Esta vez puede ser distinto si el consumo sigue creciendo y se disparan los déficits
JOAQUÍN VIAL / EL PAÍS
Una de las sorpresas positivas en la crisis de 2008 fue el buen desempeño de América Latina. Si bien sufrió los embates de dicha crisis, el golpe fue mucho más suave que en otras ocasiones y duró mucho menos tiempo. En 2010, a menos de dos años de la quiebra de Lehman Brothers, la preocupación se había desplazado hacia los riesgos de rebrotes inflacionarios producto de la fuerte expansión económica, y los bancos centrales de la región subían rápidamente los tipos de interés.
Hoy nuevamente la economía mundial enfrenta un periodo de fuertes turbulencias económicas. La aversión al riesgo saltó en septiembre, lo que se tradujo en caídas de los valores en Bolsas y en precios de materias primas. Frente a esto surge la legítima pregunta acerca de si América Latina será capaz de resistir estos nuevos embates.
Nuestra convicción es que sí, y hay varias razones para ello. Por una parte, hasta ahora la magnitud de las turbulencias es menor que en 2008. Solo las Bolsas muestran caídas comparables y, de hecho, ya han recuperado una parte significativa de las pérdidas. Las bajas en precios de materias primas son mucho menores que en 2008 (entre un 15% y un 20%, aproximadamente), y si bien los flujos de capitales han disminuido, el financiamiento a los bancos de la región fluye normalmente a un coste normal. Por cierto, las cosas pueden empeorar, pero difícilmente llegaremos a niveles de aversión al riesgo y de contracción del crédito como los vividos a fines de 2008.
Por otra parte, y muy importante si las cosas van para peor, la situación financiera de los países es más sólida: las reservas internacionales han aumentado, las deudas de los Gobiernos han bajado, la regulación y la supervisión financiera se han perfeccionado. Por otra parte, las autoridades de los bancos centrales y Gobiernos ya saben qué instrumentos funcionan y cuáles no son adecuados, estando mucho mejor preparados para reaccionar.
Por último, lo distintivo de la crisis de fines de 2008 y comienzos de 2009 fue el temor de consumidores e inversionistas, que ante la incertidumbre optaron por no gastar. Hoy todos hemos pasado por esa experiencia y sabemos que los países pueden resistir bien. Difícilmente, entonces, tendremos una retracción tan fuerte de la demanda interna causada por temores que finalmente probaron ser exagerados.
Todo esto, que es muy positivo, obliga también a las autoridades a ser cautelosas. En 2009, las cuentas externas se ajustaron sin que mediaran acciones de política económica. Esta vez puede ser distinto si la demanda de los consumidores sigue creciendo con fuerza y comienzan a subir rápidamente los déficits. Es importante entonces que los conductores de la política económica mantengan una velocidad prudente antes de entrar en la zona de curvas peligrosas.
Joaquín Vial es economista jefe para América del Sur de BBVA Research.
JOAQUÍN VIAL / EL PAÍS
Una de las sorpresas positivas en la crisis de 2008 fue el buen desempeño de América Latina. Si bien sufrió los embates de dicha crisis, el golpe fue mucho más suave que en otras ocasiones y duró mucho menos tiempo. En 2010, a menos de dos años de la quiebra de Lehman Brothers, la preocupación se había desplazado hacia los riesgos de rebrotes inflacionarios producto de la fuerte expansión económica, y los bancos centrales de la región subían rápidamente los tipos de interés.
Hoy nuevamente la economía mundial enfrenta un periodo de fuertes turbulencias económicas. La aversión al riesgo saltó en septiembre, lo que se tradujo en caídas de los valores en Bolsas y en precios de materias primas. Frente a esto surge la legítima pregunta acerca de si América Latina será capaz de resistir estos nuevos embates.
Nuestra convicción es que sí, y hay varias razones para ello. Por una parte, hasta ahora la magnitud de las turbulencias es menor que en 2008. Solo las Bolsas muestran caídas comparables y, de hecho, ya han recuperado una parte significativa de las pérdidas. Las bajas en precios de materias primas son mucho menores que en 2008 (entre un 15% y un 20%, aproximadamente), y si bien los flujos de capitales han disminuido, el financiamiento a los bancos de la región fluye normalmente a un coste normal. Por cierto, las cosas pueden empeorar, pero difícilmente llegaremos a niveles de aversión al riesgo y de contracción del crédito como los vividos a fines de 2008.
Por otra parte, y muy importante si las cosas van para peor, la situación financiera de los países es más sólida: las reservas internacionales han aumentado, las deudas de los Gobiernos han bajado, la regulación y la supervisión financiera se han perfeccionado. Por otra parte, las autoridades de los bancos centrales y Gobiernos ya saben qué instrumentos funcionan y cuáles no son adecuados, estando mucho mejor preparados para reaccionar.
Por último, lo distintivo de la crisis de fines de 2008 y comienzos de 2009 fue el temor de consumidores e inversionistas, que ante la incertidumbre optaron por no gastar. Hoy todos hemos pasado por esa experiencia y sabemos que los países pueden resistir bien. Difícilmente, entonces, tendremos una retracción tan fuerte de la demanda interna causada por temores que finalmente probaron ser exagerados.
Todo esto, que es muy positivo, obliga también a las autoridades a ser cautelosas. En 2009, las cuentas externas se ajustaron sin que mediaran acciones de política económica. Esta vez puede ser distinto si la demanda de los consumidores sigue creciendo con fuerza y comienzan a subir rápidamente los déficits. Es importante entonces que los conductores de la política económica mantengan una velocidad prudente antes de entrar en la zona de curvas peligrosas.
Joaquín Vial es economista jefe para América del Sur de BBVA Research.
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