Alejandro Nadal / la Jornada
Desde hace tres semanas los indignados ocupan el parque entre Wall Street y Liberty Street. Vaya encrucijada. Tienen razón: sigue su curso la gigantesca crisis provocada por años de pillaje y represión salarial que condujo al sobre endeudamiento de la clase trabajadora. Tercer año de la crisis: Washington apenas pudo poner en marcha tímidas reformas regulatorias para frenar la especulación. Eso después de haber inyectado sumas astronómicas para "rescatar" y evitar el colapso de todo tipo de instituciones financieras. Y hoy, para colmo de males, la respuesta de política y su acento en la austeridad fiscal está profundizando la crisis.
Vaya que si tienen razón en ocupar Wall Street. El movimiento se anuncia como un esfuerzo de resistencia sin líderes, con gente de todos los colores y convicciones políticas. Lo único que tenemos en común, dicen, es que somos ese 99 por ciento que ya no tolerará más la corrupción y rapacidad del uno por ciento. Nuestras tácticas, continúan, son parecidas a las de los pueblos árabes que la primavera pasada desafiaron a los poderes establecidos con tácticas de no violencia y democracia directa. Hay una asamblea general dos veces al día en este ejercicio de democracia radical. Ahí se aprende, se toma conciencia y se prepara una lucha más amplia.
La mayoría de los indignados en Wall Street son jóvenes. Ellos son los que se encuentran entre los segmentos más golpeados por la crisis. Pero la prensa estadunidense siempre ha tenido problemas para entender el reclamo de la juventud frente a las guerras o los escándalos de corrupción. Este movimiento no es una excepción. En muchos reportajes (entre los que destacan algunos del New York Times) los ocupantes de Wall Street son presentados como inexpertos, ingenuos o idealistas (como si eso fuera un defecto). El mensaje subliminal es claro: ya verán cuando maduren y adquieran algo de sabiduría, su perspectiva del mundo será distinta.
Pretendiendo realizar una investigación seria, una reportera de CNN preguntó a un manifestante si sabía que muchos bancos habían regresado el dinero inyectado por el gobierno en 2009. La respuesta fue un honesto "Ah caray, pues no sabía". La entrevistadora concluyó con una sonrisa y un gesto de descalificación que decía, ¡qué vamos a hacer, son jóvenes y mal informados! Habría que haberle contestado que si han devuelto la mayor parte de esos recursos es porque era un requisito para quitarse de encima las restricciones sobre compensaciones y los llamados paracaídas dorados para los altos ejecutivos. La verdad es que el sistema financiero ha seguido lucrando en grande en medio de la crisis. Y buena parte de esa ganancia proviene de los recursos otorgados por la Reserva federal que son colocados por los bancos en los países emergentes para recibir buenos rendimientos.
La protesta y ocupación de Wall Street es algo más rico e importante. Abarca todo el paisaje de temas y demandas sociales de la gente en Estados Unidos. Su objetivo, por el momento, es llamar la atención sobre un injusto sistema económico que ha concentrado la riqueza de manera escandalosa, que se nutre de la corrupción en Washington y que aún hoy sigue lucrando con la crisis. Está emparentada la protesta con los movimientos pacifistas y anti-imperialistas, y mantiene un aire de libertad frente al racismo y la persecución de los migrantes.
Los datos sobre los efectos de la crisis en los jóvenes muestran que tienen toda la razón del mundo para protestar con energía. Por ejemplo, el nivel de ocupación en la población entre los 16 y 29 años alcanzó el nivel más bajo desde 1945. El dato es una bomba: sólo 55 por ciento de ese segmento de la población está ocupado (contra 67 por ciento en 2000). No es sorpresa que para muchos jóvenes la opción es permanecer en casa de sus padres: 6 millones de jóvenes entre los 25 y 34 años de edad viven en casa de sus progenitores porque no encuentran empleo.
Haber cursado estudios universitarios no garantiza obtener un empleo. En muchos casos los jóvenes desempleados con diploma universitario se ven obligados a tomar un empleo que no requiere de mayor calificación, a veces a tiempo parcial. Al hacerlo, entran en el territorio de los sub-empleados y desplazan a los jóvenes que no tuvieron la oportunidad de cursar estudios superiores y los mandan al ejército de desempleados permanentes. Eso sí, como los cursos universitarios no son gratis, la deuda de los jóvenes egresados (hayan o no obtenido un grado universitario) les pesará como fardo durante muchos años. Para ellos no hay paquetes de ayuda aprobados al vapor por el Congreso.
Si usted quiere apoyarlos visite los portales occupywallst.org y adbusters.org. Hoy son unos cuantos miles, pero mañana serán muchos más. Eso es lo que más teme el poder. Por eso arrestó a 700 el sábado pasado, cuando intentaban cruzar el puente de Brooklyn. Se trata de evitar a toda costa que el movimiento crezca y que en su efecto de contagio enseñe que la valentía de protestar permite alcanzar la justicia.
