Lorenzo Bernaldo de Quirós / elEconomista.es
Como era previsible, la Cumbre Europea ha optado porenmendar el Tratado de Lisboa para crear un mecanismo de asistencia que salvaguarde la estabilidad financiera de la eurozona en caso de que sea necesario.
La activación del European Stabilization Mechanism (ESM) se produciría caso por caso y se sometería a una estricta condicionalidad. Al mismo tiempo, se ha rechazado tanto la creación de un euromercado de bonos como la ampliación de los fondos a disposición del European Financial Stability Facility (EFSF).
De este modo, se quiere transmitir a los mercados que la UE no considera inevitable un rescate de España y, en caso extremo, de Italia.
Sin embargo, esto no parece compatible ni consistente con la decisión del BCE de ampliar su capital, cuya única explicación es atender a un aumento de las necesidades de financiación de los Estados miembros de la zona del euro. En realidad, esos movimientos no despejan las dudas sobre la potencial necesidad de rescatar a alguno o algunos grandes estados de la UEM y, a la vez, muestran las dificultades para dar una respuesta colectiva a ese tema.
En el mejor de los casos, las disposiciones aprobadas sólo sirven para ganar tiempo e incluso esto es dudoso.
De entrada, Irlanda, Grecia y Portugal presentan unas necesidades de financiación de sus sectores públicos, desde el tercer trimestre de 2010 y a lo largo de 2011, de unos 320.000 millones de euros, que se elevan a los 712.000 millones si se incluye en ese grupo a Italia.
En este contexto, si los mercados se resisten a refinanciar ese endeudamiento y, obviamente, el EFSF carece de los recursos necesarios para hacerlo, se van a plantear serios problemas. Resulta poco creíble pensar que los inversores reaccionarán de manera positiva y suministrarán dinero fresco a esas economías dada la coyuntura en la que se encuentran sus bajas, siendo optimistas, previsiones de crecimiento y, por tanto, sus enormes problemas para cumplir sus escenarios de consolidación presupuestaria.
Si además se tiene en cuenta que también será preciso refinanciar una parte sustancial de la deuda privada, el panorama es, cuanto menos, inquietante, por no decir estremecedor.
Por otra parte, si bien es verdad que en los rescates que se produjesen antes de la entrada en vigor del ESM en 2013 los acreedores no sufrirán quitas de las deudas públicas
y privadas, también lo es que la materialización de ese escenario depende de que el nuevo esquema de intervención sea ratificado por todos los Estados miembros.
En ese período de interregno de dos años, cada país deberá salvarse por sí mismo, lo que dependerá de lo que hagan sus gobiernos y de la credibilidad que inspiren a los inversores.
En este interregno, es impensable que los mercados aguanten con paciencia estoica hasta que elESM esté operativo, en el que,además, los hipotéticos rescates que se produzcan se harán en parte a su costa.
Esto significa que todo sigue igual, lo que no sólo no elimina ni reduce el riesgo de que se produzcan nuevas oleadas de crisis de deuda, sino lo acentúa.
La tesis de que el hundimiento de uno o varios Estados de la periferia pondría al borde de la bancarrota a los sistemas bancariosde otros estados tal vez sea correcta, pero tiene
matices importantes.
Por un lado, quizá sea más barato socorrer a un país que a sus bancos, cuestión discutible. Ahora bien, cualquier alternativa de socorro plantea en el corto plazo un escenario de riesgo moral, en tanto genera incentivos para que los malos deudores no hagan los deberes.
Por otro, los contribuyentes alemanes tal vez estén dispuestos a hacer sacrificios para socorrer a sus propios bancos, pero resulta improbable o, mejor, impensable que los hagan para salvar a los pródigos países periféricos y a sus instituciones de crédito.
Aunque no fuese así, si un Estado o Estados se ven al borde del precipicio y si algunos bancos caen, cómo se evitará la historia irlandesa, esto es, el hecho de que el rescate de la banca no conduzca a una crisis de deuda; pregunta incontestable? En este marco, lamodesta ampliación de capital realizada por el BCE ni sirve ni genera tranquilidad.
Si lo que se pretende con esa iniciativa es dotarse de más recursos para suministrar mayor liquidez al sistema, 5.000 millones son insuficientes para lograr esa meta en el supuesto de que grandes economías de la eurozona,
por ejemplo España o Italia, recurran de modo significativo a los fondos del BCE.
Si, como prevé el ESM, los acreedores deben participar en los costes de futuros rescates, bastaría un moderado recorte del valor de los activos aportados como colateral al BCE para ponerle en pérdidas.
Si lo que se persigue es que la autoridad monetaria pueda desarrollar una política no convencional, incluidas medidas de relajación cuantitativa (la compra de bonos soberanos
o títulos del sector privado), eso exigiría modificar de manera radical los estatutos del BCE que le impiden actuar como prestamista de última instancia en el estricto sentido de la palabra.
Para desempeñar esa tarea habría que transformarlo en una institución parecida al Banco de Inglaterra o a la Fed, esto es, someter su estrategia a los dictados políticos.
En conclusión, el resultado de la última Cumbre Europea no supone una modificación sensible en el panorama. El entorno económico?financiero del Viejo Continente sigue amenazado por una espada de Damocles y lo acordado los pasados días 16 y 17 de diciembre sólo certifican ese hecho.
Lorenzo Bernaldo de Quirós. Miembro del consejo editorial de elEconomista.
