Francisco Suárez Dávila / El Universal
Sebastián Piñera, el nuevo presidente de Chile, al emprender una nueva reforma educativa, declaró: “La batalla para lograr el desarrollo nacional se ganará o perderá en el salón de clases”. ¡Tiene razón! Su frase se aplica a México. Debemos lograr un compromiso nacional de gran visión. Con objetivos ambiciosos, claros, medibles. Es la reforma de mayor trascendencia, la necesaria para elevar la calidad de la educación, desde la básica hasta la superior. Sin ello no hay crecimiento con alta productividad, ni mayor competitividad; no hay verdadera superación de la pobreza, ni corrección de la desigualdad.
Recientemente el secretario de Educación presentó los resultados para México de la Evaluación Internacional de Estudiantes de la OCDE (Informe PISA). Como esta evaluación se ha realizado desde 2000, permite compararnos contra nosotros mismos y con el mundo. Lujambio habló de avances en la dirección correcta. Los jóvenes de 15 años en las escuelas aumentan de 51% a 65%. Es el país que más mejora en matemáticas, algo en lectura y en ciencias. Avance, sí, pero muy modesto.
En términos internacionales, nuestro promedio es de 422 puntos sobre una media de 500. Último lugar, 34, en la OCDE; 50 en la muestra de 65 países. Casi la mitad de los alumnos no llega al nivel 2, mínimo necesario de capacidad; solamente el 5% está en el “club de excelencia”. Sí, somos los mejores de América Latina. Pero, para la OCDE, China, Polonia y Brasil son los países emergentes que han avanzado más rápido. Así, los resultados son deficientes y el vaso medio lleno se vuelve medio vacío.
Un resultado interesante es que no hay una correlación entre escuelas de bajo nivel socio-económico y calidad, hay niños “bien” con malos resultados y niños “pobres” con “buenos”. La mayor sorpresa es que el primer lugar de todos los países lo alcanza China-Shanghai, un pueblo de bajos ingresos, que desplaza a Singapur, Finlandia y Japón. Logra 600 puntos en las tres materias. Esta hazaña la logra en pocos años.
Por las mismas fechas, diversos organismos de la sociedad civil entraron al debate. Claudio X. González, presidente de Mexicanos Primero, rindió su informe Brechas. Habla de “la revolución pendiente”, de “un panorama desalentador”, de “estancamiento en calidad y cantidad”, de “una educación que reproduce la desigualdad”. Otro grupo, Coalición Ciudadana por la Educación, convocó a Muévete por la Educación, llamando al Estado a que retome la rectoría en la educación y elimine la complicidad entre la SEP y el SNTE. Marinela Servitje, presidenta de Compromiso por la Calidad de la Educación, propuso que no es suficiente evaluar alumnos, sino también escuelas y maestros, y a integrar los objetivos de la Alianza por la Calidad de la Educación en la ley. Hay otros grupos. Ello significa una gran dispersión de esfuerzos de la sociedad civil. Al gobierno le corresponde ejercer liderazgo para integrar una sola agenda nacional. En Brasil, los empresarios crearon Todos por la Educación, pero Lula tomó la bandera y creó un “Compromiso” de Estado.
Hay diversas paradojas. En el cuadro de la OCDE, México gasta la mayor proporción del presupuesto en educación, 20%, y también de las mayores en relación al PIB, 6%, pero sus resultados son los peores. Casi todo es gasto corriente y sueldos, y no infraestructura o contenidos educativos. Al mismo tiempo, se gasta sólo 2 mil pesos por alumno, la tercera parte del promedio. Cabe la pregunta de si los recursos deben dispersarse en las 230 mil escuelas de manera uniforme o crear a la vez “escuelas de excelencia”. El presidente Piñera creará 60 de estas escuelas para alumnos brillantes de familias pobres. El modelo francés creó los grandes liceos y la famosa Escuela Normal Superior. México tuvo la gran Escuela Nacional Preparatoria.
¿Los recursos deben privilegiar sólo la educación básica o, como en la India, invertir fuertes cantidades en universidades y escuelas técnicas para generar ingenieros, científicos y técnicos vinculados a la sociedad del conocimiento? En México sólo el 25% de los jóvenes tiene acceso a la educación superior; en Corea, 93%.
El presidente de Finlandia, país donde la educación y los maestros tienen el mayor reconocimiento social, dijo: “hay tres recetas para el éxito educativo: maestros, maestros, maestros”. Según la OCDE, esto implica para México mejorar las bases de donde se selecciona a los maestros. En Corea es el 5% con mejores calificaciones. Riguroso concurso de admisión, no plazas vendidas o heredadas. Unificar estándares, tanto de lo que se enseña a los maestros como de lo que los maestros enseñan, dar tanta atención a los contenidos como a la tecnología pedagógica, crear una carrera magisterial con adecuados estímulos.
En Singapur, el lema educativo es: “Escuelas que piensan, nación que aprende”. ¡Podríamos también imitarlo!
