viernes, 30 de diciembre de 2011

ESTA DEPRESIÓN NO SE ACABARÁ HASTA 2031

Matthew Lynn / elEconomista.es
A toro pasado, no era difícil ver que los mercados se estaban haciendo peligrosamente inestables. Alemania acababa de adoptar un nuevo sistema monetario y Europa estaba siendo invadida por el barato dinero alemán.
Grecia se acababa de alistar en una unión monetaria con Italia y Francia, pero luchaba por mantener la unidad. Los mercados financieros habían sido objeto de desregulación. Las nuevas tecnologías estaban transformando la producción y las comunicaciones, permitiendo que el dinero atravesara fronteras a la velocidad del rayo. Y una ingente y nueva potencia industrial inundaba el mundo con productos baratos, destrozando la industria tradicional. Cuando todo se desmoronó en una quiebra de mil demonios, era algo que cabía esperar.
¿Una profecía de lo que viene para Londres, Nueva York o Berlín en 2012? No exactamente. Se trata de una descripción de Viena en 1873. En aquel año, en una de las mayores quiebras de todos los tiempos, los mercados austriacos dispararon el colapso por toda Europa, seguido rápidamente por un desplome igualmente espectacular en Nueva York. Fue el inicio de lo que los historiadores económicos denominan La Larga Depresión: un período prolongado de volatilidad, desempleo y desplomes que tuvo la épica duración de 23 años, llegando a su fin en 1896.
He estado investigando aquel episodio para mi nuevo libro titulado The Long Depression: The Slump of 2008 to 2031 (La Larga Depresión: El desplome de 2008 a 2031 ), y los paralelismos con nuestro tiempo resultan fascinantes.
La unificación alemana y la adopción del patrón oro habían desembocado en una bonanza en ese país, y Europa estaba inundada de dinero alemán barato. Grecia acababa de unirse a la unión monetaria latina, un malogrado intento de fusionar las monedas de toda Europa. La banca había sido objeto de desregulación, en parte el motivo por el que se invertía tanto dinero alemán en la bolsa de Viena. El telégrafo creó comunicaciones instantáneas, permitiendo que la quiebra europea se extendiera a Nueva York. Estados Unidos se estaba industrializando, transformando la economía global tanto como China lo ha hecho en la última década.
Todos esos factores se unieron para crear una ingente burbuja, seguida por una quiebra aún peor. El desplome que vino a continuación -aunque resulta difícil medir estas cosas de manera precisa- duró más de dos décadas. Si el hundimiento que sigue a la quiebra de 2008 se parece remotamente a aquél, es que ésta va a durar hasta 2031.
Lecciones de las que aprender
Cierto es que los paralelismos históricos nunca son precisos. No vamos a reproducir La Larga Depresión de 1873 a 1896 de manera exacta, ni tampoco tiene por qué durar tanto este desplome. Sin embargo, se trata de un episodio mucho más instructivo que La Gran Depresión de los años treinta del siglo XX. Y hay cinco lecciones claves que deberíamos aprender.
En primer lugar, las depresiones pueden durar mucho tiempo, y cuando sus orígenes se encuentran en una burbuja de deuda, deben medirse en décadas, no en años. Durante un siglo o más, las depresiones han sido episodios relativamente cortos y bruscos. Se parecen más a la extracción de una muela que a una enfermedad crónica: es doloroso, pero se supera rápidamente. Sin embargo, no tiene por qué ser así. Por ejemplo, en Reino Unido, ya se trata de la recesión más larga desde que se empezó a guardar registro, en el sentido de que la producción sigue estando por debajo de su pico de 2008. Es más larga que la de los años treinta. Esto también es cierto respecto de muchos otros países. Si, como parece probable, Europa y quizá EEUU también vuelvan a caer en recesión en 2012, todo el mundo tendrá claro que estamos siendo testigos de algo mucho más largo de lo que los libros convencionales de texto de economía permiten.
En segundo lugar, esta depresión es estructural. La Larga Depresión del siglo XIX tuvo sus raíces en la especulación financiera, el cambio tecnológico y la llegada de un nuevo y colosal jugador a la economía mundial. De igual modo, nuestra depresión está enraizada en tres ingentes crisis que llegan a la vez. Tenemos una burbuja de deuda que ha estado creciendo durante tres décadas y que explotó espectacularmente en 2008. El dólar se encuentra en un declive a largo plazo como moneda de reserva, y como ancla del sistema monetario mundial, pero todavía no hay señal de qué lo sustituirá. Y en el euro, el mayor bloque económico unitario ha creado el sistema monetario más disfuncional de la Historia de la humanidad, amenazando con el colapso financiero en una escala sin precedentes. Piense en ello como si la economía mundial estuviera sufriendo un ataque al corazón, después un derrame cerebral y, finalmente, la ambulancia que la recoge se estrellara de camino al hospital: la verdad, no sorprende que el paciente no se encuentre en buena forma.
En tercer lugar, es irregular. La Larga Depresión del siglo XIX fue un período sostenido de crecimiento menor en contraste con lo que hubo antes y después. Por ejemplo, Alemania creció un 4,3 por ciento al año entre 1850 y 1873, y un 4,1 por ciento entre 1896 y 1913. Pero en los años de La Larga Depresión, sólo consiguió una tasa de crecimiento de algo más del 2 por ciento al año. En otros países fue similar. Los mercados se mantuvieron volátiles, con repetidas bonanzas y caídas, volviendo regularmente a caer en la recesión. Sí que crecieron ocasionalmente, al igual que Japón a veces ha crecido en lo que ahora es su segunda década de quiebra. Pero el crecimiento nunca es sostenido.
En cuarto lugar, siguen pasando cosas buenas. No todo es negro. En La Larga Depresión hubo algunos países que salieron prácticamente ilesos. Se crearon nuevas tecnologías e industrias. Se inventó el teléfono y se colocaron los cimientos de nuevas industrias basadas en el motor de gasolina y la electricidad. La gente que lo hizo bien siguió ganando enormes fortunas, y los trabajadores que estaban en los sectores adecuados prosperaron. Con todo, en general, los tiempos eran difíciles. Y uno tenía que posicionarse con sumo cuidado.
En quinto lugar, no se va a arreglar fácilmente. El paralelismo con los años treinta resulta peligroso porque ha convencido a banqueros y legisladores de que si simplemente logramos aumentar la demanda, todo irá bien. Pues no. Desde luego que la demanda es importante, y no tiene sentido dejar que se desmorone. Pero no va a terminarse hasta que se arreglen los tres problemas estructurales. Hay que rebajar la deuda a niveles manejables, hay que crear una nueva moneda de reserva, y hay que sacar al euro de sus tribulaciones. Ninguna de ellas es tarea simple, y tampoco va a hacerse rápidamente.
Finalmente, la economía mundial volverá al crecimiento normal. Pero lo cierto es que va a ser un camino largo y difícil, y hay que trabajar mucho para volver a encarrilarla.
Matthew Lynn. Director ejecutivo de Strategy Economics.

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