JOSÉ SANTIAGO HEALY / EL SIGLO DE TORREÓN
ACTITUDES
Se habían tardado demasiado en salir a las calles.
La oleada de protestas nace el 15 de mayo en 58 ciudades españolas bajo el reclamo "¡Democracia real ya! y con el mote de Movimiento 15-M que luego cambió a Indignados como se le conoce a nivel mundial.
Con consignas de "no somos mercancías en manos de políticos y banqueros", el movimiento surgió en protesta a la caótica situación política y financiera de España y paulatinamente se ha extendido a todo el mundo con distintos matices.
En Estados Unidos las protestas arrancaron el mes pasado en el corazón financiero de Wall Street, pero con reclamos directos en contra de la codicia y la corrupción del sistema bancario norteamericano y mundial.
El pasado fin de semana el movimiento organizó marchas y plantones en 950 ciudades de 82 países para demostrar que el malestar es global y que no se trata de quejas aisladas de grupos extremistas como ocurre con los manifestantes a favor del medio ambiente.
Hay dos situaciones sobresalientes en este fenómeno social. Primero que la comunicación entre los protestantes se realiza a través de las redes sociales, sin barreras de idiomas, fronteras geográficas y credos, en pocas palabras la conexión es abierta, fluida y sin intermediarios.
La segunda es que participan en estas marchas jóvenes y adultos de diversas corrientes ideológicas, hasta el momento los partidos políticos no se han apoderado de este movimiento y esperamos que así se mantenga para evitar manipulaciones y desviaciones electorales.
Los reclamos más sonados se refieren a la necesidad de empleos, financiamientos, castigo a los abusos de banqueros, alto a la corrupción oficial, becas para estudiar y en fin todo aquello que han perdido desde que la crisis económica se incrustó en el orbe en septiembre de 2008.
Por eso decimos que los ciudadanos del mundo habían tardado en salir a las calles. Pasaron casi tres años desde que "tronó" la economía por culpa de las cúpulas del poder político y económico y con severas consecuencias para los empleados de mediano y bajo ingreso, los pequeños empresarios y los nuevos profesionistas que no encuentran trabajo.
Cuando el Muro de Berlín fue derribado en noviembre de 1989, se inició en el mundo occidental una nueva y promisoria etapa de crecimiento y consolidación. Atrás quedaban las fricciones e incertidumbre de lidiar con un bloque comunista que amenazaba a la economía de libre mercado.
En tiempos del presidente Bill Clinton (1993-2001) se generó en el mundo occidental una etapa de estabilidad y progreso que analistas atribuyeron a la consolidación del sistema capitalista, sin faltar augurios de que esta bonanza se prolongaría por veinte años más.
Pero debido a la corrupción política, la codicia financiera y la torpeza de los gobiernos, la economía mundial se derrumbó en la primera década del tercer milenio y luego de tres años todavía no existe certeza de cómo y cuándo iniciará la recuperación.
De ahí, pues, esta indignación de estudiantes, empleados, profesionistas y empresarios que no ven claro a pesar de que los arquitectos de la economía de libre mercado han tenido luz verde durante las últimas dos décadas para hacer y deshacer a su antojo.
Difícil entender cómo los grandes bancos norteamericanos recibieron toneladas de dólares de la Reserva Federal, pero en lugar de trasladarlos a sus clientes para salvar sus hipotecas los utilizaron para ganar intereses y maquillar sus resultados contables.
El sistema financiero mundial, así como los mecanismos para atender las contingencias de los usuarios, tendrán que modificarse con reglas justas y equilibradas.
No se vale que los bancos paguen menos del dos por ciento de interés a sus ahorradores, pero cobren diez, veinte o más por ciento de intereses a sus deudores. Tampoco que los grandes corporativos echen a la calle a miles de empleados sólo para provocar un disparo en el precio de sus acciones en Wall Street.
La indignación mundial ya llegó a las calles, esperemos que muy pronto se refleje en leyes y acciones que promuevan un sistema financiero y económico equitativo, responsable y solidario.
