Francisco Valdés Ugalde / El Universal
Los buitres estaban listos para el festín pero faltó el cadáver. Al menos por ahora. A pesar de la predecible deserción de Inglaterra, 27 países decidieron confirmarse como núcleo de la Unión Europea y dar un paso más hacia una organización política supranacional. La debacle del euro y el regreso a la fragmentación económica no se produjeron. Por lo tanto, se introdujo una moderación en la especulación en los mercados.
Lo más interesante es que se tomaron acuerdos que reconstituyen sobre nuevas bases la unidad económica y la viabilidad de la moneda unitaria. Un pacto de disciplina fiscal vinculante para todos, que tendrán que cumplir llevándolo al plano de obligación constitucional. Este pacto incluye la vigilancia presupuestaria y el control de las finanzas de todos los países miembros.
A cambio de este sacrificio, el Banco Central Europeo podrá hacerse cargo de la deuda y sacar del apuro a los países con mayores urgencias. El reaseguro del Banco radicará en la disciplina fiscal a la que se verán obligados los rescatados.
Como consecuencia vendrá un periodo de austeridad europea. En este punto reside una de las claves del retiro de Gran Bretaña. Para el Reino Unido, aceptar estas medidas implicaría reducir su crecimiento económico y limitar los márgenes de acción financiera de la "City", con lo que Cameron no estuvo de acuerdo.
El efecto de esta deserción inglesa de Europa es el fin de la polaridad angloalemana en el freno y arranque del crecimiento europeo. En su lugar queda una Alemania fortalecida que ha dictado, apoyada por Francia, las condiciones del nuevo acuerdo. Europa marchará a un solo ritmo: el que marque Alemania y bajo las condiciones del pacto originado en la señora Merkel. La isla será un espectador interesado que ya no podrá sacar ventajas de los tratados de libre comercio que previamente regían entre ella y la UE.
En síntesis, para salir de las vacas flacas Europa continental vuelve sobre sí misma, asume el castigo de su incapacidad fiscal unitaria y proyecta, seguramente en unos años, un resurgimiento que dará nueva cara al continente por la aparición de nuevos actores. Polonia será quizás el más prominente por el vigor con que promete andar su economía.
El peligro es que el enfoque no sea el adecuado. El recetario "Merkozy" (la suma de medidas que provienen del rol dominante de Alemania y Francia en el acuerdo), conduce, como ya dijimos, a la austeridad. La cuestión es si ésta deviene en recesión. Quienes se han opuesto al arreglo señalan que el problema no ha sido el exceso de la deuda sino de agentes privados sin regulación que se han encargado de proporcionarla sin ton ni son.
No obstante, bajo estos nuevos pilares que cambian considerablemente la estructura sobre la que se desarrollará la UE en los próximos años, sigue alimentándose la idea de que la unión económica y sus correlatos políticos (o al revés) son el mejor antídoto contra el desencadenamiento de las profundas diferencias nacionales, raciales y políticas que condujeron a las dos conflagraciones mundiales del siglo XX que evidenciaron el potencial destructivo de la humanidad.
Esta contención bajo el signo de la unidad es una noticia prometedora, aunque no podamos saber de cierto hasta dónde podrá crecer políticamente. Desde luego tiene su lado oscuro: que de la austeridad no venga la prosperidad sino la recesión, y que el espíritu liberal británico se ausente.
Pero tiene un aspecto alentador de progreso político. En los diversos estallidos de protesta por las medidas de austeridad, que se vieron en Grecia y en España, y que seguramente se observarán en Italia, apareció un componente antiunitario. De hecho, asomó el fantasma del odio nacionalista entre el norte y el sur de la Unión. El riesgo de esta degradación no ha sido menor en los cálculos políticos de sus dirigentes. En el mundo globalizado en que aparecen conspicuamente las sombrías entidades de la delincuencia organizada (de cuello blanco, azul o rojo), el peligro de disolución es mayor, pues las ventanas que abriría al oportunismo serían difíciles de atajar, a diferencia de si se cuenta con instrumentos unitarios que permitan la mutua vigilancia y la coordinación de esfuerzos en materia legislativa y de justicia.
Europa se encuentra lejos aún de formar un Estado post o supranacional; sin embargo, cuenta con instituciones que a la postre le permitirían andar hacia una entidad de nuevo tipo, diferente de las conocidas hasta ahora como Estados-nación. Cuenta con un banco central, un parlamento y los instrumentos económicos de la UE que se coronan hoy con el acuerdo fiscal conseguido el viernes antepasado en Bruselas.
Aunque el resultado pueda ser incierto económicamente, la decisión política hacia la unidad permite hablar de una nueva etapa.
