sábado, 4 de diciembre de 2010

DILEMAS POLÍTICOS GLOBALES

David Ibarra /El Universal
A la memoria de Rafael Cordera Campos
Por más que se quiera, la crisis mundial de 2008 está lejos de haber sido resuelta. La recuperación de los países industrializados se debilita. En Estados Unidos, el mercado inmobiliario sufre una recaída, y el desempleo se enquista a escalas casi nunca vistas (9%-10%). Las economías de la zona del euro se encuentran en situación bastante peor que la estadounidense, aquejadas por desajustes fiscales, financieros y de comercio exterior: su tasa media de crecimiento en 2010 será casi nula, y la de 2011 apenas ascenderá al 1% real. Las economías dependientes de las exportaciones (Alemania y Japón, entre otras), vuelven a resentir las consecuencias del debilitamiento de la demanda mundial. Después de la caída del volumen de comercio de 11% (2009), su repunte en el 2010 (7%) se quedó corto y el crecimiento proyectado a 2011 será aún más débil (6%), según cifras del FMI. En conjunto, ya en el último trimestre, las economías avanzadas registran retraimiento de las cifras medias alcanzadas durante el año en curso.
La variable económica más débil en el primer mundo está constituida por el consumo privado que apenas recobra ímpetu. Aquí juega la naturaleza de las políticas anticrisis que se dirigieron a salvar a bancos y empresas grandes en riesgo de quebrar, antes que a sanear la economía de las familias. También cuentan las acciones de los países exportadores por limitar la expansión interna de la demanda, para no comprometer su competitividad en los mercados internacionales.
En tales circunstancias, la política monetaria pierde capacidad para impulsar la reactivación económica. El manejo de las tasas de interés no induce a las familias a tomar prestado, mientras persista la necesidad de desendeudarse. De su lado, las empresas tampoco sienten incentivos para invertir y gestionar préstamos, dada la debilidad de la demanda y la existencia de capacidades productivas ociosas. Por último, los bancos abaten su oferta de créditos ante la necesidad de equilibrar sus balances, reducir riesgos y enfrentar requisitos más estrictos de las regulaciones nacionales e internacionales. En suma, el crédito no fluye, ni es utilizado en beneficio de la recuperación.
No son triviales los problemas que limitan los alcances y el ritmo de las soluciones globales de la crisis. El peso intrínseco de los países industrializados en la economía planetaria, con su evolución titubeante y sus diferentes políticas, tienden a reducir la inversión privada global, tornar crónico el desempleo y agrandar el déficit y el endeudamiento de los gobiernos.
Las estrategias de crecimiento hacia afuera, enfrentan el típico problema de composición, cuando todos quieren vender más y comprar menos en el exterior. Desde luego, los países sobreendeudados (Estados Unidos, España, Inglaterra) quisieran impulsar exportaciones para compensar la debilidad de su demanda interna. En cambio, las naciones superavitarias desearían conservar, e incluso acrecentar su posición ventajosa en los mercados internacionales, de los que depende la prosperidad propia. De ahí los escollos a la corrección de los graves desequilibrios comerciales y la falta de congruencia de las políticas nacionales. Y de ahí también, las tentaciones manipuladoras de las políticas cambiarias, entendidas como el último recurso del proteccionismo y del impulso a las ventas al exterior.
Sin duda, la drástica reducción de las tasas de interés en EU, Japón y Europa, está justificada en términos de paliar el receso y facilitar la regeneración del sector financiero (sustentado en tomar dinero baratísimo del gobierno y prestarlo con tasas activas mayores). Pero eso mismo reduce el valor de los ahorros acumulados y castiga a los nuevos ahorradores, al tiempo que alienta flujos masivos, desestabilizadores de recursos acumulados hacia los países con tasas de interés superiores, como México. Por eso, un número creciente de gobiernos se ve obligado a establecer controles de capitales para frenar el ingreso de fondos golondrinos de corto plazo, y la revaluación consiguiente de sus monedas.
En los hechos, la recuperación económica mundial plantea hondos dilemas de orden político. El lado oscuro de la globalización acentuó las disparidades distributivas en el mundo, sea entre clases sociales o países y regiones. Por tanto, estorbó el avance ascendente de los valores igualitarios de la democracia. En América Latina, por ejemplo, la pobreza e informalidad excluyen de voz e influencia decisoria al 40%-50% de la población en la formulación de las políticas económicas y sociales, cuestión que segrega a grupos enormes de participación efectiva en la vida ciudadana.
Por otra parte, la diversidad de intereses nacionales chocan entre sí cuando no se contraponen al paradigma obsoleto de la globalización. El multipolarismo toma asiento en el mundo, obliga a la formación consensual de políticas que, lejos de poder imponerse unilateralmente por un país o por la unanimidad —ya inexistente del conjunto de las naciones del Primer Mundo—, exigen ahora de la concurrencia de naciones emergentes, como China o la India.
Aun así, el conservadurismo ideológico se propone forzar el regreso al orden económico anterior, liquidar cuanto antes el intervencionismo estatal, poner el costo de la crisis sobre los hombros de trabajadores, consumidores o fiscos, descargando de responsabilidades a instituciones y especuladores financieros. Además, Europa y EU comienzan a diferir. La primera quiere la consolidación fiscal inmediata, por descansar en estados benefactores que compensan parcialmente las tensiones sociales del desempleo. En cambio, la alta desocupación en los EU es fenómeno reciente que resulta apremiante ante la cortedad de sus redes de protección social. Por eso, ese país quiere la continuidad de las políticas fiscales y monetarias intervencionistas, dejando para más adelante las correcciones fiscales.
Corregir los desequilibrios estadounidenses de pagos, depende de la revaluación de las monedas de las principales potencias exportadoras. China, Japón, Alemania, se resisten a hacerlo cuando no toman medidas contrarias, porque ello afectaría la prosperidad de los segmentos líderes de sus economías, presumiblemente con repercusiones adversas de orden social.
Siguiendo diversos caminos, los países adoptan acciones, intencionadas o no, tendientes a acrecentar o sostener la competitividad de sus monedas. La intervención cambiaria directa se practica en China, Japón y Suiza. Estados Unidos inunda al mundo con la emisión masiva, repetitiva, de dinero, para combatir sus crisis, lo que inevitablemente lleva a la depreciación del dólar. En la Unión Europea, la proliferación de situaciones críticas nacionales (Grecia, Irlanda, España, Portugal, entre otras) en ausencia de mecanismos correctores colectivos, la imposición de rigurosa disciplina fiscal a los gobiernos por el eje franco-germano, y la incidencia de las políticas cambiarias externas, hacen volátil y ponen en riesgo la misma existencia del euro.
Sirva de consuelo que la consolidación del multipolarismo global ha puesto fin a la creencia en las soluciones únicas, inapelables, de cualquier dogma económico universal. Fruto de los disensos entre las principales potencias, es la aparición simultánea al desgastado consenso de Washington, de los consensos de Beijing o de Berlín de características harto divergentes entre sí. Países como México, reciben aviso claro del relativismo de las doctrinas económicas y de la posibilidad de estructurar políticas públicas con mayor autonomía, congruentes con la historia, las especificidades y el grado de avance de las democracias nacionales. ¿Se aprovechará la apertura ideológica creada por la crisis?
Analista político

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