Desde hace tres semanas los indignados ocupan el parque entre Wall Street y Liberty Street. Vaya encrucijada. Tienen razón: sigue su curso la gigantesca crisis provocada por años de pillaje y represión salarial que condujo al sobre endeudamiento de la clase trabajadora. Tercer año de la crisis: Washington apenas pudo poner en marcha tímidas reformas regulatorias para frenar la especulación. Eso después de haber inyectado sumas astronómicas para "rescatar" y evitar el colapso de todo tipo de instituciones financieras. Y hoy, para colmo de males, la respuesta de política y su acento en la austeridad fiscal está profundizando la crisis.
Vaya que si tienen razón en ocupar Wall Street. El movimiento se anuncia como un esfuerzo de resistencia sin líderes, con gente de todos los colores y convicciones políticas. Lo único que tenemos en común, dicen, es que somos ese 99 por ciento que ya no tolerará más la corrupción y rapacidad del uno por ciento. Nuestras tácticas, continúan, son parecidas a las de los pueblos árabes que la primavera pasada desafiaron a los poderes establecidos con tácticas de no violencia y democracia directa. Hay una asamblea general dos veces al día en este ejercicio de democracia radical. Ahí se aprende, se toma conciencia y se prepara una lucha más amplia.
La mayoría de los indignados en Wall Street son jóvenes. Ellos son los que se encuentran entre los segmentos más golpeados por la crisis. Pero la prensa estadunidense siempre ha tenido problemas para entender el reclamo de la juventud frente a las guerras o los escándalos de corrupción. Este movimiento no es una excepción. En muchos reportajes (entre los que destacan algunos del New York Times) los ocupantes de Wall Street son presentados como inexpertos, ingenuos o idealistas (como si eso fuera un defecto). El mensaje subliminal es claro: ya verán cuando maduren y adquieran algo de sabiduría, su perspectiva del mundo será distinta.
Pretendiendo realizar una investigación seria, una reportera de CNN preguntó a un manifestante si sabía que muchos bancos habían regresado el dinero inyectado por el gobierno en 2009. La respuesta fue un honesto "Ah caray, pues no sabía". La entrevistadora concluyó con una sonrisa y un gesto de descalificación que decía, ¡qué vamos a hacer, son jóvenes y mal informados! Habría que haberle contestado que si han devuelto la mayor parte de esos recursos es porque era un requisito para quitarse de encima las restricciones sobre compensaciones y los llamados paracaídas dorados para los altos ejecutivos. La verdad es que el sistema financiero ha seguido lucrando en grande en medio de la crisis. Y buena parte de esa ganancia proviene de los recursos otorgados por la Reserva federal que son colocados por los bancos en los países emergentes para recibir buenos rendimientos.
La protesta y ocupación de Wall Street es algo más rico e importante. Abarca todo el paisaje de temas y demandas sociales de la gente en Estados Unidos. Su objetivo, por el momento, es llamar la atención sobre un injusto sistema económico que ha concentrado la riqueza de manera escandalosa, que se nutre de la corrupción en Washington y que aún hoy sigue lucrando con la crisis. Está emparentada la protesta con los movimientos pacifistas y anti-imperialistas, y mantiene un aire de libertad frente al racismo y la persecución de los migrantes.
Los datos sobre los efectos de la crisis en los jóvenes muestran que tienen toda la razón del mundo para protestar con energía. Por ejemplo, el nivel de ocupación en la población entre los 16 y 29 años alcanzó el nivel más bajo desde 1945. El dato es una bomba: sólo 55 por ciento de ese segmento de la población está ocupado (contra 67 por ciento en 2000). No es sorpresa que para muchos jóvenes la opción es permanecer en casa de sus padres: 6 millones de jóvenes entre los 25 y 34 años de edad viven en casa de sus progenitores porque no encuentran empleo.
Haber cursado estudios universitarios no garantiza obtener un empleo. En muchos casos los jóvenes desempleados con diploma universitario se ven obligados a tomar un empleo que no requiere de mayor calificación, a veces a tiempo parcial. Al hacerlo, entran en el territorio de los sub-empleados y desplazan a los jóvenes que no tuvieron la oportunidad de cursar estudios superiores y los mandan al ejército de desempleados permanentes. Eso sí, como los cursos universitarios no son gratis, la deuda de los jóvenes egresados (hayan o no obtenido un grado universitario) les pesará como fardo durante muchos años. Para ellos no hay paquetes de ayuda aprobados al vapor por el Congreso.
Si usted quiere apoyarlos visite los portales occupywallst.org y adbusters.org. Hoy son unos cuantos miles, pero mañana serán muchos más. Eso es lo que más teme el poder. Por eso arrestó a 700 el sábado pasado, cuando intentaban cruzar el puente de Brooklyn. Se trata de evitar a toda costa que el movimiento crezca y que en su efecto de contagio enseñe que la valentía de protestar permite alcanzar la justicia.
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