viernes, 30 de diciembre de 2011

LAS UNIVERSIDADES DE LOS POLÍTICOS

LORENZO MEYER / REFORMA
AGENDA CIUDADANA
"En donde cursaron los candidatos y sus grupos sus estudios universitarios, implica una diferencia más entre los proyectos de derecha e izquierda en 2012"
Lorenzo Meyer
A raíz de los "errores de diciembre" de Enrique Peña Nieto, el precandidato presidencial único del PRI, en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara -donde no supo cómo resolver el asunto de los tres libros que más le habían marcado en su vida- y en otra entrevista posterior, donde mostró desconocer el precio del alimento básico de México, se habló de la posibilidad de sustituir al precandidato. El presidente del PRI, Pedro Joaquín Coldwell, en su primera conferencia de prensa se apresuró a descartar tamaña posibilidad a la que calificó de "impensable" (sin percatarse de que el hecho mismo de negarla significaba que ya había tenido que pensarla y sopesarla). Como sea, para reforzar su argumento, Coldwell afirmó que Peña Nieto era un candidato "sólido" y "plenamente capacitado para gobernar al país" porque, entre otras cosas, había estudiado en dos instituciones universitarias "muy prestigiadas". Coldwell se refería desde luego, a la Universidad Panamericana y al Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey (ITESM), dos centros de enseñanza privados donde el ex gobernador del Estado de México obtuvo una licenciatura en derecho y una maestría en administración de empresas, respectivamente.
El caso de Peña Nieto viene hoy muy al cuento para ilustrar uno de los grandes cambios en la formación de la élite política mexicana: su educación formal. Es natural que los dos ocupantes de la Presidencia provenientes del PAN, Vicente Fox y Felipe Calderón, hayan estudiado en instituciones de enseñanza superior privadas -la Universidad Iberoamericana el primero y la Escuela Libre de Derecho el segundo- pero que también lo haga el actual candidato priista, es un indicador de una transformación importante en la socialización de la dirigencia de México y del que ya sólo la izquierda se aparta.
. En 1979 un historiador norteamericano publicó Labyrinths of power: political recruitment in twentieth-century Mexico, (Princeton University Press) que apareció en español extendido hasta 1976 como Los laberintos del poder. El reclutamiento de las élites políticas en México, 1900-1971, (El Colegio de México, 1981). Se trata de una obra de historia contemporánea donde el autor, usando datos biográficos de centenares de políticos mexicanos y empleando métodos cuantitativos, caracterizó al grupo gobernante mexicano y a sus cambios a lo largo del siglo XX.
Para Smith, la élite política mexicana la componen los presidentes (y, al inicio, vicepresidentes), los miembros del gabinete y subgabinete (subsecretarios, oficiales mayores y similares), directores de empresas paraestatales y agencias descentralizadas, presidentes del partido en el poder, gobernadores, senadores, diputados (incluye a los delegados a la Convención de Aguascalientes y al Constituyente de Querétaro) y los embajadores; en total 6,302 individuos.
Smith considera que el pasar por las aulas universitarias era -y es- un requisito fundamental para una carrera política que busca llegar a la cúpula del poder gubernamental. En 1900, llegar a la universidad o a un instituto equivalente, cuando la tasa de analfabetismo en México era del 74%, se podía considerar un privilegio mayor al que es en la actualidad, cuando esta falla en nuestra educación sólo afecta a menos del 8% de los mexicanos. De todas formas, hoy sólo el 16% de los mexicanos entre los 24 y los 64 años tiene estudios universitarios, pero más del 90% de los altos cargos políticos ha pasado por la universidad.
Smith asume que el ejercicio del liderazgo político requiere de los conocimientos y habilidades que se imparten en las universidades. Incluso la élite política que surgió de la Revolución Mexicana, (1910-1940), en su mayoría tuvo alguna preparación en las aulas de universidades o institutos estatales y más del 50% obtuvo el grado. Sin embargo, la universidad no sólo sirve para hacerse de conocimientos y habilidades sino para algo igualmente o más importante: relacionarse con la cultura política dominante y las varias subculturas que le rodean, acercarse a los líderes políticos, participar en movimientos y establecer relaciones personales con los condiscípulos que, una vez abandonadas las aulas, se pueden reactivar para convertirlas en apoyos adicionales para escalar posiciones dentro de las estructuras política y administrativa.