Catedrático de la Universidad Iberoamericana
Sebastián Piñera, el nuevo presidente de Chile, al emprender una nueva reforma educativa, declaró: “La batalla para lograr el desarrollo nacional se ganará o perderá en el salón de clases”. ¡Tiene razón! Su frase se aplica a México. Debemos lograr un compromiso nacional de gran visión. Con objetivos ambiciosos, claros, medibles. Es la reforma de mayor trascendencia, la necesaria para elevar la calidad de la educación, desde la básica hasta la superior. Sin ello no hay crecimiento con alta productividad, ni mayor competitividad; no hay verdadera superación de la pobreza, ni corrección de la desigualdad.
Recientemente el secretario de Educación presentó los resultados para México de la Evaluación Internacional de Estudiantes de la OCDE (Informe PISA). Como esta evaluación se ha realizado desde 2000, permite compararnos contra nosotros mismos y con el mundo. Lujambio habló de avances en la dirección correcta. Los jóvenes de 15 años en las escuelas aumentan de 51% a 65%. Es el país que más mejora en matemáticas, algo en lectura y en ciencias. Avance, sí, pero muy modesto.
En términos internacionales, nuestro promedio es de 422 puntos sobre una media de 500. Último lugar, 34, en la OCDE; 50 en la muestra de 65 países. Casi la mitad de los alumnos no llega al nivel 2, mínimo necesario de capacidad; solamente el 5% está en el “club de excelencia”. Sí, somos los mejores de América Latina. Pero, para la OCDE, China, Polonia y Brasil son los países emergentes que han avanzado más rápido. Así, los resultados son deficientes y el vaso medio lleno se vuelve medio vacío.
Un resultado interesante es que no hay una correlación entre escuelas de bajo nivel socio-económico y calidad, hay niños “bien” con malos resultados y niños “pobres” con “buenos”. La mayor sorpresa es que el primer lugar de todos los países lo alcanza China-Shanghai, un pueblo de bajos ingresos, que desplaza a Singapur, Finlandia y Japón. Logra 600 puntos en las tres materias. Esta hazaña la logra en pocos años.
Por las mismas fechas, diversos organismos de la sociedad civil entraron al debate. Claudio X. González, presidente de Mexicanos Primero, rindió su informe Brechas. Habla de “la revolución pendiente”, de “un panorama desalentador”, de “estancamiento en calidad y cantidad”, de “una educación que reproduce la desigualdad”. Otro grupo, Coalición Ciudadana por la Educación, convocó a Muévete por la Educación, llamando al Estado a que retome la rectoría en la educación y elimine la complicidad entre la SEP y el SNTE. Marinela Servitje, presidenta de Compromiso por la Calidad de la Educación, propuso que no es suficiente evaluar alumnos, sino también escuelas y maestros, y a integrar los objetivos de la Alianza por la Calidad de la Educación en la ley. Hay otros grupos. Ello significa una gran dispersión de esfuerzos de la sociedad civil. Al gobierno le corresponde ejercer liderazgo para integrar una sola agenda nacional. En Brasil, los empresarios crearon Todos por la Educación, pero Lula tomó la bandera y creó un “Compromiso” de Estado.
Hay diversas paradojas. En el cuadro de la OCDE, México gasta la mayor proporción del presupuesto en educación, 20%, y también de las mayores en relación al PIB, 6%, pero sus resultados son los peores. Casi todo es gasto corriente y sueldos, y no infraestructura o contenidos educativos. Al mismo tiempo, se gasta sólo 2 mil pesos por alumno, la tercera parte del promedio. Cabe la pregunta de si los recursos deben dispersarse en las 230 mil escuelas de manera uniforme o crear a la vez “escuelas de excelencia”. El presidente Piñera creará 60 de estas escuelas para alumnos brillantes de familias pobres. El modelo francés creó los grandes liceos y la famosa Escuela Normal Superior. México tuvo la gran Escuela Nacional Preparatoria.
¿Los recursos deben privilegiar sólo la educación básica o, como en la India, invertir fuertes cantidades en universidades y escuelas técnicas para generar ingenieros, científicos y técnicos vinculados a la sociedad del conocimiento? En México sólo el 25% de los jóvenes tiene acceso a la educación superior; en Corea, 93%.
El presidente de Finlandia, país donde la educación y los maestros tienen el mayor reconocimiento social, dijo: “hay tres recetas para el éxito educativo: maestros, maestros, maestros”. Según la OCDE, esto implica para México mejorar las bases de donde se selecciona a los maestros. En Corea es el 5% con mejores calificaciones. Riguroso concurso de admisión, no plazas vendidas o heredadas. Unificar estándares, tanto de lo que se enseña a los maestros como de lo que los maestros enseñan, dar tanta atención a los contenidos como a la tecnología pedagógica, crear una carrera magisterial con adecuados estímulos.
En Singapur, el lema educativo es: “Escuelas que piensan, nación que aprende”. ¡Podríamos también imitarlo!
Catedrático de la Universidad Iberoamericana
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