Como era previsible, la Cumbre Europea ha optado porenmendar el Tratado de Lisboa para crear un mecanismo de asistencia que salvaguarde la estabilidad financiera de la eurozona en caso de que sea necesario.
La activación del European Stabilization Mechanism (ESM) se produciría caso por caso y se sometería a una estricta condicionalidad. Al mismo tiempo, se ha rechazado tanto la creación de un euromercado de bonos como la ampliación de los fondos a disposición del European Financial Stability Facility (EFSF).
De este modo, se quiere transmitir a los mercados que la UE no considera inevitable un rescate de España y, en caso extremo, de Italia.
Sin embargo, esto no parece compatible ni consistente con la decisión del BCE de ampliar su capital, cuya única explicación es atender a un aumento de las necesidades de financiación de los Estados miembros de la zona del euro. En realidad, esos movimientos no despejan las dudas sobre la potencial necesidad de rescatar a alguno o algunos grandes estados de la UEM y, a la vez, muestran las dificultades para dar una respuesta colectiva a ese tema.
En el mejor de los casos, las disposiciones aprobadas sólo sirven para ganar tiempo e incluso esto es dudoso.
De entrada, Irlanda, Grecia y Portugal presentan unas necesidades de financiación de sus sectores públicos, desde el tercer trimestre de 2010 y a lo largo de 2011, de unos 320.000 millones de euros, que se elevan a los 712.000 millones si se incluye en ese grupo a Italia.
En este contexto, si los mercados se resisten a refinanciar ese endeudamiento y, obviamente, el EFSF carece de los recursos necesarios para hacerlo, se van a plantear serios problemas. Resulta poco creíble pensar que los inversores reaccionarán de manera positiva y suministrarán dinero fresco a esas economías dada la coyuntura en la que se encuentran sus bajas, siendo optimistas, previsiones de crecimiento y, por tanto, sus enormes problemas para cumplir sus escenarios de consolidación presupuestaria.
Si además se tiene en cuenta que también será preciso refinanciar una parte sustancial de la deuda privada, el panorama es, cuanto menos, inquietante, por no decir estremecedor.
Por otra parte, si bien es verdad que en los rescates que se produjesen antes de la entrada en vigor del ESM en 2013 los acreedores no sufrirán quitas de las deudas públicas
y privadas, también lo es que la materialización de ese escenario depende de que el nuevo esquema de intervención sea ratificado por todos los Estados miembros.
En ese período de interregno de dos años, cada país deberá salvarse por sí mismo, lo que dependerá de lo que hagan sus gobiernos y de la credibilidad que inspiren a los inversores.
En este interregno, es impensable que los mercados aguanten con paciencia estoica hasta que elESM esté operativo, en el que,además, los hipotéticos rescates que se produzcan se harán en parte a su costa.
Esto significa que todo sigue igual, lo que no sólo no elimina ni reduce el riesgo de que se produzcan nuevas oleadas de crisis de deuda, sino lo acentúa.
La tesis de que el hundimiento de uno o varios Estados de la periferia pondría al borde de la bancarrota a los sistemas bancariosde otros estados tal vez sea correcta, pero tiene
matices importantes.
Por un lado, quizá sea más barato socorrer a un país que a sus bancos, cuestión discutible. Ahora bien, cualquier alternativa de socorro plantea en el corto plazo un escenario de riesgo moral, en tanto genera incentivos para que los malos deudores no hagan los deberes.
Por otro, los contribuyentes alemanes tal vez estén dispuestos a hacer sacrificios para socorrer a sus propios bancos, pero resulta improbable o, mejor, impensable que los hagan para salvar a los pródigos países periféricos y a sus instituciones de crédito.
Aunque no fuese así, si un Estado o Estados se ven al borde del precipicio y si algunos bancos caen, cómo se evitará la historia irlandesa, esto es, el hecho de que el rescate de la banca no conduzca a una crisis de deuda; pregunta incontestable? En este marco, lamodesta ampliación de capital realizada por el BCE ni sirve ni genera tranquilidad.
Si lo que se pretende con esa iniciativa es dotarse de más recursos para suministrar mayor liquidez al sistema, 5.000 millones son insuficientes para lograr esa meta en el supuesto de que grandes economías de la eurozona,
por ejemplo España o Italia, recurran de modo significativo a los fondos del BCE.
Si, como prevé el ESM, los acreedores deben participar en los costes de futuros rescates, bastaría un moderado recorte del valor de los activos aportados como colateral al BCE para ponerle en pérdidas.
Si lo que se persigue es que la autoridad monetaria pueda desarrollar una política no convencional, incluidas medidas de relajación cuantitativa (la compra de bonos soberanos
o títulos del sector privado), eso exigiría modificar de manera radical los estatutos del BCE que le impiden actuar como prestamista de última instancia en el estricto sentido de la palabra.
Para desempeñar esa tarea habría que transformarlo en una institución parecida al Banco de Inglaterra o a la Fed, esto es, someter su estrategia a los dictados políticos.
En conclusión, el resultado de la última Cumbre Europea no supone una modificación sensible en el panorama. El entorno económico?financiero del Viejo Continente sigue amenazado por una espada de Damocles y lo acordado los pasados días 16 y 17 de diciembre sólo certifican ese hecho.
Lorenzo Bernaldo de Quirós. Miembro del consejo editorial de elEconomista.
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