Hermann Bellinghausen / La Jornada
No podemos confiar en ellos. Cuando los vemos, escuchamos, padecemos, necesariamente hay que recordar que nos engañan, y ellos no se engañan, saben perfectamente que lo que han hecho, hacen y pretenden seguir haciendo con el país desde 1982 no funciona. No en los términos de una nación soberana, justa y democrática. Supongamos sin conceder que en 1988 hicieron su fraude patriótico porque creían que su modelo económico neoliberal era buena medicina para México, e iniciaron un experimento piloto –ejemplar para América Latina– de integración al mercado global y las felicidades múltiples del libre comercio. En 2011 ellos, sus sucesores y sus socios beneficiados billonariamente nos siguen vendiendo la misma basura, insisten en las reformas estructurales aun con el país roto y la economía extraviada en el casino global donde no existe el futuro. Desempleo, desigualdad profunda, miseria de millones, descomposición social, agonía de la educación pública, desmantelamiento de la producción agrícola y la vida campesina, arrasamiento del suelo, el subsuelo, el agua y el aire: es lo que consiguieron.
En un amplio reportaje sobre la bancarrota de Gran Bretaña (Broken Britain, Harper’s, noviembre de 2011), el veterano corresponsal de Guardian y Observer, Ed Vulliamy, ofrece un retrato demoledor de lo que ha sucedido en Albión desde los tiempos de Margaret Thatcher, oficiante mayor del neoliberalismo brutal, su profeta en Europa y aliada de hierro del expansionismo estadunidense. En la misma cuna del capitalismo desató la privatización de la propiedad pública (ciudadana), derechos incluidos, y propició la venta al capital extranjero del carbón, los chocolates, las empacadoras de té, los equipos de futbol, las universidades, el gas, los trenes, los bancos (y los bancos de los parques), las carreteras, las calles, el agua, los calzones. Merced a su agresiva y abusiva política, sostenida por conservadores y laboristas por igual, las islas británicas enfrentan uno de los peores momentos en su historia moderna. Sus dueños hoy son tiburones alemanes, chinos, rusos, australianos, franceses, árabes. La nación no se pertenece y el desempleo, la deuda pública, la descomposición social, la rabia, la frustración, el alcoholismo masivo de la población, ya no se pueden ocultar con bodas reales y Olimpiadas que suceden en el mundo paralelo de la televisión y los espacios cerrados por las medidas de seguridad.
Vullaimy, por cierto, acaba de publicar el libro Améxica: la guerra en la frontera (Farrar, Strauss & Giroux, 2010), sobre los cárteles mexicanos. Sabe en qué espejos buscar.
Casi hay vergüenza en su recuento del Londres actual, antes y después de las revueltas callejeras (riots) de este año, síntoma de la desesperación juvenil, y subraya la manera cínica en que fueron descalificadas y aplastadas por el poder sin la menor consideración social. Londres es la ciudad con más cámaras de vigilancia pública en el planeta, y Gran Bretaña tiene instalado 20 por ciento de estos dispositivos en el mundo, en un clima de crecientes racismo, falta de libertad, autoritarismo policiaco, corrupción "legalizada". No extraña que la historieta política V de Vendetta (y película de los hermanos Wachowsky, 2006), hoy tan popular e icónica, se desarrolle precisamente en un Londres bajo dictadura y mentira. El cuento no lo es tanto.
Con todas las diferencias y salvedades, resulta irresistible trasladar esa lectura a México, sobre todo a partir del TLC. Gobiernos y partidos distintos, da igual, han vendido hasta lo que creíamos invendible. Hoy ven al país reventado y aun así insisten hasta ensordecernos con la venta de Pemex. En matar ya de una vez la economía soberana que queda, mientras los ex gobernantes se acomodan estratégicamente en los altos salarios de las empresas que ellos beneficiaron con largueza cómplice para entregarlas al saqueo y la depredación del país. Exactamente lo mismo ha ocurrido en Gran Bretaña de los 80 a la fecha.
El actual presidente, sin duda el peor que hemos tenido, ya de plano necesitó poner al país en guerra para apuntalar su proyecto neoliberal, radical en tanto bien "comprometido" con el gran capital, y que casi se les escapa de las manos, o eso creyeron, en 2006. Estamos a merced del control por la fuerza. Aquí también hay circo a montones, bodas, juegos internacionales, reality shows, "periodismo" inmoral de chismografía y espionaje. Tenemos nuestros Rupert Murdoch.
Las columnas económicas de La Jornada (México S. A., Dinero, Economía Moral) lo documentan con tenacidad y claridad dolorosa y cotidiana: nos siguen saqueando, se ríen de nosotros, no paran de mentir. Tenemos el mayor desempleo del mundo (sin contar el éxodo laboral fuera del país, un ejército de desempleados netos). Suman millones gracia al "presidente del empleo" (¿o se refería al de la fuerza?) Entre peor la gente y la tierra, más ganan ellos. Todos somos esclavos de Wall Street.
