferencias connaturales a la pluralidad; el asunto es darle prioridad al interés general. Es lo que hicieron los italianos cuando las Brigadas Rojas mataron a Aldo Moro en 1978; es la forma en que han procedido los españoles delante de los atentados terroristas de la ETA; es la manera en que se han defendido los colombianos frente a los narcotraficantes. Había calidad moral en los convocantes a la unidad. Entre ellos: Enrico Berliguer, Felipe González y Ernesto Samper, respectivamente. El pueblo atendió su llamado. Como escribió Montesquieu en El espíritu de las leyes: “Así como los autócratas aman a la monarquía, así los pueblos aman a la democracia porque ella es vista como cosa de todos”.
Las ideas y no las balas son el nutriente de la democracia. Conviene, pues, traer a la memoria la quintaesencia de la defensa histórica de la democracia. El discurso de Pericles frente a los desanimados atenienses que querían rendirse a Esparta en un momento adverso de la batalla del Peloponeso: “Mi opinión es que cuando al Estado (la Polis) la va bien también al individuo le va bien; pero algo diferente sucede cuando los intereses privados son satisfechos en tanto que el Estado corre cuesta abajo. Por muy bien acomodado que esté un sujeto, él estará involucrado en la ruina general si su patria es destruida. Los individuos tienen mejores oportunidades de recuperarse de sus desventuras particulares cuando el Estado está a salvo. Por tanto, desde el momento en el cuerpo político puede apoyar a los individuos en su sufrimiento; pero, en cambio, ninguna persona puede echarse a cuestas el peso del Estado, ¿acaso no es necesario que todos nos unamos en su defensa?”. Pericles tenía calidad moral para que los atenienses le creyeran.
El crimen de Rodolfo Torre Cantú muestra que estamos ante una crisis de Estado. Algunos pocos lo debilitaron a fuerza de imponer sus intereses particulares. Hasta ahora se dan cuenta de su error. Hay que reconstituir el poder público democráticamente, entre todos, sin demagogos.
Profesor de la Escuela de Humanidades del ITESM y profesor visitante de la Universidad de Harvard
De repente la referencia de las personas con las que platico aquí en Estados Unidos sobre mi país cambió. El domingo pasado dominaban los comentarios sobre el error arbitral en el estadio Soccer City de Johannesburgo al dar por bueno un gol del argentino Carlitos Tévez en claro fuera de lugar. De allí derivó la derrota y descalificación de la Selección Mexicana del Mundial de Sudáfrica. El lunes, en contraste, vinieron las opiniones preocupadas sobre la inseguridad en México luego de conocerse el asesinato del candidato del PRI a la gubernatura de Tamaulipas, Rodolfo Torre Cantú. De un día para otro los ánimos se modificaron: de la pasión futbolera a la cruda realidad.
¿Cómo interpretar esta muerte? Sin duda se trata de un agravio a la democracia mexicana. Por eso vale la pena recordar que la democracia es el exacto opuesto de la violencia. Como se dijo durante la Revolución francesa: “En la democracia se cuentan las cabezas en lugar de cortarlas”. El método democrático excluye el uso privado de la fuerza para depositarlo de manera exclusiva en el Estado. El problema es que en México esa exclusividad se perdió hace tiempo. De allí la proliferación de la violencia. Es evidente que se requiere una unidad básica entre nosotros para revertir esta tendencia.
No es que dejen de existir las diferencias connaturales a la pluralidad; el asunto es darle prioridad al interés general. Es lo que hicieron los italianos cuando las Brigadas Rojas mataron a Aldo Moro en 1978; es la forma en que han procedido los españoles delante de los atentados terroristas de la ETA; es la manera en que se han defendido los colombianos frente a los narcotraficantes. Había calidad moral en los convocantes a la unidad. Entre ellos: Enrico Berliguer, Felipe González y Ernesto Samper, respectivamente. El pueblo atendió su llamado. Como escribió Montesquieu en El espíritu de las leyes: “Así como los autócratas aman a la monarquía, así los pueblos aman a la democracia porque ella es vista como cosa de todos”.
Las ideas y no las balas son el nutriente de la democracia. Conviene, pues, traer a la memoria la quintaesencia de la defensa histórica de la democracia. El discurso de Pericles frente a los desanimados atenienses que querían rendirse a Esparta en un momento adverso de la batalla del Peloponeso: “Mi opinión es que cuando al Estado (la Polis) la va bien también al individuo le va bien; pero algo diferente sucede cuando los intereses privados son satisfechos en tanto que el Estado corre cuesta abajo. Por muy bien acomodado que esté un sujeto, él estará involucrado en la ruina general si su patria es destruida. Los individuos tienen mejores oportunidades de recuperarse de sus desventuras particulares cuando el Estado está a salvo. Por tanto, desde el momento en el cuerpo político puede apoyar a los individuos en su sufrimiento; pero, en cambio, ninguna persona puede echarse a cuestas el peso del Estado, ¿acaso no es necesario que todos nos unamos en su defensa?”. Pericles tenía calidad moral para que los atenienses le creyeran.
El crimen de Rodolfo Torre Cantú muestra que estamos ante una crisis de Estado. Algunos pocos lo debilitaron a fuerza de imponer sus intereses particulares. Hasta ahora se dan cuenta de su error. Hay que reconstituir el poder público democráticamente, entre todos, sin demagogos.
Profesor de la Escuela de Humanidades del ITESM y profesor visitante de la Universidad de Harvard
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