Los buitres estaban listos para el festín pero faltó el cadáver. Al menos por ahora. A pesar de la predecible deserción de Inglaterra, 27 países decidieron confirmarse como núcleo de la Unión Europea y dar un paso más hacia una organización política supranacional. La debacle del euro y el regreso a la fragmentación económica no se produjeron. Por lo tanto, se introdujo una moderación en la especulación en los mercados.
Lo más interesante es que se tomaron acuerdos que reconstituyen sobre nuevas bases la unidad económica y la viabilidad de la moneda unitaria. Un pacto de disciplina fiscal vinculante para todos, que tendrán que cumplir llevándolo al plano de obligación constitucional. Este pacto incluye la vigilancia presupuestaria y el control de las finanzas de todos los países miembros.
A cambio de este sacrificio, el Banco Central Europeo podrá hacerse cargo de la deuda y sacar del apuro a los países con mayores urgencias. El reaseguro del Banco radicará en la disciplina fiscal a la que se verán obligados los rescatados.
Como consecuencia vendrá un periodo de austeridad europea. En este punto reside una de las claves del retiro de Gran Bretaña. Para el Reino Unido, aceptar estas medidas implicaría reducir su crecimiento económico y limitar los márgenes de acción financiera de la "City", con lo que Cameron no estuvo de acuerdo.
El efecto de esta deserción inglesa de Europa es el fin de la polaridad angloalemana en el freno y arranque del crecimiento europeo. En su lugar queda una Alemania fortalecida que ha dictado, apoyada por Francia, las condiciones del nuevo acuerdo. Europa marchará a un solo ritmo: el que marque Alemania y bajo las condiciones del pacto originado en la señora Merkel. La isla será un espectador interesado que ya no podrá sacar ventajas de los tratados de libre comercio que previamente regían entre ella y la UE.
En síntesis, para salir de las vacas flacas Europa continental vuelve sobre sí misma, asume el castigo de su incapacidad fiscal unitaria y proyecta, seguramente en unos años, un resurgimiento que dará nueva cara al continente por la aparición de nuevos actores. Polonia será quizás el más prominente por el vigor con que promete andar su economía.
El peligro es que el enfoque no sea el adecuado. El recetario "Merkozy" (la suma de medidas que provienen del rol dominante de Alemania y Francia en el acuerdo), conduce, como ya dijimos, a la austeridad. La cuestión es si ésta deviene en recesión. Quienes se han opuesto al arreglo señalan que el problema no ha sido el exceso de la deuda sino de agentes privados sin regulación que se han encargado de proporcionarla sin ton ni son.
No obstante, bajo estos nuevos pilares que cambian considerablemente la estructura sobre la que se desarrollará la UE en los próximos años, sigue alimentándose la idea de que la unión económica y sus correlatos políticos (o al revés) son el mejor antídoto contra el desencadenamiento de las profundas diferencias nacionales, raciales y políticas que condujeron a las dos conflagraciones mundiales del siglo XX que evidenciaron el potencial destructivo de la humanidad.
Esta contención bajo el signo de la unidad es una noticia prometedora, aunque no podamos saber de cierto hasta dónde podrá crecer políticamente. Desde luego tiene su lado oscuro: que de la austeridad no venga la prosperidad sino la recesión, y que el espíritu liberal británico se ausente.
Pero tiene un aspecto alentador de progreso político. En los diversos estallidos de protesta por las medidas de austeridad, que se vieron en Grecia y en España, y que seguramente se observarán en Italia, apareció un componente antiunitario. De hecho, asomó el fantasma del odio nacionalista entre el norte y el sur de la Unión. El riesgo de esta degradación no ha sido menor en los cálculos políticos de sus dirigentes. En el mundo globalizado en que aparecen conspicuamente las sombrías entidades de la delincuencia organizada (de cuello blanco, azul o rojo), el peligro de disolución es mayor, pues las ventanas que abriría al oportunismo serían difíciles de atajar, a diferencia de si se cuenta con instrumentos unitarios que permitan la mutua vigilancia y la coordinación de esfuerzos en materia legislativa y de justicia.
Europa se encuentra lejos aún de formar un Estado post o supranacional; sin embargo, cuenta con instituciones que a la postre le permitirían andar hacia una entidad de nuevo tipo, diferente de las conocidas hasta ahora como Estados-nación. Cuenta con un banco central, un parlamento y los instrumentos económicos de la UE que se coronan hoy con el acuerdo fiscal conseguido el viernes antepasado en Bruselas.
Aunque el resultado pueda ser incierto económicamente, la decisión política hacia la unidad permite hablar de una nueva etapa.
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