viernes, 21 de octubre de 2011

¿Y POR QUÉ NO MEJOR EL PARLAMENTARISMO?

JOSÉ FERNÁNDEZ SANTILLÁN (*) / EL UNIVERSAL
A la memoria de mi profesor Miguel Ángel Granados Chapa
En el otoño de 1986, después de que impartí una conferencia en la Universidad de Turín sobre el sistema político mexicano, evento al que tuve el honor de que asistiera Norberto Bobbio, caminando rumbo al estacionamiento platiqué con él más en específico sobre el presidencialismo en mi país.
Con agudeza me dijo: "El día en que pierda la mayoría en el Congreso, la Presidencia se va a debilitar; es fuerte porque hasta ahora ha contado con un Congreso dominado por su partido". Fueron palabras premonitorias: a partir de 1988 el Revolucionario Institucional ya no tuvo las dos terceras partes de los votos necesarios para hacer cambios en la Constitución; en 1997 dejó de tener la mayoría simple. Las cosas ya no se decidieron en automático, verticalmente; hubo necesidad de buscar los votos de otros partidos para llevar a cabo reformas constitucionales y, también, para aprobar nuevas leyes.
Es cierto que en México la lucha a favor de la democracia se orientó, primordialmente, a la defensa del voto ciudadano, pero una consecuencia de esa lucha ha sido la conformación de un Congreso de la Unión plural, cosa que le ha dado fuerza al órgano legislativo. De hecho, el proceso de democratización ha dado como resultado el desplazamiento del eje del poder público del Ejecutivo al Legislativo.
El problema es que aún no hemos adaptado nuestro marco constitucional a esa nueva realidad. Nos hemos quedado rezagados en el ajuste institucional exigido por la democracia. El resultado de este atraso ha sido que hemos tenido "gobiernos divididos", esto es, el Poder Ejecutivo en manos de un partido y el Legislativo dominado por otro partido.
Cuando se ha podido, se han formado alianzas congresionales; el más alto número de ellas, por cierto, entre el PRI y el PAN. No obstante, esas alianzas se terminaron el año pasado cuando el PAN decidió ir en coalición electoral con el PRD en estados como Oaxaca, Puebla y Sinaloa. El PRI y el PAN se dieron mutuamente la espalda.
El gobierno dividido se ha convertido, así, en "gobierno bloqueado". ¿Qué hacer? Algunos han propuesto el "gobierno de gabinete", una mezcla entre el presidencialismo y el parlamentarismo. En esa tesitura semipresidencialista se presentó la semana pasada el manifiesto Por una democracia constitucional (título que recuerda la terminología empleada por Luigi Ferrajoli) proponiendo el "gobierno de coalición". La sugerencia consiste, básicamente, en que, en caso de que ningún partido obtenga el 50% más uno de los escaños en el Congreso, la primera minoría podría formar mayoría parlamentaria y también gobierno con otro partido.
Me parece una propuesta respetable, digna de ser discutida. Con ese ánimo considero que debemos tomar en cuenta no sólo sus bondades, sino también sus desventajas. Conviene recordar, por ejemplo, lo dicho por Maquiavelo: todas las constituciones híbridas son inestables. No duran mucho. Si la coalición fracasa, volveríamos al gobierno bloqueado.
Por qué no mejor adoptar, de una vez, el sistema parlamentario que tiene la ventaja de garantizar la gobernabilidad democrática al obligar a los partidos a formar una mayoría estable durante todo el periodo de una Legislatura. En ese sistema hay un jefe de Estado y un jefe de gobierno, este último nombrado por el Parlamento. Si esa mayoría se disuelve la Legislatura cae junto con el gobierno. ¿Qué diputado o senador se arriesgarían a perder su curul bajo esa amenaza?


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