jueves, 27 de octubre de 2011

TRES FÓRMULAS PARA SALVAR EL EURO

Jean Pisani-Ferry / elEconomista.es
Desde el verano, los continuos plazos de la crisis griega han ocultado un preocupante proceso de fragmentación de la zona euro. De hecho, existen varias señales desalentadoras de esta realidad.
En primer lugar, el diferencial entre el tipo deudor de los bancos y la tasa de riesgo cero ha estado subiendo desde julio. Las instituciones financieras con liquidez prefieren cada vez más depositar su dinero en efectivo en el Banco Central Europeo, que ha tenido que reanudar sus préstamos a los bancos. Lo mismo ocurrió en la crisis de 2007-2008, aunque en esta ocasión el cambio es menos agudo, y se limita a la zona euro. En Londres y Nueva York, el mercado interbancario sigue trabajando; pese a que haya motivos para la preocupación.
En segundo lugar, los bancos transfronterizos están aplicando mayores tipos de interés a las empresas del sur de Europa que a las empresas comparables del norte de Europa, lo que está agudizando la situación de las economías afectadas por la crisis. Esto hace que se fragmente el supuestamente unido mercado europeo. Y en lugar de combatir esta tendencia, los reguladores del norte de Europa la están ampliando al limitar la exposición de las instituciones financieras a los bancos del sur del continente europeo.
En tercer lugar, los inversores internacionales ya no consideran los bonos de los Estados del sur de Europa la misma clase de activos que los del norte. Esto no sólo se debe a que pongan precio al riesgo, algo fácilmente reversible, sino que además marca un cambio profundo de actitud. Si continúa este enfoque respecto a la financiación en los países del sur de Europa, su solvencia y su recuperación se verán afectadas.
Un euro más sólido es la clave
La decisión de los responsables de la Eurozona de reformar la vigilancia de los Gobiernos y de los bancos, así como de reforzar el Fondo Europeo de Estabilidad Financiera, es una respuesta acertada, aunque desgraciadamente incompleta. Más allá de una mera función de apagar los fuegos que surjan, la cuestión clave es la necesidad de construir una unión monetaria más sólida.
La fragmentación progresiva de la zona euro es principalmente el resultado de la dependencia mutua entre bancos y Gobiernos. En la Eurozona, los bancos son vulnerables a las crisis de deuda soberana, ya que tienen una gran cantidad de bonos del Estado, a menudo emitidos por el propio país de origen. Los Gobiernos, por su parte, son vulnerables a las crisis bancarias, pues son responsables individualmente de rescatar a las instituciones financieras nacionales. Cada nuevo episodio en la actual crisis sencillamente pone de manifiesto la fragilidad causada por esta interdependencia.
Tres posibles respuestas
Hay tres posibles respuestas a semejante estado de cosas. La primera se refiere a la intervención del banco central en caso de amenaza para el mercado de deuda soberana. La situación del presupuesto de Reino Unido es peor que la de España, pero la certeza de que el Banco de Inglaterra podría prevenir la especulación con la deuda británica es suficiente para tranquilizar a los inversores.
El BCE, sin embargo, no ha recibido este mandato. Ha desempeñado este rol con Italia y España, pero ha contado con una fuerte oposición interna, y podría rendirse pronto. El recién creado Fondo Europeo de Estabilidad Financiera puede jugar un papel similar, aunque su músculo es limitado. En cuanto a la posibilidad de cambiar el mandato del BCE, Alemania protestaría, aunque sólo sea por motivos constitucionales.
La segunda respuesta consiste en el fortalecimiento de los bancos a través de la recapitalización, y la eliminación de los muros reguladores que separan los sistemas bancarios nacionales con el fin de limitar la exposición excesiva al riesgo de incumplimiento soberano propio. La Eurozona sería más saludable con un sistema bancario bien capitalizado que mantenga los activos diversificados y que esté sujeta a un marco común de supervisión y garantía de los depósitos. Sin embargo, los líderes europeos no pueden ser lo suficientemente valientes para aceptar dicho plan en su totalidad. Es probable que sí lo hagan más adelante, cuando sean revelados los detalles del programa de recapitalización.
La tercera respuesta es reducir el riesgo soberano, estableciendo un sistema de vigilancia y unas garantías mutuas entre los países de la eurozona. Esto equivaldría a una unión fiscal, lo que podría facultar para la emisión de eurobonos, junto con un control a priori de la emisión de deuda pública. A nivel político, esto supone una decisión muy difícil, para países tanto garantes como garantizados, pero es probablemente la más práctica de las tres alternativas.
Estas respuestas son, por supuesto, complementarias parcialmente. Incluso abrazando una de ellas sería una señal positiva. Aunque, en última instancia, el reto para Europa es decidir qué decirle a los mercados de forma que tengan una buena razón para recuperar la confianza en la credibilidad de la Eurozona.
Jean Pisani-Ferry es director del think tank europeo Bruegel.

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