Mauricio Merino / El Universal
Cerrar cada año con los mejores deseos para el que sigue es una tradición sana. Sobre todo cuando las cosas están mal, los buenos deseos pueden servir para darnos aliento e imaginar que estamos de acuerdo en algunas cosas. Desear, por ejemplo, que el 2011 no traiga más baños de sangre para el país, ni más violencia, ni más odio, quizás sea algo que podamos compartir muchos. Y conste que no se trata más que de la expresión de un deseo.
Pero ya sería algo, pues con frecuencia sospecho que ni siquiera estamos deseando lo mismo. Porque una cosa es ganar una guerra sin cuartel contra todos los delincuentes, todos los enemigos y todos los conspirados —tan ardua y tan paranoica como la que libraba el sultán de Delhi, Muhammad Tughlak, según la versión de Elías Canetti, tan exitosamente librada, que acabó con todos sus adversarios reales y potenciales, hasta quedarse sólo consigo mismo—, y otra distinta es desear que vuelva la paz y la seguridad a la convivencia o, al menos, que se nos vaya quitando el miedo que llevamos pegado a la piel desde hace años.
Yo deseo que en el 2011 tengamos razones para volver a creer en las instituciones políticas del país. Ruego que se observe bien el fraseo: no estoy deseando que la gente vuelva a creer en las instituciones de un día para el otro, pues comprendo que no es así como funcionan las cosas; lo que deseo es que haya buenas razones para volver a creer, que es diferente. Es decir, deseo que haya procesos judiciales que nos sorprendan; que algunos ministerios públicos cumplan con su deber de manera impecable y que lo sepamos todos, sin albergar duda ninguna; que, por ejemplo, se resuelvan con éxito los casos emblemáticos de secuestros, desapariciones y asesinatos que nos han conmovido tanto; deseo que atrapen y castiguen a los captores de Diego Fernández de Cevallos, pero también —como él mismo ha dicho ya varias veces— que no vaya a resolverse sólo ese caso y se dejen abandonados los otros, como el del asesinato de Marisela Escobedo y su hija. Deseo, pues, que los funcionarios que encarnan el sistema de justicia de México ofrezcan resultados plausibles. No deseo grandes hazañas, excepto la del cumplimiento de su deber.
Me gustaría que el presidente Calderón cobrara conciencia del tiempo; que se dé cuenta de que el sexenio dura exactamente seis años y que el suyo está de salida; desearía que aspire a dignificar las instituciones que tiene en sus manos y que comprenda que todavía sería viable, si quisiera, construir los cimientos de un buen sistema de rendición de cuentas que es hoy la gran carencia ética y práctica que traba la eficacia y el funcionamiento de todo el gobierno. Pero me detengo enseguida, pues eso ya es desear demasiado. A cambio, formulo un deseo más modesto: que no intente de ninguna manera extender sus designios más allá del 2012.
Deseo también que el proceso electoral comience con buenos augurios, que los partidos no sigan minando la autonomía, ni abusando de la confianza social en el IFE, como si ésta fuera petróleo. Y deseo también que los consejeros —los seis que ya están y los tres que nombrarán algún día— se tomen en serio como autoridades electorales y no permitan que sea el Tribunal, una y otra vez, quien dicte la última línea en todos los casos. A los magistrados les puede encantar la política y lucir bien en los reflectores, pero es deseable recordar que si el Trife ha de tomar la batuta solo, será porque las cosas ya se han salido de cauce.
Deseo que la izquierda no se coma a sí misma antes de comenzar las campañas electorales del 2012; que sus dirigentes históricos, morales e histriónicos comprendan que si tienen alguna oportunidad de ganar, es presentándose unidos bajo una sola candidatura y un solo programa de acción. Aunque no deseo que acaben actuando del mismo modo que el PRI, que ya da por hecho todos los triunfos electorales en los comicios que habrá de aquí al 2024, y cuyo futuro dirigente ya habla y actúa como si, en efecto, ya hubieran ganado. Deseo, en fin, que si lo hacen sea con votos ganados y no comprados —especialmente en el estado de México.
Por mi parte, deseo seguir escribiendo y seguir trabajando en los mismos lugares donde ya lo hago —y, como añadiría Juan Gabriel, con la misma gente—. No sé si deseo más amigos, pues los que tengo me colman. Pero sí deseo más amor, que buena falta nos hace.
