domingo, 19 de diciembre de 2010

HOMBRES Y DIOSES

Jean Meyer / El Universal
Es el título de una película que salió hace poco en Francia y que sorprendió a todos. Espero que la Muestra o alguno de nuestros festivales de cine la traiga a México, porque no se puede esperar mucho de las distribuidoras comerciales. Aunque podrían caer en tentación, puesto que una de las sorpresas es que la película llenó las salas en toda Francia durante varios meses.
El tema es histórico, el hecho es verídico: los últimos días de los monjes franceses de Tiberine, en la sierra en Argelia, secuestrados en 1996 por un comando islamista y asesinados, no se sabe muy bien si por los barbudos aquellos o por los militares supuestamente encargados de liberarlos. Quince años después, la identidad real de los asesinos sigue siendo problemática, pero dicho misterio no es el tema de la película, como tampoco lo es el terrorismo islámico o la terrible historia de Argelia durante estos años de plomo que costaron más de cien mil vidas.
Se trata de la inocencia y de la crueldad. Y de la santidad. Tema eterno que encontramos en Diálogos de carmelitas de Georges Bernanos, o en El poder y la gloria de Graham Greene. Revolución francesa, revolución de Garrido Canabal en Tabasco, revolución islamista en Argelia, las circunstancias se parecen siempre, y los hombres (y las mujeres) se encuentran en la misma situación trágica: de repente el inocente debe decidir si va a huir, para escapar al verdugo, a un martirio que ningún dios le puede exigir, o si va a quedarse para, de manera inevitable, morir. Sin que eso sea un suicidio, en el caso presente, un suicidio colectivo, como dice uno de los monjes, partidario, un tiempo, de huir.
Con la fuerza y la debilidad que les da su inocencia, cada quien con su personalidad, su flaqueza y su fuerza, finalmente los monjes optan por quedarse, todos, hasta él que se había ido y que regresa.
Los que habían tenido la suerte de ver la película en el Festival de Cannes nos habían anunciado que era algo grande. Grande: la palabra resulta chica. Entre los monjes hay dos actores conocidos, el que hace de padre superior del pequeño convento, y el fabuloso monje y médico, el viejo Lucas, que atiende, a veces, un centenar de enfermos al día. Pero en realidad, por más que no podamos olvidar ninguna de estas caras, de estos cuerpos, de cada uno de los monjes, lo fuerte es el grupo compacto, la verdadera comunidad que forman ellos todos. Cada quien tiene su historia, su pasado anterior a la vocación religiosa, a la vocación monacal, a su venida en este país, en este convento, en medio de un pueblo campesino serrano en Argelia.
La vida cotidiana, hecha de labor manual, de celebraciones litúrgicas, lecturas y cantos, tiene una realidad documental. He leído que algunos actores y el director Xavier Beauvois no son cristianos. Cristiano, y muy convencido, lo es el octogenario Michael Lonsdale, el padre Lucas, el médico. Veterano del teatro y del cine, inspira unas emociones indescriptibles. Sentado en un banco de piedra, adosado a la pared del convento, contesta a una joven argelina quien le pregunta qué es el amor, cómo sabe uno que de verdad está enamorado. Cuando ella le pregunta luego si ha conocido el amor, levanta el brazo y le dice que no una vez, sino varias veces, con una sonrisa, pero que luego vino otro amor que lo englobó todo…
No recuerdo haber visto en el cine la santidad en la vida cotidiana, las jornadas de los monjes se desarrollan de la manera más banal, y sin embargo el martirio se presenta siempre a sus ojos. Ellos tienen esa firmeza de espíritu, con todo y miedo, esa grandeza de alma que los filósofos de hoy reclaman a gritos y sin éxito. Por eso la película, que no es para nada un gran espectáculo, ha tenido tal éxito. El coraje, la valentía de aquellos hombres no es ideológica, por eso hablo de inocencia; viene del corazón, no de la razón. Cuando deliberan democráticamente para saber si van a irse, la gente del pueblo pide al superior: “Quédense, su presencia nos protege, ustedes son la rama y nosotros el pájaro que se pone sobre la rama; si desaparece la rama, el pájaro está perdido”. Por eso todos los argumentos razonables, muy humanos y sinceros, del prefecto que les pide salirse, porque no puede garantizar su seguridad, no sirven.
Por eso los inocentes, que posiblemente en una vida anterior no fueron inocentes, alcanzan tranquilamente y no tan tranquilamente la santidad. La cena final, antes de la inevitable tragedia, es inolvidable. Todos, muy serios, en la mesa, y el viejo Lucas descorcha dos botellas de vino tinto y pone en la grabadora… El lago de los cisnes de Chaikovski. La cámara mira, una tras otra, la cara de todos los monjes y una sonrisa de verdadera paz y felicidad aparece en todos los rostros, mientras la música gira, gira…
Profesor investigador del CIDE

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