Según la información recabada por diversos medios, esta locomotora se está frenando, ya que la actividad manufacturera está cayendo.
Enrique Del Val Blanco / Excelsior
Hoy las economías europeas son la principal preocupación, tanto, que incluso los chinos han ofrecido ayudarles. Pero se está dejando de lado una situación que día a día se atestigua: el crecimiento económico de China se está deteniendo, lo cual, si se confirma en los próximos meses, causará un gran problema a escala mundial.
Los datos que se van conociendo a cuenta gotas, debido al ancestral secretismo del gobierno chino, no son buenos; por ejemplo, según la información recabada por diversos medios, esta locomotora se está frenando, ya que la actividad manufacturera está cayendo por el tercer mes consecutivo y la construcción se está convirtiendo en una burbuja tradicional al no poder conseguirse el financiamiento para la venta de casas y los precios de las mismas están descendiendo. Hoy ya hay varias ciudades para millones de habitantes donde no vive nadie; son ciudades fantasmas.
Aunado a ello, la deuda de los gobiernos locales, que se han embarcado en grandes obras, alcanza la cifra de 27% del total de la economía, y muchos analistas consideran que cerca de 80% es incobrable, lo cual es como si se tratara de Grecia, pero multiplicada exponencialmente. Incluso las acciones de las empresas chinas que cotizan en la Bolsa de Nueva York están cayendo debido a las fallas de los sistemas de contabilidad encontradas en ellas por los reguladores.
Cuatro de los principales bancos de China, que se encuentran entre los más grandes del mundo, han perdido en la bolsa de Hong Kong 109 mil millones de dólares entre el mes de agosto y la primera semana de octubre.
Para el Financial Times de Londres, el sector inmobiliario chino, que según todos era muy atractivo para los inversionistas, se ha convertido en un espectáculo de terror cuyos efectos se sentirán en el mundo entero.
El sobrecalentamiento de la economía china ha tenido como consecuencia el incremento de la inflación a más del seis por ciento y la presión del resto del mundo para que revalúen su moneda, el yuan.
La desigualdad crece aceleradamente y, a pesar de que no se dan datos oficiales, se considera que se está acercando a ser una de las peores del mundo. Los trabajadores de las ciudades ganan, en promedio, más de tres veces lo que ganan los campesinos, y año tras año hemos visto la cantidad de nuevos millonarios chinos que ingresan a la revista Forbes, lo que marca un récord.
A todos estos datos hay que agregar otros factores, como el desastre ecológico que se está generando y la tardanza de las autoridades en resolver problemas concretos de la gente, como es el que, en muchas ciudades, el agua que sale por los grifos es de color café y huele a podrida.
Esto ha ocasionado, según Sun Lipig, sociólogo de la Universidad de Tsinghua, una de las más prestigiadas de ese país, que durante el año de 2010 ocurrieran más de 180 mil protestas.
Se está derrumbando el acuerdo no explícito del gobierno con su pueblo, que simplemente es que el gobierno genere empleo y prosperidad y ellos no se preocupen de la política; el sacrosanto partido comunista se encarga de ella.
Falta poco para que aparezcan indignados chinos, al igual que ya los hay en casi todas las economías grandes del mundo, incluyendo la nuestra.
Es decir, si bien China —que según todos los pronósticos será la primera potencia económica del mundo en el año 2030, con 18% del poder económico mundial, mientras Estados Unidos alcanzará sólo 13%— no está frente a una situación de grave crisis, paso a paso se está acercando a ella con la corrupción a la vuelta de la esquina, a pesar de que frecuentemente en ese país se utiliza la pena de muerte para los que caen en ella.
Si no hacen un alto en el camino en esta carrera hacia el capitalismo salvaje, las consecuencias serán severas, no sólo para ellos sino para todo el mundo. El partido debe tomar en cuenta que se está acercando a un límite que, una vez rebasado, nadie lo podrá controlar, ni con su impresionante ejército.