No podemos confiar en ellos. Cuando los vemos, escuchamos, padecemos, necesariamente hay que recordar que nos engañan, y ellos no se engañan, saben perfectamente que lo que han hecho, hacen y pretenden seguir haciendo con el país desde 1982 no funciona. No en los términos de una nación soberana, justa y democrática. Supongamos sin conceder que en 1988 hicieron su fraude patriótico porque creían que su modelo económico neoliberal era buena medicina para México, e iniciaron un experimento piloto –ejemplar para América Latina– de integración al mercado global y las felicidades múltiples del libre comercio. En 2011 ellos, sus sucesores y sus socios beneficiados billonariamente nos siguen vendiendo la misma basura, insisten en las reformas estructurales aun con el país roto y la economía extraviada en el casino global donde no existe el futuro. Desempleo, desigualdad profunda, miseria de millones, descomposición social, agonía de la educación pública, desmantelamiento de la producción agrícola y la vida campesina, arrasamiento del suelo, el subsuelo, el agua y el aire: es lo que consiguieron.
En un amplio reportaje sobre la bancarrota de Gran Bretaña (Broken Britain, Harper’s, noviembre de 2011), el veterano corresponsal de Guardian y Observer, Ed Vulliamy, ofrece un retrato demoledor de lo que ha sucedido en Albión desde los tiempos de Margaret Thatcher, oficiante mayor del neoliberalismo brutal, su profeta en Europa y aliada de hierro del expansionismo estadunidense. En la misma cuna del capitalismo desató la privatización de la propiedad pública (ciudadana), derechos incluidos, y propició la venta al capital extranjero del carbón, los chocolates, las empacadoras de té, los equipos de futbol, las universidades, el gas, los trenes, los bancos (y los bancos de los parques), las carreteras, las calles, el agua, los calzones. Merced a su agresiva y abusiva política, sostenida por conservadores y laboristas por igual, las islas británicas enfrentan uno de los peores momentos en su historia moderna. Sus dueños hoy son tiburones alemanes, chinos, rusos, australianos, franceses, árabes. La nación no se pertenece y el desempleo, la deuda pública, la descomposición social, la rabia, la frustración, el alcoholismo masivo de la población, ya no se pueden ocultar con bodas reales y Olimpiadas que suceden en el mundo paralelo de la televisión y los espacios cerrados por las medidas de seguridad.
Vullaimy, por cierto, acaba de publicar el libro Améxica: la guerra en la frontera (Farrar, Strauss & Giroux, 2010), sobre los cárteles mexicanos. Sabe en qué espejos buscar.
Casi hay vergüenza en su recuento del Londres actual, antes y después de las revueltas callejeras (riots) de este año, síntoma de la desesperación juvenil, y subraya la manera cínica en que fueron descalificadas y aplastadas por el poder sin la menor consideración social. Londres es la ciudad con más cámaras de vigilancia pública en el planeta, y Gran Bretaña tiene instalado 20 por ciento de estos dispositivos en el mundo, en un clima de crecientes racismo, falta de libertad, autoritarismo policiaco, corrupción "legalizada". No extraña que la historieta política V de Vendetta (y película de los hermanos Wachowsky, 2006), hoy tan popular e icónica, se desarrolle precisamente en un Londres bajo dictadura y mentira. El cuento no lo es tanto.
Con todas las diferencias y salvedades, resulta irresistible trasladar esa lectura a México, sobre todo a partir del TLC. Gobiernos y partidos distintos, da igual, han vendido hasta lo que creíamos invendible. Hoy ven al país reventado y aun así insisten hasta ensordecernos con la venta de Pemex. En matar ya de una vez la economía soberana que queda, mientras los ex gobernantes se acomodan estratégicamente en los altos salarios de las empresas que ellos beneficiaron con largueza cómplice para entregarlas al saqueo y la depredación del país. Exactamente lo mismo ha ocurrido en Gran Bretaña de los 80 a la fecha.
El actual presidente, sin duda el peor que hemos tenido, ya de plano necesitó poner al país en guerra para apuntalar su proyecto neoliberal, radical en tanto bien "comprometido" con el gran capital, y que casi se les escapa de las manos, o eso creyeron, en 2006. Estamos a merced del control por la fuerza. Aquí también hay circo a montones, bodas, juegos internacionales, reality shows, "periodismo" inmoral de chismografía y espionaje. Tenemos nuestros Rupert Murdoch.
Las columnas económicas de La Jornada (México S. A., Dinero, Economía Moral) lo documentan con tenacidad y claridad dolorosa y cotidiana: nos siguen saqueando, se ríen de nosotros, no paran de mentir. Tenemos el mayor desempleo del mundo (sin contar el éxodo laboral fuera del país, un ejército de desempleados netos). Suman millones gracia al "presidente del empleo" (¿o se refería al de la fuerza?) Entre peor la gente y la tierra, más ganan ellos. Todos somos esclavos de Wall Street.
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