Profesor investigador del CIDE
Cerrar cada año con los mejores deseos para el que sigue es una tradición sana. Sobre todo cuando las cosas están mal, los buenos deseos pueden servir para darnos aliento e imaginar que estamos de acuerdo en algunas cosas. Desear, por ejemplo, que el 2011 no traiga más baños de sangre para el país, ni más violencia, ni más odio, quizás sea algo que podamos compartir muchos. Y conste que no se trata más que de la expresión de un deseo.
Pero ya sería algo, pues con frecuencia sospecho que ni siquiera estamos deseando lo mismo. Porque una cosa es ganar una guerra sin cuartel contra todos los delincuentes, todos los enemigos y todos los conspirados —tan ardua y tan paranoica como la que libraba el sultán de Delhi, Muhammad Tughlak, según la versión de Elías Canetti, tan exitosamente librada, que acabó con todos sus adversarios reales y potenciales, hasta quedarse sólo consigo mismo—, y otra distinta es desear que vuelva la paz y la seguridad a la convivencia o, al menos, que se nos vaya quitando el miedo que llevamos pegado a la piel desde hace años.
Yo deseo que en el 2011 tengamos razones para volver a creer en las instituciones políticas del país. Ruego que se observe bien el fraseo: no estoy deseando que la gente vuelva a creer en las instituciones de un día para el otro, pues comprendo que no es así como funcionan las cosas; lo que deseo es que haya buenas razones para volver a creer, que es diferente. Es decir, deseo que haya procesos judiciales que nos sorprendan; que algunos ministerios públicos cumplan con su deber de manera impecable y que lo sepamos todos, sin albergar duda ninguna; que, por ejemplo, se resuelvan con éxito los casos emblemáticos de secuestros, desapariciones y asesinatos que nos han conmovido tanto; deseo que atrapen y castiguen a los captores de Diego Fernández de Cevallos, pero también —como él mismo ha dicho ya varias veces— que no vaya a resolverse sólo ese caso y se dejen abandonados los otros, como el del asesinato de Marisela Escobedo y su hija. Deseo, pues, que los funcionarios que encarnan el sistema de justicia de México ofrezcan resultados plausibles. No deseo grandes hazañas, excepto la del cumplimiento de su deber.
Me gustaría que el presidente Calderón cobrara conciencia del tiempo; que se dé cuenta de que el sexenio dura exactamente seis años y que el suyo está de salida; desearía que aspire a dignificar las instituciones que tiene en sus manos y que comprenda que todavía sería viable, si quisiera, construir los cimientos de un buen sistema de rendición de cuentas que es hoy la gran carencia ética y práctica que traba la eficacia y el funcionamiento de todo el gobierno. Pero me detengo enseguida, pues eso ya es desear demasiado. A cambio, formulo un deseo más modesto: que no intente de ninguna manera extender sus designios más allá del 2012.
Deseo también que el proceso electoral comience con buenos augurios, que los partidos no sigan minando la autonomía, ni abusando de la confianza social en el IFE, como si ésta fuera petróleo. Y deseo también que los consejeros —los seis que ya están y los tres que nombrarán algún día— se tomen en serio como autoridades electorales y no permitan que sea el Tribunal, una y otra vez, quien dicte la última línea en todos los casos. A los magistrados les puede encantar la política y lucir bien en los reflectores, pero es deseable recordar que si el Trife ha de tomar la batuta solo, será porque las cosas ya se han salido de cauce.
Deseo que la izquierda no se coma a sí misma antes de comenzar las campañas electorales del 2012; que sus dirigentes históricos, morales e histriónicos comprendan que si tienen alguna oportunidad de ganar, es presentándose unidos bajo una sola candidatura y un solo programa de acción. Aunque no deseo que acaben actuando del mismo modo que el PRI, que ya da por hecho todos los triunfos electorales en los comicios que habrá de aquí al 2024, y cuyo futuro dirigente ya habla y actúa como si, en efecto, ya hubieran ganado. Deseo, en fin, que si lo hacen sea con votos ganados y no comprados —especialmente en el estado de México.
Por mi parte, deseo seguir escribiendo y seguir trabajando en los mismos lugares donde ya lo hago —y, como añadiría Juan Gabriel, con la misma gente—. No sé si deseo más amigos, pues los que tengo me colman. Pero sí deseo más amor, que buena falta nos hace.
Profesor investigador del CIDE
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