ACTITUDES
Se habían tardado demasiado en salir a las calles.
La oleada de protestas nace el 15 de mayo en 58 ciudades españolas bajo el reclamo "¡Democracia real ya! y con el mote de Movimiento 15-M que luego cambió a Indignados como se le conoce a nivel mundial.
Con consignas de "no somos mercancías en manos de políticos y banqueros", el movimiento surgió en protesta a la caótica situación política y financiera de España y paulatinamente se ha extendido a todo el mundo con distintos matices.
En Estados Unidos las protestas arrancaron el mes pasado en el corazón financiero de Wall Street, pero con reclamos directos en contra de la codicia y la corrupción del sistema bancario norteamericano y mundial.
El pasado fin de semana el movimiento organizó marchas y plantones en 950 ciudades de 82 países para demostrar que el malestar es global y que no se trata de quejas aisladas de grupos extremistas como ocurre con los manifestantes a favor del medio ambiente.
Hay dos situaciones sobresalientes en este fenómeno social. Primero que la comunicación entre los protestantes se realiza a través de las redes sociales, sin barreras de idiomas, fronteras geográficas y credos, en pocas palabras la conexión es abierta, fluida y sin intermediarios.
La segunda es que participan en estas marchas jóvenes y adultos de diversas corrientes ideológicas, hasta el momento los partidos políticos no se han apoderado de este movimiento y esperamos que así se mantenga para evitar manipulaciones y desviaciones electorales.
Los reclamos más sonados se refieren a la necesidad de empleos, financiamientos, castigo a los abusos de banqueros, alto a la corrupción oficial, becas para estudiar y en fin todo aquello que han perdido desde que la crisis económica se incrustó en el orbe en septiembre de 2008.
Por eso decimos que los ciudadanos del mundo habían tardado en salir a las calles. Pasaron casi tres años desde que "tronó" la economía por culpa de las cúpulas del poder político y económico y con severas consecuencias para los empleados de mediano y bajo ingreso, los pequeños empresarios y los nuevos profesionistas que no encuentran trabajo.
Cuando el Muro de Berlín fue derribado en noviembre de 1989, se inició en el mundo occidental una nueva y promisoria etapa de crecimiento y consolidación. Atrás quedaban las fricciones e incertidumbre de lidiar con un bloque comunista que amenazaba a la economía de libre mercado.
En tiempos del presidente Bill Clinton (1993-2001) se generó en el mundo occidental una etapa de estabilidad y progreso que analistas atribuyeron a la consolidación del sistema capitalista, sin faltar augurios de que esta bonanza se prolongaría por veinte años más.
Pero debido a la corrupción política, la codicia financiera y la torpeza de los gobiernos, la economía mundial se derrumbó en la primera década del tercer milenio y luego de tres años todavía no existe certeza de cómo y cuándo iniciará la recuperación.
De ahí, pues, esta indignación de estudiantes, empleados, profesionistas y empresarios que no ven claro a pesar de que los arquitectos de la economía de libre mercado han tenido luz verde durante las últimas dos décadas para hacer y deshacer a su antojo.
Difícil entender cómo los grandes bancos norteamericanos recibieron toneladas de dólares de la Reserva Federal, pero en lugar de trasladarlos a sus clientes para salvar sus hipotecas los utilizaron para ganar intereses y maquillar sus resultados contables.
El sistema financiero mundial, así como los mecanismos para atender las contingencias de los usuarios, tendrán que modificarse con reglas justas y equilibradas.
No se vale que los bancos paguen menos del dos por ciento de interés a sus ahorradores, pero cobren diez, veinte o más por ciento de intereses a sus deudores. Tampoco que los grandes corporativos echen a la calle a miles de empleados sólo para provocar un disparo en el precio de sus acciones en Wall Street.
La indignación mundial ya llegó a las calles, esperemos que muy pronto se refleje en leyes y acciones que promuevan un sistema financiero y económico equitativo, responsable y solidario.
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