José Fernandez Santillan / El Universal
De acuerdo con los resultados publicados recientemente por la Democracy Ranking Association con sede en Viena, Austria, México perdió siete lugares en la clasificación internacional en cuanto a calidad de la democracia. Es decir, pasamos del lugar 44 (2005) al puesto 51 (2010). Los datos emitidos por esta asociación son atendibles: goza de un gran prestigio a nivel internacional, y se le consulta cada vez más para obtener referencias del avance o retroceso de la democracia en muy distintos países del mundo.
Para realizar la clasificación mencionada, que incluye a 100 naciones de todo el orbe, utiliza indicadores tanto políticos (50%) como no políticos: igualdad de género (10%), economía (10%), salud (10%), educación (10%) y medio ambiente (10%). En el área latinoamericana nos superan 12 países, entre ellos Uruguay, Chile, Costa Rica, Panamá, Trinidad y Tobago, El Salvador y Ecuador.
Democracy Ranking utiliza otra clasificación relacionada como el mejoramiento o empeoramiento de la democracia. Tampoco en esa ponderación nos va bien: ocupamos el lugar 96, superados incluso por Venezuela, que está ubicada en el puesto 91.
Frente a estos datos irrefutables, gobierno y sociedad civil debemos reconocer que no andamos bien: hemos fallado en la realización de las reformas institucionales indispensables para adaptar la estructura del Estado mexicano a la nueva fisonomía plural que vive nuestra sociedad; tampoco hemos hecho lo necesario para mejorar la condición de la mujer; mantenemos, a brazo partido, un modelo económico que ha mostrado una y mil veces su inoperancia; en materia de salud y educación, nos ahoga el burocratismo y los intereses corporativos. En fin, nuestro medio ambiente se deteriora aceleradamente. Como lastres que afectan transversalmente a estos rubros están (in crescendo) la corrupción y la violencia.
La clasificación que nos ocupa muestra que México va por el camino equivocado: estamos perdiendo competitividad, presencia y prestigio. Nos pone delante de un espejo en el que vemos al cuerpo colectivo de la nación, más escuálido de los que imaginábamos. Y según el diagnóstico, estamos empeorando. De paso hace ver ridícula la propaganda oficial que a todas horas nos agobia con anuncios triunfalistas. La realidad y la ficción en pleno contraste. No va a ser a través de pronunciamientos engañosos como el país salga adelante.
Otro dato interesante que reporta el Democracy Ranking es que de los cinco primeros lugares de la clasificación, cuatro están ocupados por países nórdicos, Noruega, Suecia, Finlandia y Dinamarca. Esta aglomeración en la cúspide de países localizados en una misma área geográfica no es casual: muestra que el “modelo escandinavo” ha dado resultado. A ese modelo también se le conoce como “la nueva tercera vía”. Ella está captando el interés de la opinión pública internacional porque ha sido capaz de enfrentar los retos de la globalización sin renunciar a sus responsabilidades sociales. Vale decir que ha combinado de manera exitosa la eficiencia económica con la justicia distributiva, cosa que, para la tecnocracia neoliberal, es considerada una característica inconcebible.
Delante de la pérdida de sentido en la que nos encontramos, tomar en cuenta el ejemplo escandinavo no sale sobrando. En especial porque en México hay una creciente admiración por el llamado “modelo asiático”, según el cual la democracia y los derechos humanos representan un estorbo para el desarrollo económico.
Académico del Tecnológico de Monterrey (CCM)
De acuerdo con los resultados publicados recientemente por la Democracy Ranking Association con sede en Viena, Austria, México perdió siete lugares en la clasificación internacional en cuanto a calidad de la democracia. Es decir, pasamos del lugar 44 (2005) al puesto 51 (2010). Los datos emitidos por esta asociación son atendibles: goza de un gran prestigio a nivel internacional, y se le consulta cada vez más para obtener referencias del avance o retroceso de la democracia en muy distintos países del mundo.
Para realizar la clasificación mencionada, que incluye a 100 naciones de todo el orbe, utiliza indicadores tanto políticos (50%) como no políticos: igualdad de género (10%), economía (10%), salud (10%), educación (10%) y medio ambiente (10%). En el área latinoamericana nos superan 12 países, entre ellos Uruguay, Chile, Costa Rica, Panamá, Trinidad y Tobago, El Salvador y Ecuador.
Democracy Ranking utiliza otra clasificación relacionada como el mejoramiento o empeoramiento de la democracia. Tampoco en esa ponderación nos va bien: ocupamos el lugar 96, superados incluso por Venezuela, que está ubicada en el puesto 91.
Frente a estos datos irrefutables, gobierno y sociedad civil debemos reconocer que no andamos bien: hemos fallado en la realización de las reformas institucionales indispensables para adaptar la estructura del Estado mexicano a la nueva fisonomía plural que vive nuestra sociedad; tampoco hemos hecho lo necesario para mejorar la condición de la mujer; mantenemos, a brazo partido, un modelo económico que ha mostrado una y mil veces su inoperancia; en materia de salud y educación, nos ahoga el burocratismo y los intereses corporativos. En fin, nuestro medio ambiente se deteriora aceleradamente. Como lastres que afectan transversalmente a estos rubros están (in crescendo) la corrupción y la violencia.
La clasificación que nos ocupa muestra que México va por el camino equivocado: estamos perdiendo competitividad, presencia y prestigio. Nos pone delante de un espejo en el que vemos al cuerpo colectivo de la nación, más escuálido de los que imaginábamos. Y según el diagnóstico, estamos empeorando. De paso hace ver ridícula la propaganda oficial que a todas horas nos agobia con anuncios triunfalistas. La realidad y la ficción en pleno contraste. No va a ser a través de pronunciamientos engañosos como el país salga adelante.
Otro dato interesante que reporta el Democracy Ranking es que de los cinco primeros lugares de la clasificación, cuatro están ocupados por países nórdicos, Noruega, Suecia, Finlandia y Dinamarca. Esta aglomeración en la cúspide de países localizados en una misma área geográfica no es casual: muestra que el “modelo escandinavo” ha dado resultado. A ese modelo también se le conoce como “la nueva tercera vía”. Ella está captando el interés de la opinión pública internacional porque ha sido capaz de enfrentar los retos de la globalización sin renunciar a sus responsabilidades sociales. Vale decir que ha combinado de manera exitosa la eficiencia económica con la justicia distributiva, cosa que, para la tecnocracia neoliberal, es considerada una característica inconcebible.
Delante de la pérdida de sentido en la que nos encontramos, tomar en cuenta el ejemplo escandinavo no sale sobrando. En especial porque en México hay una creciente admiración por el llamado “modelo asiático”, según el cual la democracia y los derechos humanos representan un estorbo para el desarrollo económico.
Académico del Tecnológico de Monterrey (CCM)
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