. Para el grupo que gobernó México a partir de 1940, de entre todas las universidades, la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), destacó como almárcigo de políticos. Según las cifras que maneja Smith, para los niveles superiores de la élite posrevolucionaria, entre el 50 y el 70% de sus miembros egresó de la UNAM, (p. 100), cifra que al inicio del gobierno de José López Portillo llegó al 71% lo que coincide con los datos de otro estudioso norteamericano del fenómeno: Roderic Ai Camp en Mexico's leaders. Their education and recruitment, (University of Arizona Press, 1980).
En las diez "recomendaciones" que en 1979 hizo Peter Smith al joven que buscara hacer una exitosa carrera política en México, se encuentra en primer lugar, esta: "estudie una carrera universitaria, de preferencia en la UNAM", (pp. 290-291). De ser posible, debería inscribirse en derecho, aunque la economía, la ingeniería y la medicina, también le serían útiles.
. Aunque los dos últimos presidentes salidos del PRI, Carlos Salinas y su sucesor, Ernesto Zedillo, habían cursado sus licenciaturas en la UNAM y del Instituto Politécnico Nacional, respectivamente, con la crisis final del modelo económico y político posrevolucionario al final del gobierno de López Portillo, la recomendación de Smith dejó de funcionar. Y es que el grupo de jóvenes tecnócratas que entonces empezó a desplazar a los políticos del "nacionalismo revolucionario" de la dirección del régimen, y que se coaguló en torno a Salinas, hizo del posgrado en universidades extranjeras y de la licenciatura en universidades privadas, en particular del ITAM, un prerrequisito de admisión a los corredores del poder. Sin embargo, de no haber caído asesinado en 1994, Luis Donaldo Colosio hubiera llegado a "Los Pinos" como el primer presidente priista egresado de una universidad privada: del ITESM, de la carrera de economía. Por tanto, y al menos como precandidato presidencial priista, Peña Nieto ya tiene un precedente y que no es accidental sino estructural. Fox y Calderón, y con ellos un buen número de los miembros de su círculo íntimo, han acentuado la marginación de la universidad pública de las altas esferas de la política. En 2002, las cifras de Ai Camp mostraban que la UNAM declinaba como proveedora de cuadros de la élite política mexicana, pero también de la económica e incluso la intelectual, (Mexico's mandarins. Crafting a power elite for the twenty-first century, Berkeley, 2002, pp. 85-86).
El viraje hacia el neoliberalismo, el predominio del mercado y la derechización de la vida política mexicana, favorecen hoy el reclutamiento de los cuadros gubernamentales en los campus de las universidades privadas de élite mexicanas y entre los que retornan del posgrado en el extranjero. Sin embargo, no es claro que este cambio sea del todo benéfico.
Las razones de la duda anterior son varias. Entre ellas destacan dos: la investigación -parte fundamental de una atmósfera universitaria sólida- aún está lejos de arraigar en las universidades privadas. En segundo lugar, las instituciones de educación superior privada mejor evaluadas en México, son también microuniversos dominados por la cultura y los valores de las clases minoritarias. La visión de México y del mundo que ahí domina puede reforzar los prejuicios que ya se adquirieron en el hogar, por tanto los jóvenes que se socializan en ese ambiente viven sin contacto sustantivo con el México mayoritario, al que se supone que van a administrar y gobernar. De ahí que no sorprenda la frecuencia con que políticos salidos de ese entorno muestren con preocupante frecuencia una notable falta de sensibilidad social.
Es claro que egresar de una universidad pública no garantiza sensibilidad frente a la suerte de las mayorías que tanto se necesita en los altos niveles del gobierno, pero sí ayuda. Si finalmente Santiago Creel, egresado de la UNAM, no es el candidato del PAN -cosa muy probable-, la contienda de 2012 será entre dos productos de universidades privadas de élite y uno de la UNAM, lo que subrayará la disyuntiva entre izquierda y derecha en la siguiente elección.

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