Enrique Del Val Blanco / Excelsior
Hoy las economías europeas son la principal preocupación, tanto, que incluso los chinos han ofrecido ayudarles. Pero se está dejando de lado una situación que día a día se atestigua: el crecimiento económico de China se está deteniendo, lo cual, si se confirma en los próximos meses, causará un gran problema a escala mundial.
Los datos que se van conociendo a cuenta gotas, debido al ancestral secretismo del gobierno chino, no son buenos; por ejemplo, según la información recabada por diversos medios, esta locomotora se está frenando, ya que la actividad manufacturera está cayendo por el tercer mes consecutivo y la construcción se está convirtiendo en una burbuja tradicional al no poder conseguirse el financiamiento para la venta de casas y los precios de las mismas están descendiendo. Hoy ya hay varias ciudades para millones de habitantes donde no vive nadie; son ciudades fantasmas.
Aunado a ello, la deuda de los gobiernos locales, que se han embarcado en grandes obras, alcanza la cifra de 27% del total de la economía, y muchos analistas consideran que cerca de 80% es incobrable, lo cual es como si se tratara de Grecia, pero multiplicada exponencialmente. Incluso las acciones de las empresas chinas que cotizan en la Bolsa de Nueva York están cayendo debido a las fallas de los sistemas de contabilidad encontradas en ellas por los reguladores.
Cuatro de los principales bancos de China, que se encuentran entre los más grandes del mundo, han perdido en la bolsa de Hong Kong 109 mil millones de dólares entre el mes de agosto y la primera semana de octubre.
Para el Financial Times de Londres, el sector inmobiliario chino, que según todos era muy atractivo para los inversionistas, se ha convertido en un espectáculo de terror cuyos efectos se sentirán en el mundo entero.
El sobrecalentamiento de la economía china ha tenido como consecuencia el incremento de la inflación a más del seis por ciento y la presión del resto del mundo para que revalúen su moneda, el yuan.
La desigualdad crece aceleradamente y, a pesar de que no se dan datos oficiales, se considera que se está acercando a ser una de las peores del mundo. Los trabajadores de las ciudades ganan, en promedio, más de tres veces lo que ganan los campesinos, y año tras año hemos visto la cantidad de nuevos millonarios chinos que ingresan a la revista Forbes, lo que marca un récord.
A todos estos datos hay que agregar otros factores, como el desastre ecológico que se está generando y la tardanza de las autoridades en resolver problemas concretos de la gente, como es el que, en muchas ciudades, el agua que sale por los grifos es de color café y huele a podrida.
Esto ha ocasionado, según Sun Lipig, sociólogo de la Universidad de Tsinghua, una de las más prestigiadas de ese país, que durante el año de 2010 ocurrieran más de 180 mil protestas.
Se está derrumbando el acuerdo no explícito del gobierno con su pueblo, que simplemente es que el gobierno genere empleo y prosperidad y ellos no se preocupen de la política; el sacrosanto partido comunista se encarga de ella.
Falta poco para que aparezcan indignados chinos, al igual que ya los hay en casi todas las economías grandes del mundo, incluyendo la nuestra.
Es decir, si bien China —que según todos los pronósticos será la primera potencia económica del mundo en el año 2030, con 18% del poder económico mundial, mientras Estados Unidos alcanzará sólo 13%— no está frente a una situación de grave crisis, paso a paso se está acercando a ella con la corrupción a la vuelta de la esquina, a pesar de que frecuentemente en ese país se utiliza la pena de muerte para los que caen en ella.
Si no hacen un alto en el camino en esta carrera hacia el capitalismo salvaje, las consecuencias serán severas, no sólo para ellos sino para todo el mundo. El partido debe tomar en cuenta que se está acercando a un límite que, una vez rebasado, nadie lo podrá controlar, ni con su impresionante ejército.
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